A
fines de Junio de este año 2014 Sebastián Osorio publicó una columna de
reflexión política en distintos medios alternativos (e.g. elciudadano,
unidaddelospueblos, etc)[1].
En la misma, Osorio planteó tres tesis respecto del carácter del momento
político actual, tesis que van más allá de la coyuntura y pretenden articular
un análisis proyectivo de mediano plazo. En lo que sigue quien escribe
realizará una crítica al contenido mismo implícito en la citada columna.
Las
palabras no son meros “términos”. Designan realidades materiales concretas,
realidades objetivas. Plantear otra cosa no supone sino recaer en el
nominalismo neokantiano que el mismo Lenin criticara en “Materialismo y
empiriocriticismo”. Y esta es una cuestión que debiera saber más que bien un
plataformista como Osorio, precisamente porque esta corriente anarquista es
leninista. No obstante, todo el escrito del compañero está permeado por una
ambigüedad manifiesta en lo que hace al contenido material y concreto de los
términos que se utilizan. Demostraremos esto paso a paso.
En primer lugar, tomemos la expresión “modelo”
utilizada de manera enfática por nuestro militante del FEL (Federación de
Estudiantes libertarios). Por una parte, es importante dejar sentado de entrada
que la noción de modelo no sólo es ambigua en el escrito de Osorio, sino que lo
es en todo el campo politizado propio del Chile actual. Ejemplo de esto es que
unos hablan de “modelo capitalista”, otros de “modelo de desarrollo”, los de
más allá de “modelo neoliberal”, los de más acá de “modelo político”, etc. Esta
indeterminación conceptual no es arbitraria, sino que se deriva del hecho de
que la noción de modelo tiene fuertes dimensiones neokantianas y nominalistas.
Las tiene porque colinda de manera estrecha con la noción weberiana de “tipo
ideal”, el cual habilita al investigador el llenar de contenido al mismo
arbitrariamente y teniendo en cuenta exclusivamente sus propios intereses
particulares, desestimando la realidad objetiva (Weber quedó preso del “noumeno
kantiano”).
Por otra parte, en términos de nuestra
historia nacional, la noción de modelo tiene sus raíces en la expresión
utilizada por el desarrollista Aníbal Pinto (1950s), el cual habló de “estilo
de desarrollo”, y lo hizo para fundamentar una política de desarrollo capitalista alternativa a la forma
capitalista imperante en su tiempo. Así, la historicidad específica de la
noción de modelo evoca unos términos de debate en los cuales la explotación
capitalista no se pone en discusión. En términos de lo escrito por Osorio, esto
está visto en su tendencia a utilizar la expresión “modelo neoliberal”. Los
problemas con esta expresión son múltiples: a) no designa sino una mera
ideología (superestructura) al consignar como enemigo principal al “nuevo
liberalismo” (no a la clase dominante y explotadora propia del modo de
producción capitalista); b) es parte de un corriente de pensamiento que
malcomprende la fase capitalista que comienza en los 1980s[2].
En segundo lugar, Osorio se plantea como
escribiendo para la “izquierda”. Aún si su escrito está repleto de
“terminología revolucionaria” (Trotsky diría “charlatanería revolucionaria”),
el párrafo final de su columna no deja lugar a dudas: la propuesta es la
“unidad de la izquierda”. Ante esta expresión, cualquier marxista saltará: ¿es
que Marx (y Lenin también, como debiera saber un plataformista) habló alguna
vez de que ésta sea la necesidad prioritaria? No lo hizo (y Lenin tampoco), y
la razón de esta omisión es fundamental. Consignar como la “necesidad primera”
la “unidad de la izquierda” supone recaer en un craso politicismo. Esto es,
implica pasar por encima de las condiciones materiales de constitución de las
clases sociales y entronizar en cambio una “unidad de voluntades” (“unamos a la
gente de izquierda, sin importar sus condiciones materiales de constitución”).
