Pregunta. A partir de las reflexiones de Marx y Dahrendorf acerca de la
naturaleza del conflicto de clases, analice el carácter de los conflictos
protagonizados por la CUT
y la ANEF
durante el 2011.En caso de que decida utilizar solo uno de los autores en su
respuesta, justifique teóricamente dicha elección.
“Sin
antagonismo no hay progreso. Tal es la ley que ha seguido hasta nuestros días
la civilización. Las fuerzas productivas se han desarrollado hasta el presente
gracias a este régimen de antagonismo entre las clases” (Miseria de la
filosofía)
El siguiente ensayo toma como pie de análisis
el postulado teórico arriba citado, escrito por Marx allá por el año 1847. De
acuerdo con esto, quien escribe estipula que las elaboraciones de Ralf
Dahrendorf, referidas al conflicto de clases y el cambio estructural, no son
pertinentes para el análisis de los casos de conflicto concreto que aquí
pretendemos analizar. Sumariamente, diremos que la importante cantidad de
errores teóricos, así como el carácter anticientífico de los esfuerzos
analíticos del autor mencionado, inhiben su utilización para cualquier
investigación que desee aprehender los mecanismos objetivos determinantes del
movimiento propio de toda formación social en la cual predomine el modo de
producción capitalista. Para el mayor desarrollo de estas afirmaciones, se
requiere que el lector se dirija a las notas finales de este ensayo[i].
Todo ensayo de análisis teórico de una
realidad concreta determinada, debe presentar al menos una tesis (hipótesis)
que luego intente confirmar de manera tanto empírica como argumental. En el
caso que aquí elaboraremos, la reducida información empírica que se presenta
solamente será utilizada para ilustrar los fundamentos factuales de los
desarrollos argumentales, los cuales tendrán preponderancia. La tesis que en
este escrito se plantea se desarrollará como se muestra a continuación.
Siendo
efectivo que la realidad social se desarrolla, esto es, progresa, mediante la
materialización de los conflictos de clase en ella presentes, es importante
discriminar entre tipos y niveles de conflicto. En este sentido, la afirmación
de Dahrendorf según la cual Marx estipularía que “todo conflicto social sería
un conflicto de clases”, tiende a obscurecer el análisis concreto de la realidad
social. Porque el sentido último de las teorizaciones marxistas versa sobre la pertinencia clasista de los conflictos
propios a una formación social en la cual predomina el modo de producción
capitalista. Y esto es muy distinto a la “atribución clasista” que Dahrendorf,
en un alcance algo sustancialista, afirma como particular de Marx. La
pertinencia clasista de un conflicto social, nos ilumina sobre el hecho de que
toda forma de funcionamiento que sobrepasa el límite de lo coyuntural y
pasajero en una formación social dada, está determinado en “última instancia”
por la contradicción que funda el modo de producción en ella dominante. En este
sentido, es efectiva la posibilidad de rastrear todo conflicto social a sus
fundamentos últimos; sin embargo, lo esencial del caso es la irrenunciabilidad
de las mediaciones. Esto es lo que diferencia la “pertinencia clasista” de la
“atribución clasista”: la determinación en última instancia sólo puede ser
rastreada a través de innúmeras mediaciones, nunca de manera mecánica y
“directa”. Es de esta manera como creemos que es posible fundamentar la
necesidad teórica de la existencia de tipos y niveles de conflicto.
Sumariamente (ya que una elaboración sistemática no es propia de un ensayo),
distinguiremos dos tipos o niveles de conflicto: a) aquellos conflictos
clasistas que no cuestionan los fundamentos del modo en el cual se reproduce la
sociedad, y que más bien suponen la confirmación y aceptación de sus criterios
(para facilitar el modo de expresión, se denominará a estos conflictos
clasistas, como “conflictos adaptativos”, los cuales, aquí se afirma, solo
suponen una reproducción social sin mayores fricciones, en ningún caso un
impulso propio de un cambio social progresivo); b) aquellos conflictos que, si
bien no expresan de manera manifiesta los cuestionamientos al modo como se
reproduce la sociedad, sí poseen la potencialidad propia de una lucha clasista
que se oriente a la raíz de las estructuras que sostienen de manera fundamental
la formación social en la cual se insertan (para mayor comodidad llamaremos a
estos conflictos, “conflictos estructurales”, a los cuales sí se les atribuirá
un carácter socialmente progresivo)
Hecha
la distinción que aquí se pretendía presentar, vayamos al caso concreto de
análisis que debemos tratar. Los conflictos presenciados por las organizaciones
sindicales en el curso del año 2011, deben entenderse en toda su complejidad y
contradictoriedad interna. Es en este sentido útil realizar un primer
acercamiento al tema, mediante una distinción. La misma nos informa de que el carácter y la
naturaleza específica de los conflictos que presenciamos en el año en curso,
difiere, en alguna medida, de todo un patrón de conflicto precedente. Este año
hemos sido testigos de un conflicto clasista en el cual las reivindicaciones y
formas de lucha del movimiento sindical, ameritan que al mismo se lo denomine
“conflicto estructural”. ¿Cómo?, dirán algunos. ¿Puede realmente calificarse al
proceso vivido este año de esta manera, cuando a todas luces no fue sino uno
gremial y corporativo? Realmente, creemos que sí es posible esta calificación.