Supone pedirle al obrero de a pie que “se siente” de izquierda que construya
una alianza con los patrones. En términos de política nacional actual, implica
llamar a la unidad junto con el Partido Progresista (Osorio escribió una
columna a fines de 2013 en la que claramente consignaba como parte de la
izquierda a Meo y su partido), Izquierda Unida, Izquierda ciudadana, el
Socialismo Allendista, etc. Todos “partidos” con una base operativa burguesa y
un horizonte de transformación capitalista[3].
Por lo demás, en términos de política nacional concreta, es una consigna que
confunde en alto grado, ya que la tesis de las “dos derechas” -extendida mucho
más allá del estalinismo propio del PC-AP y que consigna a la Concertación (hoy
Nueva Mayoría) como una de las dos derechas- es claramente distinta (en
términos de la acción política propuesta) a la que reconoce el carácter
centro-izquierdista de la Concertación (hoy NM) como hace Osorio. Si bien por
mi parte creo que nuestro integrante de Cipstra está en lo correcto (porque la
izquierda incluye al social-liberalismo, esto es, a los partidos de izquierda
que aplican políticas liberal-burguesas),
las implicancias de su tesis son evidentes: la tarea es arrastrar fracciones izquierdistas
aún presentes en la Concertación a un proyecto de transformación presente y
futuro[4].
Esta es una política con una envoltura oportunista (seamos “amplios”) pero con
un contenido profundamente sectario: desestimemos a priori a cualquier obrero de
a pie que vote a la derecha por razones materiales bien precisas. El marxismo
clásico, antes bien, vio claramente cómo actuaban los explotados y siempre
consignó como la necesidad primera la “unidad de clase” por sobre la “unidad de
las voluntades políticas”. Éste es el sentido de la política de frente único,
el cual tiene su expresión en los sindicatos, soviets, consejos, etc. Éste es
el sentido de la defensa contra el fascismo (la guerra abierta de la clase
capitalista contra la clase obrera) que propugnó Trotsky en los 1930s. Ésta fue
la práctica de la asamblea Obrera de Alimentación Nacional en el Chile de
1918-1919. Ésta es la esencia de una política no sectaria, pero clasista: en el
contexto de un frente único las más diversas tendencias políticas pueden
presentar su política, la cual es evaluada en la práctica por la clase obrera.
Por otra parte, la izquierda chilena ha mostrado recientemente cómo no hace
sino defender proyectos de desarrollo capitalistas con respecto a situaciones
cruciales de la lucha de clases. Así, la izquierda in pleno (plataformistas
incluidos) salió a darle espaldas al chavismo venezolano a principios de este
año, un chavismo que precisamente utilizó la excusa del “ataque de la derecha a
la democracia” para seguir profundizando su alianza con la patronal (respecto a
este tema, ver la infinidad de artículos publicados en el sitio “laclase.org”)[5].
No contenta con esto, la “izquierda pura”, aquella izquierda
“intelectualizante”, aquella izquierda otrora extraparlamentaria (ahora sin el
PC de Vicuña Mackenna), emitió un comunicado en defensa de un proyecto de
transformación capitalista (el chavismo) sin siquiera un estudio previo de la
situación[6]. Por
último, la tesis de la unidad de la izquierda es irrealizable también en
términos políticos. Esto porque no es sino un sinsentido pedirle a quienes se
reconocen en la tradición de la izquierda comunista (Herman Gorter, Bordiga,
Pannekoek, etc) que se unan al progresismo burgués de un Meo (el obrerismo
genuino –pero sectario- de los ultraizquierdistas necesariamente chocará con el
redset anejo a Meo)[7]
En tercer lugar, el sociólogo Osorio abunda en
“expresiones revolucionarias”. Sin embargo, su leninismo es bastante extraño,
ya que, más allá de consignar la vaguedad de una revolución con “horizonte
socialista”, falla al no tomar en cuenta una de las sugerencias más fértiles de
Lenin:
“Nos incumbe ahora indicar al proletariado y al
pueblo entero la insuficiencia de la consigna "revolución", mostrar
la necesidad de una definición clara y sin equívocos, consecuente y decidida
del contenido mismo de la revolución” (Lenin, Dos Tácticas, 1905)
Pedimos
al lector que nos otorgue la licencia de llenar esta laguna. Nuestra tesis es
sencilla. Considerando que Osorio es parte del FEL, una organización
plataformista chilena, y teniendo en cuenta las declaraciones de una FECH
dirigida por una militante de esta organización (apoyando al chavismo),
nosotros planteamos que la revolución de Osorio no es fundamentalmente distinta
a la que dio a luz al socialismo del siglo XXI venezolano. Y ésta constituyó (y
continúa constituyendo) un proyecto de transformación patronal y capitalista[8].
En cuarto lugar, quien
en los pasillos de la facultad de ciencias sociales de la universidad de chile
fuera conocido como “choro Seba”, abunda en terminología “populista”. “Pueblo”,
“movimiento popular”, “sectores populares” son términos recurrentes en un
pequeño escrito de apenas 7 páginas (mientras que la categoría de clase
–trabajadora, no obrera- apenas emerge en un par de ocasiones). ¿Será que
“clase” y “pueblo” son sinónimos y por tanto esta constatación no tiene la
menor importancia?[9]
La crítica inmanente (criticar en los propios términos al criticado) hace que
para criticar a un leninista, debamos responder negativamente a esta pregunta
tomando al propio Lenin:
“La socialdemocracia ha luchado y lucha
con pleno derecho contra el abuso democrático-burgués de la palabra
"pueblo". Exige que con esta palabra no se encubra la incomprensión
de los antagonismos de clase en el seno del pueblo. Insiste incondicionalmente
en la necesidad de una completa independencia de clase del Partido del
proletariado. Pero divide al "pueblo" en "clases", no para
que la clase de vanguardia se encierre en sí misma, se limite con una medida
mezquina, castre su actividad con consideraciones como la de que no vuelvan la
espalda los amos de la economía del mundo, sino para que la clase de
vanguardia, que no adolece de la ambiguedad, de la inconsistencia, de la
indecisión de las clases intermedias, luche con tanta mayor energía, con
tanto mayor entusiasmo por la causa de todo el pueblo, al frente de todo
el pueblo” (Lenin, Dos Tácticas, 1905)
Aún teniendo en cuenta que en ese momento
Lenin aún era “semietapista” (propugnaba la tesis de la “revolución
ininterrumpida” y no la “revolución permanente” de Trotsky, esto es, aún
consideraba que lo necesario era una etapa de “revolución burguesa” anterior a
la revolución obrera socialista-comunista), el pueblo de Lenin claramente se
componía de la clase obrera y el campesinado pobre[10].
De hecho, Lenin nace en el marxismo criticando a los narodniki (populistas rusos)
por fetichizar al pueblo y al campesinado. Pero lo central es constatar el
énfasis que Lenin pone en el hecho de que el pueblo se encuentre dividido en
clases. Se nos dirá que Osorio divide al pueblo en “sectores”, y que por tanto
no fetichiza al pueblo.
Para responder a esta objeción tenemos que
operar sistemáticamente. Primero, si entendemos que el “choro Seba” propone
como política central la “unidad de la izquierda”, y ésta izquierda incluye a
sectores concertacionistas y al PRO, no vemos cómo su pueblo puede no incluir a
burgueses dentro de sí (e.g. Meo dijo en 2013 que no son los banqueros los que
deben ser criticados, sino algunos de ellos, los inescrupulosos). Además, si la
revolución de Osorio no es distinta al chavismo, no vemos cómo su pueblo no va
a incluir a la “burguesía democrática”, fracción con la cual Chávez en
innumerables ocasiones llamó a construir “alianzas”. Segundo, los “sectores”
consignados por este militante del FEL son “movimientos” (sindical,
poblacional, estudiantil). Esto es, grupos en lucha y movilizados. Dejan fuera
a los no-movilizados y por tanto caen en el sectarismo. Un ejemplo de este
sectarismo con consecuencias concretas en la lucha política práctica, es el
caso de la última huelga portuaria de Enero 2014. En ella, la “burocracia