Por una parte, porque debe entenderse el proceso sindical de conflicto como uno
no originado (aunque no intentamos forzar la nota con un tipo de argumento
“genético”) y orquestado exclusivamente por las cúpulas dirigenciales que han
cooptado históricamente la fuerza de lucha de los trabajadores, sino que más
bien por dirigentes medios y bases, así como también determinado por un auge de
la movilización social en su conjunto. Por otra parte, porque este “conflicto
estructural” efectivamente fue más allá de la tendencia conflictual propia de
dos décadas de “lucha”: las reivindicaciones que se presentaron no circularon
en torno al manido “reajuste salarial del sector público”, al menos, no de
manera fundamental. En lo que sigue se presentarán ciertos desarrollos al
respecto.
Primeramente,
para adentrarnos en el tema debemos proporcionar algunas pinceladas históricas
que nos permitan situarnos en la estructura de las organizaciones sindicales
que fueron el foco del conflicto al cual aquí hacemos referencia. La CUT (central unitaria de
trabajadores), ha existido bajo su estructura actual (al menos en sentido
grueso), hace ya dos décadas, desde el momento en que se instauró la espuria
“vuelta a la democracia”. La misma organización, sin embargo, careció de
independencia político-social para representar de manera efectiva el sentir de
sus bases. En el mismo sentido nos informa una fuente periodística: “La actual
central fue domesticada por veinte años de Concertación para el efecto de
concebir gobiernos que hicieron lo que quisieron, y muy contadas veces se
ocuparon de medidas en favor de los trabajadores”[ii].
Esta condición estructural no es una mera afirmación derivada de cierta opinión
siempre “subjetiva”, sino que muestra su carácter objetivo a través de la misma
historia de la multisindical. Esta historia es una de continuos y sucesivos
“desmarques”, desafiliaciones derivadas de la situación estructural de la
CUT. El primer descuelgue data de años
“tempranos”, cuando ya en el año 1995 un grupo de dirigentes y sus bases sindicales (160.000 afiliados), abandonaron el
organismo para fundar lo que sería la Central Autónoma
de Trabajadores (CAT). Las críticas enarboladas por aquellos que abandonaban la
multisindical, versaban sobre la nefasta influencia y la palmaria cooptación
del gobierno y los partidos afines al mismo, al momento de formular la política
estratégica del organismo. Asimismo, los nuevos fundadores de la CAT basaron también su
desmarque en la aceptación acrítica por parte de la CUT , de cierto Tratado de
Libre Comercio que nuestro país por esos años firmaba con los Estados Unidos.
Avanzando en el tiempo, la descomposición de la máxima institución sindical del
país, se muestra cada vez de manera más evidente. En el año 2003, la COTIACH (multisindical
afiliada a la CUT
que reunía sindicatos ligados al procesamiento de alimentos, los servicios y el
comercio), abandona la CUT
para luego, en 2004, transformarse en la
CGT (central general de trabajadores), conducida por Manuel
Ahumada. Las críticas que en ese momento se formularon, discurrían acerca de la
falta de democracia en el organismo, así como también la nefasta cooptación del
mismo por los partidos políticos oficialistas. En tercer lugar, y también en
2004, renunciaron tres dirigentes del Comité Ejecutivo de la Central Unitaria
de Trabajadores, los cuales pasaron a formar el colectivo sindical siglo XXI.
Cuando este último transformóse en la
UNT (Unión nacional de trabajadores) y logró afiliarse a la CSI (Central Sindical
Internacional), la CUT ,
en forma de represalia, rescindió su membresía a este organismo internacional.
A estos casos, bastante indicativos, podemos sumar el hecho de que la
multisindical (71 sindicatos) “Gente de Mar” ya no pertenece al máximo
organismo sindical del país (siendo la pesca artesanal e industrial una
actividad productiva de importancia en nuestra formación social)
La
sumaria historia de la CUT
que así hemos presentado, no es gratuita. Se la ha desarrollado para
fundamentar la afirmación que describe al organismo como un ente cooptado por
los gobiernos de la “concertación” y sus partidos afines, el cual no ha podido
y no ha querido representar de manera efectiva y real ciertas demandas transversales
a la “clase trabajadora” chilena. Asimismo, fue necesaria la historia
precedente, para ilustrar el contexto bajo el cual la tendencia conflictual
propia de este periodo se dio. Esto es, mientras la multisindical se
descomponía y era cooptada por cúpulas de toda índole, la tendencia conflictual
versó, en líneas generales, en torno a la manida reivindicación anual correspondiente al
“reajuste salarial del sector público”. Sin embargo, ya en 2011, y bajo todo el
auge de las movilizaciones sociales, la lucha clasista, aquí afirmamos, cambió
de carácter evidenciando cierta tendencia hacia el “conflicto estructural”.
¿Cómo es posible que las mismas cúpulas dirigenciales que por largos años
ahogaron la lucha de los trabajadores pudieran ahora súbitamente cambiar de
rumbo? Aquí afirmamos que este cambio de rumbo fue posible, porque su origen no
fue, al menos en su sentido social estructural, el mismo de otros años. El
origen de estas reivindicaciones más estructurales podemos rastrearlo en dos
fuentes originales. Por un lado, y de manera fundamental, la tendencia de los
afiliados a la multisindical (bases y dirigentes medios) a criticar el
funcionamiento interno del organismo, al cual se le enrostraría su carácter
poco democrático a la vez que su cooptación por el antiguo oficialismo
concertacionista. Esta tendencia, más que demostrada por los sucesivos
descuelgues ya señalados antecedentemente en este ensayo, tuvo un punto de
ruptura y agudización, postulamos, justamente durante el año en curso (2011). Siete
dirigentes sindicales afiliados a la
CUT presentaron, en Junio de este año, una “Carta abierta a
los trabajadores/as de Chile”[iii].
En ella se resumían dos décadas de años de lucha interna: “se demandó hacer público el padrón electoral,
presentar un balance público de la tesorería de la CUT antes de treinta días, un
informe de la comisión revisora de cuentas sobre denuncias de irregularidades,
convocar un congreso extraordinario con carácter refundacional y adelantar las
elecciones del consejo Directivo Nacional”[iv].
Asimismo, se buscaba la ampliación del organismo hacia sindicatos en el sector
privado; la premiación con recursos adicionales a los sindicatos más activos y
movilizados; así como también se formulaba la crítica fundamental a la
inexistencia de voto universal en el organismo. La tendencia, en suma, buscaba
la ampliación y agudización de la lucha sindical, así como la efectiva
democracia y transparencia en el funcionamiento de la institución. El hecho
crucial de que consideremos que esta tendencia interna a la CUT (cuyo punto culminante fue
la “Carta abierta a los trabajadores/as”) como fundamento del giro en la forma
del conflicto clasista, se explica porque la fijación de la fecha y el momento
oportuno de la movilización nacional convocada a mitad de año, fue realizada a
instancias (o presiones materiales efectivas) de este movimiento interno.
Inicialmente, los paros nacionales que había planificado el organismo para el
año en curso, estaban agendados para el 24 y 25 de Octubre, de manera que los mismos
se acoplaran y funcionaran como palanca para las negociaciones de las cúpulas
dirigenciales en torno al presupuesto y el “reajuste”. Sin embargo, la presión
interna de los firmantes de la “Carta abierta…”, fue fundamental, tanto para
cambiar la fecha al mes de agosto, como para ligar el mismo paro nacional a
demandas de un corte más estructural que se alejaban de la mera negociación por
el reajuste. Desde la perspectiva que aquí desarrollamos, creemos que este giro
en la naturaleza del conflicto clasista es la culminación de una tendencia interna
a la CUT , la
cual, originada desde las bases y los dirigentes medios, se oponía a las
manipulaciones de las cúpulas dirigenciales que siempre, y sólo y
exclusivamente, focalizaban sus esfuerzos en torno al presupuesto. En cierta
medida, fue la clase trabajadora (clase obrera, si utilizamos los términos de
Engels), la que expresó sus antes ahogadas demandas, mediante ciertos
dirigentes medios y las bases afiliadas a la CUT.
La existencia de la clase que vive del salario, a la cual se
le expropia el plusvalor, mostró su latencia, modificó la tendencia del
conflicto determinante. Un dato indicativo que fundamenta esta afirmación, es
el crecimiento continuo en la cantidad de huelgas ocurridas en el último lustro
(huelgas que son expresión de las bases y los dirigentes medios, no de las
cúpulas, ya que no fueron, en su mayoría, “paros nacionales” convocados por las
dirigencias)[v].
En segundo lugar, no debemos olvidar que una parte importante de este giro en
la naturaleza del conflicto clasista se origina a partir y gracias al auge de
la movilización social (estudiantes, pueblo mapuche y movimiento ambientalista,
fundamentalmente). Sin embargo, como la problemática ligada a esta segunda
dimensión explicativa se desvía un poco de nuestro interés y de nuestro caso
concreto de análisis, es preferente no hacer mayor referencia a ella.
Ahora
bien, la tesis fundamental de este
ensayo, que tiene su premisa en la distinción entre distintos niveles de
conflicto, no es una mera construcción personal arbitraria, sino que es posible
de ser fundamentada a través del marco teórico desarrollado por Marx. Por una
parte, no es difícil argumentar que el “conflicto adaptativo”, propio de las
negociaciones cupulares en torno al presupuesto (“reajuste”), no es socialmente
progresivo. Esto porque el reajuste revindicado este año (y muy posiblemente
los años anteriores también se hiciera de forma similar) se fundamentaba de la
siguiente manera: es pertinente un 9,8% de alza salarial, porque la inflación
anual proyectada para este año es de un 3,3%, así como también el crecimiento
anual proyectado alcanza la cifra del 6,5%.
En términos marxistas, lo que aquí se nos presenta es una lucha por el
mantenimiento de los salarios relativos, mediante un alza de los salarios
reales, la cual permite que los mismos no decaigan por la posibilidad de su mantenimiento
“nominal”. Por lo tanto, este conflicto supone como reivindicación el
mantenimiento de la diferencia relativa entre las clases (si se toma como un indicador
de esta diferencia la retribución monetaria, claro está); no cuestiona el modo
básico mediante el cual se reproduce el modo de producción capitalista. Ahora
bien, si es verdad que pone un freno a la tendencia objetiva denominada “polarización
relativa creciente entre las clases”, también es verdad que este tipo de
negociación funciona mediante un mecanismo muy propio del reacomodo del modo de
producción capitalista. Como el mismo funciona fundamentalmente mediante la
generación de plusvalía relativa, el alza en la productividad del trabajo le
permite cierta flexibilidad de maniobra al momento de distribuir el excedente
incrementado. Con respecto a lo segundo, aun siendo posible enumerar descriptivamente
el carácter social progresivo (en tanto cuestionamiento de la forma
reproducción social dominante) de una infinidad de demandas emanadas a partir
del cambio en el carácter del conflicto clasista, sólo deseamos aquí apuntar
tres dimensiones, las cuales creemos poseen cierta importancia. Primero, el hecho
de que las nuevas demandas tengan su eje en la lucha contra la desigualdad
material. Expresión de esto es la reivindicación de una reforma tributaria
progresiva, en la cual las grandes empresas tributen suficientemente. Creemos
percibir aquí una lucha directa contra la “polarización relativa creciente de
las clases”, en tanto se busca mermar las ganancias de la clase dominante y
redistribuirlas entre los trabajadores a través del aparato público (que no es
un mero instrumento de la clase dominante, ya que posee cierta “autonomía
relativa”). Una segunda dimensión de esta nueva forma de conflicto, está dada
por el cuestionamiento de uno de los mecanismos fundamentales de la
reproducción capitalista: la sobrepoblación relativa de la clase obrera. Al
respecto, Marx establece: “Toda la forma de movimiento de la industria moderna
deriva de la transformación constante de una parte de la población obrera en
brazos desocupados o semiocupados”[vi].