combativa” de la Unión Portuaria -organización en la cual el FEL tiene
influencia-, abandonó la lucha crucial de Angamos contra el subcontrato
negándose a llamar a la CUT para presionar por un paro nacional. En esta
situación, la organización influenciada por el FEL consignó que no llamaba a la
CUT porque ellos eran “amarillos”. Por otra parte, los movimientos (sectores)
del FEL se parecen peligrosamente a la “nuevos movimientos sociales” (NMS),
paraguas bajo el cual el “progresismo de izquierda” buscó (y aún busca)
eliminar discursivamente la presencia material de las clases sociales y su
lucha. Pero esto no es todo: las pocas veces que Osorio se refiere a algo
cercano a la efectiva clase obrera, la reduce a la organización sindical. Se
lamenta (igual que el patronal Ignacio Larraechea, gerente general de
Responsabilidad Social Empresarial)[11],
por los bajos niveles de organización sindical. No tiene en cuenta que si bien
es importante generar organizaciones más masivas y unitarias propias de la clase
explotada, lo esencial es que éstas sean efectivamente propias: recuperarlas
para la propia clase mediante la democracia obrera. De hecho, existen países
con altas tasas de sindicalización y negociación colectiva, como es el caso de
Argentina, un país en el cual no sólo prima el modo de producción capitalista,
sino que la misma clase obrera no ha obtenido conquistas democráticas
sustantivas. Otros casos de altas tasas de sindicalización y negociación
colectiva, pueden verse en los ciertos países de Europa occidental
(especialmente los nórdicos); en éstos, no obstante conquistas no menores para
sus clases obreras nacionales, no prima en ningún caso el internacionalismo
obrero (más bien todo lo contrario).
Más allá de todo esto, el error fundamental de
Sebastián Osorio reside en su incapacidad para articular una reflexión
genuinamente clasista. Una de este tipo, necesariamente debe reconocer cómo el
“movimiento estudiantil” no cae inmediatamente dentro de del campo de los
explotados (seno fundamental de una transformación que sea genuinamente
anticapitalista) por virtud de alguna varita mágica ideológica (lo popular),
como propone nuestro “choro”. Antes bien, el mismo está traspasado por
contradicciones clasistas en tanto su posición de clase no se encuentra aún
plenamente definida. Más todavía si la dirección de éste es hegemonizada por
los estudiantes universitarios (más elitizados). Es entonces crucial entender
que lo que existe son clases sociales, definidas por (y esto está basado en
gran parte en Lenin):
(i) Posición
de clase –lugar en el punto de producción- (determinante):
a)
Relación con los medios de producción
b)
Posición en la organización social del trabajo
c)
Forma y cuantía de la remuneración
(ii)
Condición de clase –vida fuera de la fábrica- (sobredeterminante de primer
nivel):
-
Aquí es donde cabe la distinción entre “burguesía” y
“clase capitalista”. Una parte importante de los “profesionales liberales”
(abogados, arquitectos, ingenieros, médicos) tienen una condición de clase
burguesa, esto aún si se incorporan a la producción como “trabajadores” (muchas
veces asalariados). Este tipo de trabajador es uno con “polarización
capitalista” por su misma posición en la organización social del trabajo, en
ningún caso tiene una “posición de clase contradictoria” como argumenta el Olin
Wright de los 1980s.