El total de esta “sobrepoblación” es posible de ser clasificado en varios
subgrupos, esto según su origen social y su funcionalidad estructural. Ahora
bien, a uno de estos subgrupos Marx lo denomina “sobrepoblación estancada”: se
encuentra constituido por una fracción de los obreros activos, la cual, sin
embargo, es ocupada de manera absolutamente irregular por el capital. Asimismo,
se caracteriza por el máximo de tiempo de trabajo que se le extrae, así como
por el mínimo de salario con el cual se le retribuye. Y, no menos importante,
es el subgrupo de la sobrepoblación obrera que más aumenta con el desarrollo
del modo de producción capitalista. Y de hecho son estos elementos teóricos los
que nos permiten inteligir el carácter estructural preciso de ciertas demandas
propias de la nueva forma de conflicto. Cuando se reivindica un “nuevo código
laboral”, la sindicalización automática, el fin del multirut, el término de los
despidos por las “necesidades de la empresa”; realmente se está demandando la
eliminación de una de las tendencias objetivas del desarrollo del capital: se
lucha por el término del trabajo precario. Y el trabajo precario, puede ser
identificado, sin mayores discrepancias, con aquella forma (subgrupo) de la
sobrepoblación obrera relativa que ya hemos descrito (“sobrepoblación
estancada”). Por lo tanto, una dimensión fundamental del nuevo “conflicto
estructural” está dada por el cuestionamiento de uno de los mecanismos básicos
de la reproducción del modo de producción capitalista. Finalmente, una tercera
dimensión esencial de la nueva forma de lucha dice relación con la
materialización de una democracia real y efectiva en las instituciones
fundamentales que componen la sociedad. Ahora bien, en las apariencias supone
una paradoja irresoluble que las cúpulas de una organización en la cual la
democracia no existe, reivindiquen la generalización de la democracia para el
conjunto de la sociedad (se hablaba en su momento de “democracia social”). Sin
embargo, aquí postulamos que esta reivindicación democrática no se origina ni
tiene su causa determinante en las manidas manipulaciones dirigenciales de
siempre. Creemos hallar un vínculo orgánico entre esta demanda y la tendencia
interna a la CUT
que hemos descrito con alguna extensión unas líneas más arriba. Es la
reivindicación de los afiliados de la base, así como de dirigentes medios, la
que termina siendo manifestada en tanto que discurso oficial del organismo
sindical. Por extensión, es una reivindicación que en alguna medida emana desde
la clase productiva misma (ver más arriba). Pero, ¿qué relación tiene esto con
el marco analítico marxista? A nuestros ojos, posee una relación y un vínculo
bastante fuertes. Al respecto, véase la siguiente cita:
“Si el primer fin de la resistencia se reduce
a la defensa del salario, a medida de que los capitalistas se asocian a su vez
movidos por la idea de la represión, y las coaliciones, en un principio aisladas,
forman grupos, la defensa por los obreros de sus asociaciones frente al
capital, acaba siendo para ellos más necesaria que la defensa del salario. Al
llegar a este punto la coalición toma un carácter político”[vii]
En
esta cita, extractada de la
Miseria de la
Filosofía , así como también en pasajes fundamentales del
Manifiesto Comunista, Marx nos presenta un elemento político, a su juicio,
fundamental: la organización obrera como fin en sí mismo. El hecho de ver la
organización para lucha no como un mero medio, sino como una especie de
microcosmos que preludia la sociedad futura, es un elemento destacado en la
concepción de la política en Marx y la tradición marxista en general. En este
sentido, no es una elaboración casual aquella del partido político formulada
por Lenin y fundamentada por Lukacs, sino que de alguna manera se desprende de
los propios elementos políticos entregados por Marx. Con estas precondiciones,
a quien escribe le parece evidente que la reivindicación de una democracia real
en las instituciones esenciales de la formación social chilena, es un elemento
vinculado interna y orgánicamente con el deseo de constituir asociaciones que
no sean un mero medio, sino que, en alguna medida, también y esencialmente, un
fin en sí mismo. De esta manera, la reivindicación igualitaria, democrática y
“antiprecarizadora”, puede constituir un potencial conflictivo estructural,
esto es, enfrentar (al menos en forma latente) la forma fundamental mediante la
cual se reproduce el modo de producción capitalista.