(iii)
Extracción de clase -origen social de los padres- (sobredeterminante de primer
nivel)
(iv)
Trayectoria de clase –tránsito entre clases y/o fracciones de clase en la vida
de un individuo (sobre-determinante de primer nivel)
(v)
Posición político-ideológica (sobredeterminante de segundo nivel)
Con
esto en mente, podemos afirmar que el movimiento de pobladores tiene una base
social de clase obrera[12],
pero que su lucha prioritaria es respecto de la condición de clase, lucha muy
relevante, pero cuya falencia está dada por el hecho de que no se enfrenta al
patrón capitalista de manera directa sino mediada. El movimiento sindical
representa (en el chile actual de muy mala manera en el caso de la CUT) al
obrero en el punto de producción. La tarea clasista de hoy entonces aparece
como evidente. Unificar a la clase en sus distintas expresiones poniendo el
énfasis en lo determinante: la posición de clase y el enfrentamiento con los
patrones. Esto, a su vez, supone que el “movimiento de pobladores” constate
prácticamente cómo sus reivindicaciones sólo podrán ser logradas si sus
miembros se auto-comprenden como productores (como diría Humberto Valenzuela)[13]. Asimismo, dentro del contexto del movimiento
estudiantil es imperativo luchar por constituir un polo genuinamente
pro-obrero, cuyas demandas específicas no invisibilicen la contradicción
capital-Trabajo (e.g. en este sentido va la actual lucha contra el subcontrato,
por la triestamentalidad, por el acceso irrestricto a la educación terciaria,
por la estatización bajo control comunitario o cuatriestamental, por una
universidad de, para y por la clase obrera, etc). Esto es, en ningún caso la
tarea del momento es desestimar el campo educacional (como propone Osorio),
sino polarizarlo en pro de la clase explotada. Éste es el sentido de las
iniciativas que proponen la unión obrero-estudiantil.
(Permítaseme
un pequeño excurso en este punto. Que Osorio proponga “desestimar el campo
educacional”, supone dos cosas imbricadas entre sí. Primero, una reducción de
lo educacional a lo estudiantil-formal. Esto es, la negación de la
autoformación continua como necesidad para una política genuinamente clasista.
Es precisamente ésto lo que menta “Baduka Morales”, obrera de la construcción
que participó en la Liga Obrera Marxista de los 2000s, cuando habla de la
necesidad de “estudiar, estudiar y estudiar”. Segundo, implica no reconocerse
en el discurso que Marx dio a la Internacional en 1867:
“La parte más ilustrada de la clase obrera entiende
que el futuro de su clase, y, por tanto, de la humanidad, depende por completo
de la formación de la nueva generación obrera…ellos saben que, antes que
cualquier cosa, los niños y jóvenes deben ser salvados de los aplastantes
efectos del actual sistema” (Karl Marx, en una alocución pública a la Primera Internacional, 1867)
Al final de este escrito retomaremos lo que
consideramos como tarea central para la expresión de la clase obrera en el
punto de producción y para la clase en su conjunto. Antes de esto, quisiéramos
aquí tocar dos puntos más.
Por una parte, la noción de reformismo que Osorio
maneja en su escrito. Si bien el integrante de Cipstra comienza de buena manera
al distinguir entre reformas y reformismo, yerra de manera importante de manera
importante en lo que hace a la caracterización del mismo. Démosle la palabra al
compañero:
“El
“reformismo” es, en cambio, una expresión política con fundamentos teóricos
propios que, en lo medular, entran en conflicto con los planteamientos de la
tradición socialista de tipo revolucionaria. Entre los clásicos, se le ha
distinguido fundamentalmente por asumir que una transición al socialismo es
posible en el marco del capitalismo por medio de una sucesión de
reformas sin la necesidad de un proceso de ruptura revolucionaria con la
institucionalidad, es decir, sin resolver el problema de la
construcción de un poder de clase antagónico al bloque dominante capaz de organizar
una nueva sociedad. En consecuencia, el reformismo propende a la
utilización del Estado burgués como un instrumento que, apoyado por el movimiento
popular, haga viables las transformaciones que se plantea, siendo imperativo
para ello subordinar la independencia del movimiento de masas a sus objetivos y
despojarlo de sus propias capacidades y definiciones autónomas”
“Socialistas
revolucionarios” existen bastante antes que el reformismo. De esto da fe
Blanqui, Proudhon, Bakunin. También muestra esto el mismo Marx, quien escribe
el Manifiesto Comunista (1847-8) precisamente para diferenciar al comunismo de
los distintos “socialismos” que existían en su tiempo (Marx pone el acento en
la lucha de clases y en particular en la clase obrera como agente). Sin
embargo, ni Marx ni nadie de su época habló sistemática ni largamente de
“reformismo”. ¿Por qué? Porque éste no existía. El “reformismo” nace a fines
del siglo en el contexto de la Segunda Internacional, una organización cuyos
partidos componentes eran marxistas, tenían una base social obrera y postulaban
un horizonte más allá del capitalismo. Un escrito clave al respecto es “Reforma
o Revolución” de Luxemburg (1900), escrito en el cual la autora consigna que el
“reformismo” es la expresión político-práctica de “revisionismos” (teóricos)
del tipo de Bernstein. Si bien es correcto el juicio de Osorio de que el
tránsito “pacífico-legal” del capitalismo al socialismo es una dimensión
importante dentro del reformismo, no lo es menos el hecho de poseer una base
social obrera, una base teórica marxista y un horizonte más allá del
capitalismo (cuestiones que no plantea Osorio). Y estos rasgos se mantienen por
lo menos hasta 1975 (aproximadamente cuando acaba la tercera fase capitalista).