Por
último, quisiera consignar unos puntos que pudieran parecer ambiguos. Es que,
superficialmente, pareciera como si el Marx que aquí hemos ofrecido no fuera
más que un socialdemócrata, o un keynesiano de izquierda. Sin embargo, creemos
que esta es una ilusión. Primero, porque la democracia obrera, efectivizada en
sus propias organizaciones de clase, es una característica en todo sentido
opuesta a las prácticas socialdemócratas más inveteradas. El PSD alemán de
fines del siglo XIX se caracterizó por la cooptación burocrática de las
dirigencias sindicales (al menos en medida parcial). Asimismo, la movilización
de la clase obrera italiana en la década de los sesenta y setenta, revindicaba
un obrerismo democrático que controlara las fábricas, situándose, de esta
manera, en oposición a la variante tecnocrática (por lo tanto, antidemocrática)
muy propia de los keynesianos de izquierda. En este sentido, la reivindicación
de una democratización general a todas las instituciones sociales y no específica
del “sistema político”, es un planteamiento ajeno al paradigma político de la
socialdemocracia. En segundo lugar, la lucha contra la precarización en la
actualidad, no significa lo mismo que el “trabajo digno” prometido por las
democracias keynesianas de mediados del siglo pasado. Esto porque, la misma
historia ha demostrado que el “pleno empleo” es una característica que sólo
puede ser pasajera en el modo de producción capitalista. Más todavía en el
contexto actual, en el cual la alta composición orgánica del capital genera de
manera masiva “desempleo tecnológico”. En tercer lugar, la lucha contra la
desigualdad material, si bien la forma en que se presenta pudiera parecer algo
keynesiana (tributación progresiva), es un aspecto redistributivo que no se ha
alcanzado nunca en el curso del desarrollo capitalista. No se apunta hacia algo
existente desde 1945 a 1970 en el capitalismo avanzado, ya que, si la demanda
planteada es genuina, supone una redistribución real del excedente generado en
favor de la clase trabajadora. Y esto no sucedió en el capitalismo keynesiano,
como muy bien muestran Marshall, Bottomore, Shaik, etc (los beneficios sociales
que recibió la clase trabajadora en esa fase histórica fueron derivados de un
crecimiento exponencial, toda vez que se ha demostrado empíricamente que la
misma pagaba en valor mediante los impuestos aquello que recibía como “servicio
social”).
[i] En lo que sigue se presentarán
17 puntos que indican los errores y el carácter anticientífico de la teoría de Ralf
Dahrendorf referida a las clases
sociales y la transformación estructural
1) Eclecticismo: “contra semejante proceder elevará su
reproche el eclecticismo. El concepto se utiliza aquí con cierta razón, pero no
habrá lugar a reproche alguno. En la filosofía puede considerarse el
eclecticismo como pecado, pero la ciencia es, por esencia, siempre ecléctica.
Es más, el científico que como tal no es ecléctico, no es científico o, a lo
sumo, es un mal científico. La aceptación sin limitación alguna de una teoría ,
el dogmatismo, constituye el pecado capital de la ciencia”
1’) El saber científico,
contrariamente a lo que postula Dahrendorf, no funciona mediante mecanismos
eclécticos, sino más bien por medio de paradigmas. Estos son marcos analíticos
amplios, que pueden contener una o más teorías, y que se caracterizan por
delimitar problemáticas fundamentales en torno a las cuales la comunidad
científica trabaja. Como estas problemáticas no se encuentran resueltas –algo
bastante obvio ya que toda problemática resuelta deja de ser “problemática”- el
desarrollo científico consiste en su depuración y solución. Por lo tanto,
cuando el autor nos presenta como las dos únicas alternativas posibles el
dogmatismo y el eclecticismo, en realidad exhibe una dicotomía espuria no
propia de la naturaleza del funcionamiento científico. Esto porque la misma
noción de un “paradigma ecléctico” es una “contradictio in adjecto”, así como
todo “dogma”, en tanto supone la aceptación acrítica de sus postulados, niega
la crítica racional, elemento
fundamental del desarrollo científico. El hecho mismo de que la ciencia no
funciona mediante el eclecticismo, lo demuestra el fecundo desarrollo del
paradigma marxista en el curso del último siglo y medio
2) Funcionalismo: “se trata especialmente de categorías conexas (“funcional” y
estructural-funcional”), ligadas en parte por una aceptación generalizada…La
estructura de una sociedad se manifiesta, en su aspecto más formal, como un
sistema funcional…”
2’) En este punto deseamos aclarar
que la adopción explícita de un marco analítico funcionalista para la
investigación de la transformación de la estructuras fundamentales de las
sociedades, supone ciertos problemas de evidencia palmaria. Sumariamente,
diremos que la noción de conflicto y transformación estructural son categorías
ajenas a este marco analítico, cuyo mismo desarrollo sistemático viene a negar
las premisas propias del análisis funcional. Por lo tanto, la utilización de
las mismas en tanto ejes fundamentales del análisis, sólo puede implicar la
importación extrínseca de categorías, terminando el intento de investigación
científica en una madeja farragosa y deslavazada.
3)
Transformación permanente: las estructuras sociales…estas
sometidas a una transformación permanente (distinguida del proceso dinámico de
desarrollo)… “sólo cuando en este sentido interpretemos el cambio estructural
como un elemento constitutivo omnipresente de la estructura social…evitaremos simultáneamente
la tarea, apenas realizable de determinar cuando y donde empiezan y acaban los
procesos de evolución social” “…el cambio es un aspecto constante de las
estructuras sociales y su iniciación y terminación no son, por principio,
determinables”
3’) Las implicaciones de las frases arriba
citadas, se encuentran conflictuadas con el carácter mismo del conocimiento,
más todavía con las premisas cognoscitivas de lo científico. Esto porque lo
fundamental al momento de aprehender la realidad (al menos al hacerlo de una
manera científica) es el acto de la ordenación y delimitación, primer paso
irrenunciable de todo conocimiento. El tiempo del análisis, de la división y
subsecuente definición de los componentes es inescapable. Sin embargo,
Dahrendorf parece olvidar esto, toda vez que afirma que el cambio puede ser
“constante”, una “transformación permanente” a la cual no tiene sentido
inquirir sobre sus delimitaciones temporales. Diremos que la noción de un
“cambio constante” es sólo válida en términos poéticos o descriptivos, mas
nunca como enunciado teórico sistemático. Esto porque todo cambio es sólo tal
con respecto a un punto de comparación que permanece incambiado. Si anulamos
este punto no podemos afirmar que algo ha cambiado. Asimismo, la necesidad de
delimitación (Perry Anderson dirá la necesidad de “periodización de las
discontinuidades”), que Dahrendorf desestima, es sólo una muestra del carácter
anticientífico de sus teorizaciones. Por último, no está demás consignar que el
tratamiento algo laxo y poco sistemático de la distinción entre dinámica y
diacronía (ver Balibar) no ayuda a la intelección precisa de las premisas que
intenta postular el autor.
4)
“Es preciso admitir como extraordinariamente improbable que la
complicación de la división del trabajo o los procesos tecnológicos, ofrezcan
la posibilidad de derivarlos de los conflictos sociales entre los grupos”
4’) La cita precedente realmente niega aquello
que la realidad social nos ha mostrado en el curso del desarrollo histórico de
las formaciones sociales en las cuales el modo de producción capitalista ha
sido predominante. Precisamente es la competencia intercapitalista (el
“conflicto entre unos grupos”) la cual impone la necesidad objetiva de la
transformación del proceso de trabajo a los agentes de esta clase. El
capitalista que no adopta el método productivo que abarata los costos de
producción, simplemente deja de ser tal y es eliminado por la competencia.
Asimismo, Shaik argumenta que esta necesidad de transformación emana no sólo –o
no primariamente- de la competencia (esfera de la circulación), sino que se
origina por la naturaleza misma del dominio capitalista del proceso de trabajo
(es inmanente al proceso de producción capitalista, en tanto supone el control
y la dirección del trabajo).
5) “Creía el (Marx) que los
conflictos dominantes en toda sociedad eran conflictos de clase e incluso que todos
los conflictos sociales y hasta todos los cambios de estructura podían
atribuirse a conflictos de clase”
5’) Esta una interpretación que
deforma el pensamiento del autor citado. Que todos los conflictos insertos en
una formación social se encuentren determinados en última instancia por la
naturaleza clasista del modo producción dominante, no quiere decir que todos
los conflictos sociales sean conflictos de clase. Sólo implica que todo
conflicto social tiene una pertinencia de clase, esto es, se encuentra permeado
por la dinámica propia de un modo de producción dominante, y que por lo tanto
puede ser “rastreado” hacia los fundamentos estructurales en los cuales se
encuentra inserto.
6) “Que Marx interpretaba el
concepto de revolución en todo su extremismo, como la súbita transformación de
una estructura social…esta concepción de que los cambios sociales estructurales
se realizan por saltos y mediante explosiones visibles…” “…el error de que los
cambios sociales en las estructuras (notar que no es cambio “de” las
estructuras) tienen en principio, carácter revolucionario…implica la tesis de
que una estructura dada solo puede modificarse por un acto radical y
violento…” “…la estructura, el
sistema, es en sí mismo constante; cuando cambia se destruye totalmente, se
transforma de un solo golpe…”
6’) Nuevamente esta
interpretación (porque el texto general en el que aquí nos basamos sorprende por
las pocas citas textuales que ofrece, en este sentido, nunca es textualmente fáctico, sino que
“intepretativo”) deforma de manera sustancial el pensamiento de Marx y de la
tradición marxista en general. Por un lado, el hecho de que las
transformaciones en la estructura se incuben largamente antes de aflorar (el
conflicto ascendente entre relaciones de producción y fuerzas productivas),
demuestra el carácter falaz de la afirmación de que las transformaciones
estructurales ocurren de “un solo golpe”. Así también, el amplio debate en
torno a las transiciones (que abarcan siglos) tanto desde el feudalismo al
capitalismo, como desde el capitalismo al socialismo, viene a negar este
“inmediatismo” que le impone Dahrendorf a la teoría marxista. Con respecto a esto
mismo, las afirmaciones de Marx en el “Manifiesto Comunista” que aluden de
manera precisa a una “época de revolución social”, niegan el carácter “súbito”
de las transformaciones estructurales. Finalmente, el mismo Marx de alguna
manera sistematiza la necesidad de etapas transicionales: dictadura del
proletariado, socialismo, etc….
7) “Si los cambios estructuras
sociales tuvieran siempre carácter revolucionario no podrían producirse cambios
sin revoluciones…y de la inconsistencia de la afirmación de que todos los
cambios tienen carácter revolucionario…sobre el carácter revolucionario de
todo cambio social (según Marx)”
7’) Marx nunca ha afirmado, en
ningún momento, que todos los cambios sociales tienen un carácter
revolucionario. El hecho más evidente que demuestra esto es el reconocimiento
por él mismo de etapas de “reflujo social”, derivadas de cambios sociales
reaccionarios (como las que experimentó Europa luego de las revoluciones de
1848).