Explican por qué Trotsky le enviaba cartas a los obreros socialdemócratas
(reformistas) para articular una defensa contra el fascismo; explican por qué el
auge del reformismo (1930s-1970s aprox) suponía que la revolución obrera
comunista estuviera en el aire en todo el mundo y que por tanto las clases
obreras nacionales pudieran conseguir algunas concesiones democráticas
presionando a los explotadores; explica por qué Trotsky consigna que el
verdadero reformismo secreta “centrismos de izquierda” en los cuales existe
posibilidad de que los comunistas hagan “entrismo”; explica por qué en el
contexto de la UP chilena (el reformismo en el poder del Estado) la revolución
comunista emergió en ciernes expresada en los cordones industriales, etc. Sin
embargo, con el advenimiento de la cuarta fase capitalista, el reformismo se
disgrega y pierde fuerza (no es arbitrario tampoco que esto sea paralelo a una
derrota obrera mundial de proporciones). De él emergen (al menos parcialmente) distintas
fuerzas políticas: a) la socialdemocracia (que defiende unas instituciones de
bienestar determinadas pero que ha abandonado la lucha contra el capitalismo, y
que posee una base social no necesariamente obrera); b) el progresismo
(enarbola demandas progresivas que emergieron predominantemente en partidos
obreros marxistas, pero que, al sustraerles su carácter de clase y
fragmentarlas, las hace funcionales al mpc sino ya directamente
pro-capitalistas); c) el social-liberalismo (partidos de “izquierda” que
aplican un programa liberal-burgués).
Aplicando
este marco al Chile actual, podemos constatar cómo el reformismo no ha crecido
en el último tiempo, como afirma Osorio. Afirmar una cuestión distinta sería
pasar por encima del hecho de que la revolución obrero-comunista no se
encuentra “en el aire” (ni de lejos). Dimensiones reformistas de importancia
tuvo el partido comunista hasta fines de los años 1990s-principios de los
2000s, un tiempo en el cual Gladys Marín aún podía criticar al 10% más rico del
país en el contexto de la Teletón (y ese
Chile era menos desigual que el actual –ejemplo de esto es la evolución del
“salario” parlamentario del 2000 al 2012-). Desde ese momento, no es sólo que
el PC haya pasado de la necesidad de una “revolución democrática” hasta el
actual “gobierno de nuevo tipo”, pasando por la lucha por la “conquista de
derechos sociales”; antes que nada, es el hecho de que el mismo partido haya
dejado de sufrir “quiebres por izquierda” (el nacimiento autónomo del Frente
Patriótico, de la CNT, de la CGT e incluso el más reciente quiebre que dio
origen al Partido Igualdad), y comience a generar “quiebres por derecha” (el
nacimiento de Revolución Democrática, cuyo programa ni siquiera menciona a la clase
obrera o su sucedáneo). El declive del reformismo puede verse en el hecho de
que uno de sus intelectuales orgánicos, Manuel Riesco, fue capaz de escribir lo
siguiente a fines de 2012:
“La abrumadora mayoría del país está de
acuerdo con estas medidas (e.g. estatización), puesto que benefician a todos.