8) Pauperismo absoluto “…Marx cuando dice que el proletariado, por
su miseria absoluta, imposible de mitigar y de encubrir…se ve obligado a
rebelarse contra esta inhumanidad”
8’) Si bien algunos escritos de juventud, e incluso algunas
anotaciones en los libros del capital, dan pie para afirmar que Marx planteaba la
revolución en función del “pauperismo absoluto” de los agentes del cambio
social, en este punto deben apuntarse ciertas precisiones. Por un lado, existe
una línea de continuidad, en todos los escritos de Marx (tanto los de
“juventud”, como los de “madurez”) que reconoce la posibilidad lógica e
histórica de un alza de los salarios reales. En este sentido, la misma
categoría fundamental de “plusvalía relativa” habilita, y casi diríamos
“requiere”, el reconocimiento del alza de los salarios reales al mismo tiempo
que un incremento de la desigualdad (descenso del salario relativo). Por esto,
afirmamos que la noción de pauperismo relativo (desigualdad) posee un asidero
teórico sistemático más fuerte en la teoría marxista que la noción hegeliano
filosófica de “pauperismo absoluto” (Rosdolsky, Lebowitz y otros desarrollan
esta idea y la fundamentan de manera más acabada)
9) Transformación estructural parcial “De aquí que cuando hablemos de
cambios de estructura no pensemos en revoluciones…no debemos representarnos
éste como una formación monolítica que solamente puede transformarse…como
“conjunto”. La transformación estructural debe interpretarse como, más bien,
como referida a aspectos constantes de la sociedad. Así, puede iniciarse en
ciertos ámbitos de la estructura…más también puede quedarse circunscrito a un
solo plano”
9’) Cuando Dahrendorf establece
que la transformación estructural puede limitarse a ciertos ámbitos de la
estructura, niega el carácter propio de la noción de totalidad marxista. La interrelación
entre las diferentes instancias, su interdependencia (el hecho de que “cada
consecuencia sea la vez un supuesto y cada supuesto una consecuencia”), niega
la posibilidad de transformaciones estructurales (de transformaciones en los
fundamentos de la estructura) “parciales”. Cada nivel no posee la independencia
necesaria para poder realizar la afirmación fuerte de la existencia de
transformaciones parciales en la estructura. Al parecer la noción de totalidad
que soporta la teoría de Dahrendorf, implica interrelación extrínseca y
mecánica entre las partes y/o niveles componentes de la estructura.
10) Para Marx….De ello se deduce, por
ejemplo que el efecto de las clases organizadas sobre la estructura en la
que existen sólo se produce en el momento de la revolución, limitándose a ese
momento”
10’) El parágrafo arriba consignado, nuevamente contiene una
interpretación deformada (si no
completamente errónea) de la teoría elaborada por Marx y la tradición
subsecuente. En este sentido, compartimos la afirmación de Althusser (el cual
se basa en Spinoza), el cual releva el carácter propio de la estructura de la
totalidad marxista: una estructura inmanente que sólo consiste en su “efectos”.
Esto quiere decir que es la misma acción cotidiana y constante de las clases
sociales en tanto que clases, la que reproduce la estructura del modo de
producción capitalista. De esta manera, en tanto la misma estructura consiste
solamente en la acción propia de las clases, es un sinsentido afirmar que los
efectos de las clases en la estructura solo se presentan en el momento
“preciso” de la revolución.
11) “Si la necesidad de la agudización lineal el conflicto de clases constituye un postulado no
sociológico que es preciso abandonar…”
11’) La noción lineal de la historia, y del conflicto de clases como
“motor” de la misma, es una imposición sobreañadida al pensamiento de Marx y la
tradición marxista. Partiendo por el hecho de que Marx nunca afirmó tal cosa
(el término “linealidad” no se encuentra presente en sus escritos, así como
tampoco constituye una categoría fundamental desarrollada de manera
sistemática), podemos afirmar que lo propio de la concepción marxista de la
historia es la discontinuidad de la misma (las etapas, fases, transiciones),
repleta de avances, retrocesos y reflujos.
12) Conflicto
como guerra civil. “Mas el material de que disponemos nos permite llegar a
la conclusión negativa de que el conflicto de clases no adquiere siempre formas
de guerra civil…si partimos del supuesto, ingenuo, de la existencia permanente
de una guerra civil entre ellas…resulta falsa la tesis empírica de que aquellos
conflictos adoptan siempre la forma violenta de guerra civil, de lucha de
clases”
12’) La igualación de “lucha de
clases” con “guerra civil”, es a todas luces una forzada y no sustentada en
nada fundamental de la teoría marxista. Si bien en algún pasaje de alguna obra
Marx hizo una alusión que pudiera interpretarse en estos términos, existe una
amplia corriente marxista que afirma que la misma dinámica reproductiva del
modo producción capitalista (como desarrollada en el capital, por ejemplo),
supone la lucha de clases como su “elemento activo” fundamental. El proceso
productivo, que supone la afirmación autoritaria del capitalista (o del agente
que lo representa), así como la continua posibilidad de la organización y la
huelga obrera (que implicaría la baja en la tasa de ganancia), sólo se
comprende como la manifestación de la lucha de clases. Y sin embargo, para
Dahrendorf la dinámica propia de una estructura no puede ser función de la
lucha de clases, porque la misma es coyuntural y solo existe acotada en el
tiempo (la idea de niveles de lucha de clases se omite en el pensamiento de
este autor).