Incluso a la segregada elite que hoy vive aislada y atemorizada, en un
Apartheid que sabe que no puede continuar. Los auténticos empresarios
capitalistas serán los principales beneficiados de nivelar la cancha para las
inversiones productivas en base al trabajo calificado de los chilenos y
chilenas; de hecho, las principales corporaciones rentistas que hoy explotan
los recursos naturales de Chile, son extranjeras…Ciertamente, al igual como
ocurrió a lo largo de buena parte del siglo pasado, esta gran transformación
solo puede ser dirigida por el Estado, conducido por una nueva coalición
desarrollista, de trabajadores manuales e intelectuales, empresarios grandes,
medianos y pequeños y funcionarios, civiles y militares. También los
trabajadores independientes, pescadores y campesinos…”[14]
No es ya
que exista una franja democrática y progresista dentro de la burguesía (la
manida tesis etapista de todos los estalinistas), sino que es necesaria una
alianza con los grandes patrones nacionales. Sólo un partido que ha dejado de
ser reformista abandonaría de manera tan palmaria la categoría de clase en su
discurso (como hace el PC en la actualidad) para reemplazarla por la noción de
“ciudadano”.
¿Quiere decir todo lo anterior que el
reformismo no existe en el seno del Chile actual? En ningún caso, ya que lo que
queremos enfatizar es el hecho de que la incorporación del PC a la NM en 2012,
no implica que exista un “giro reformista”. Lo que hay es un “equilibrio inestable
de fuerzas”, una situación fluida donde el “progresismo” y la
“socialdemocracia” pugnan por ganar espacios. Esto es lo que expresa la citada
incorporación del PC a la NM, un conglomerado político que hoy (hasta el
momento) no articula sino un “reacomodo del social-liberalismo” (reacomodo
necesario por la existencia de una crisis de legitimidad y un alza en la
combatividad del movimiento estudiantil y de franjas obreras). Que el
reformismo ganara fuerza implicaría que crecieren organizaciones estalinistas
como el PC-AP, que la fracción obrera que aún se identifica y vota por el PC
“girara a izquierda”, etc. Sostener una cuestión distinta supone sobreestimar
las propias fuerzas, o, como Osorio, entender que la revolución necesaria es
contra el “bloque neoliberal” y no contra la clase dominante y explotadora
dentro del modo de producción capitalista.
Por otra
parte, quien hoy estudia historia en la Usach (Osorio), plantea un marco
subjetivista e idealista a la hora de entender la política-práctica. ¿En qué
vemos esto? En la noción de “crisis” que maneja Osorio. Para él, una “crisis
orgánica” (Gramsci) puede ser generada por el movimiento de masas. Precisamente
esta tesis planteó Guevara en 1964 (aunque Guevara no hablara en gramsciano):
“…no siempre hay que esperar a que se den todas las
condiciones para la revolución; el foco insurreccional puede crearlas”
Los
problemas con esta tesis son múltiples. Todos se derivan de una visión
idealista y subjetivista, la cual omite el hecho de que la realidad objetiva
“pasa por encima de las cabezas de los actores” (Marx, El Capital, tomo I). Se
omite el hecho de que existen constricciones objetivas que suponen la vigencia
de un modo de producción capitalista sujeto a crisis estructurales (1873-1891,
1929-1940, 1975-1983, 2008….). Que a la vez los “ciclos de lucha de clases”
(e.g. 1968-1981), que también son un factor objetivo no manipulable a voluntad
por organizaciones políticas específicas, se vinculan de manera estrecha (pero
con relativa autonomía) respecto de las tendencias que explican las crisis
estructurales del capitalismo. Se omite, en suma, que la posibilidad de una
revolución obrera-comunista, se deriva de un “crisis nacional objetiva” (“crisis
general” en Lenin), crisis que ni el “pueblo” ni ninguna organización
específica puede crear[15].
¿Supone esto un pasivismo acrítico hasta que llegue el momento crucial? En
ningún caso. Primero, porque para que la crisis nacional objetiva se resuelva
en un sentido obrero-comunista, se necesita la organización de la clase (en
partido, en organización de fábrica, etc), se necesita que la insurrección sea
parcialmente conducida. Segundo, porque tanto clases como organizaciones pueden
influir (¡pero nunca crear, ni manipular!) en las tendencias de la producción y
los ciclos de lucha de clases. Tercero, porque la conquista de posiciones
dentro de una sociedad burguesa, la tarea cotidiana de la clase, supone la
lucha por conquistas democráticas. Cuarto, porque una “crisis de legitimidad”
como la que vive hoy la casta política chilena, si es agudizada por la clase
obrera explotada (y no por el “movimiento popular”[16]),
puede generar un marco de conquistas que prepare a la misma para la conquista
del poder.