13) Clases definidas solo por la propiedad privada. “La causa determinante de las clases
sociales era para Marx la propiedad privada de los medios de producción. Su
teoría de las clases basa todos sus elementos esenciales sobre esta definición
del concepto de clase” (criticar eliminación de la “apropiación real” o
“posesión”)
13’) He aquí un error importante. Esta no es sólo una deformación, sino
un error que demuestra la lectura rápida y superficial que Dahrendorf realiza
de Marx (si es que en realidad realiza alguna lectura y no, más bien, se dedica
a refutar lo que el sentido común aprehende de Marx). La sustancialidad del
error está dada por el no reconocimiento de las relaciones de
posesión/apropiación, como categoría de análisis imprescindible de un modo de
producción determinado. Si la determinación de las clases solo supusiera la referencia
a la propiedad de los medios de producción, no podríamos, por ejemplo,
diferenciar entre el modo de producción capitalista y el modo de producción
feudal: en ambos la clase dominante es propietaria de los medios de producción;
sin embargo, mientras en el feudalismo el productor posee sus medios de
trabajo, en el capitalismo se encuentra desposeído de los mismos.
14) ) Asunción de la distinción entre
propiedad y control, basada en Burnham y
Schumpeter
14’) El hecho de que el autor
base parte de su análisis en la teorización de Burnham (“La revolución de los
managers”), demuestra que las mismas bases de su planteamiento se encuentran
superadas. Tanto Sweezy como Ossowski explican que la diferenciación entre
propiedad y control (eje fundamental de los postulados de Burnham), basada en
el escrito pionero de Berle y Means, no supone ningún cambio estructural
fundamental en la dinámica reproductiva del modo de producción capitalista: los
controladores, en una abrumadora mayoría, son también poderosos y eminentes
propietarios.
15) Noción idealista, basada en la
autoridad, como determinante de las clases
15’) En términos generales, no podemos compartir el marco fundamental
propuesto por el autor para la determinación de las clases sociales, ya que el
basamento del mismo supone la negación de la aprehensión de la reproducción
material de toda formación social. Las clases mismas no pueden tener su
fundamento último en las relaciones de autoridad (y el poder en términos
generales), porque la posesión de autoridad está siempre fundamentada en
ciertas posesiones materiales desiguales. La subordinación existe, en última
instancia, por la “amenaza mortuoria” (Weber) propia del Estado moderno, el
cual garantiza material el funcionamiento “continuo” de la sociedad. Por lo
tanto, las relaciones de mando y obediencia sólo existen porque existe un
excedente que es apropiado por una clase determinada, la cual utiliza una
fracción del mismo en la instauración de mecanismos de fuerza (el Estado como
fundado en la violencia) que garantizan que como clase será obedecida. Es por
esto que una teoría social de las clases es mucho más fecunda si su premisa es
material (la explotación) y no parcialmente ideal (la dominación, como querría
Dahrendorf)
16) Independencia de niveles estructurales “El estado político y la
producción industrial constituyen dos asociaciones de dominación,
independientes por principio, y cuyas relaciones constituyen un objetivo de la
investigación científica”
16’) Cualquier comprensión de la totalidad estructural que suponga la
independencia de los niveles que la componen, estará marcada por obscuridades
que no podrá explicar. En última instancia, si se asume la “independencia de
niveles” como “principio”, el análisis es muy proclive a abandonar la noción relacional
de la realidad social (la posibilidad de sustancialismo está entonces muy
próxima). Por el contrario, creemos que la noción de “autonomía relativa”
desarrollada por la tradición marxista, es un instrumento analítico de una
fertilidad mucho mayor.
17) Analogía weberiana entre Estado y empresa “El estado es una asociación de
dominación y la producción industrial es asimismo una asociación de igual
carácter”
17’) Ya que el autor que aquí criticamos incorpora importantes
elementos weberianos en sus elaboraciones teóricas, debe, entonces reafirmar la
analogía estructural que realiza Weber entre el Estado y la Empresa capitalista. Ahora
bien, este paso autocontradictorio para la teoría de Dahrendorf, ya que con
esto implícitamente se niega la necesidad de la determinación de la naturaleza
de una subestructura mediante su funcionalidad para con la totalidad. Es que la
analogía estructural entre Estado y Empresa no es pertinente una vez
comprendemos que las funciones propias de cada nivel son distintas. La empresa
está dirigida hacia la ganancia (un marginalista diría: “genera crecimiento”),
mientras el Estado no lo está (sus funciones son más amplias y diversas y, si
bien es palmario que su funcionalidad específica no es la de orientarse hacia
la ganancia, no tenemos aquí el espacio para extendernos sobre el tema de las
funciones del Estado).
[ii] Punto Final (año 45, n°726, 7-20
de enero 2011)
[iii] Firmantes de la Carta Abierta : Carolino
Espinoza (Confusam, funcionarios de la salud municipalizada), Cristián Cuevas
(CTC), Ricardo Maldonado (Conutt, transporte), Manuel Díaz (D&S, Walmart),
Humberto Meza (Falabella), Bábara Saavedra (trabajadores de París), Claudio
González (Fenpruss, profesionales universitarios de la salud).
[v] Huelgas 2005-2010: 2005, 101
huelgas; 2006, 134 huelgas; 2007, 147 huelgas; 2008, 159 huelgas; 2009, 171
huelgas; 2010, 174 huelgas
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