Con esto
llegamos al final de esta crítica. Quien escribe[17]
cree necesario plantear el cariz positivo que toda crítica debe tener, y por
tanto plantea lo que sigue. Decíamos más arriba que una tarea fundamental de la
clase obrera (en lo hace a su “posición de clase”), es recuperar los organismos
sindicales unitarios y de masas, recuperarlos en el sentido de dotarlos de una
verdadera democracia obrera. Esto es muy necesario. Pero es una lucha a la cual
deben adosársele contenido y tareas prácticas concretas. Al respecto, Trotsky
diría: “está muy bien recuperar la CUT, pero, ¿con cuál programa?”. Esto es,
entre las demandas mínimas de la clase (que unificadas dan el “programa
mínimo”) y el “programa máximo” (e.g. el socialismo vía dictadura obrera)[18],
existen las “demandas transicionales”. Más allá de la vigencia actual de
demandas transicionales como “control obrero de la producción”, “indexación
salarial”, “escala móvil de horas de trabajo” (consignadas en el Programa de
Transición), ¿Qué demandas transicionales son capaces de cumplir la tarea
asignada? ¿Qué demandas hacen a la clase obrera salir de la atomización y
despolitización en que la sume el efecto de dominio de este modo de producción
explotador bajo el cual vivimos? ¿Qué demandas hacen que la clase obrera
reconozca su poder como clase, su capacidad para distinguir claramente al
enemigo y articular una práctica (horizonte, estrategia, táctica)
anticapitalista genuina? Obviamente, quien escribe no tiene “la respuesta”,
aunque sí cree poder contribuir a la solución de la problemática.
Primero,
debe tenerse en cuenta que la dinámica misma de la producción y la lucha de
clases en el contexto de una sociedad capitalista, hacen que la clase dominante
y explotadora se plantee problemas que es incapaz de resolver. En el caso
chileno, esto se expresa en un Código Laboral con rasgos específicos. Ahí está
el meollo del asunto. Si bien es muy positivo que Osorio y sectores sindicales
no menores se planteen el fin del Código Laboral heredado de la dictadura
militar, esto no es suficiente: debemos ser concretos, la misma realidad
material lo exige (como diría Zavaleta Mercado). Quien escribe considera que
tres demandas específicas (formuladas en términos negativos) implicarían un
avance en el sentido descrito:
(i) La lucha por la eliminación del “despido por
necesidades de la empresa”
(ii) La lucha por la eliminación del “contrato por
prestación de servicios”
(iii) La lucha contra el subcontrato
La primera se enfrenta de manera mediada a la
fracción capitalista que opera en el campo de acumulación (decisiones de
inversión) y cuestiona en no menor medida la existencia del “ejército
industrial de reserva” (EIR) necesidad irrenunciable si es que rige el
capitalismo[19]. La
segunda confronta la polifuncionalidad (o polivalencia), la cual sustenta los
generalizados métodos actuales de extracción de plusvalor absoluto. A la vez,
se enfrenta a la fracción capitalista “poseedora” de los medios de producción,
a aquella fracción que organiza el proceso de trabajo, y cuestiona el “despotismo
de fábrica”. La tercera, por su parte, enfatiza en el proceso de producción (la
vinculación entre unidades de producción) y cuestiona la estructuración actual
de la clase dominante y la constitución de sus fracciones. A su vez, proyecta
la solidaridad de clase en la práctica (“a igual trabajo igual salario”). La
dimensión cooptable de estas demandas es muy pequeña (y a la vez éstas atacan
tendencias que no son sólo nacionales sino que internacionales), y lo será
menor aún si la clase es capaz de proponer un contenido positivo que se añada a
estas demandas definidas en términos negativos. Y, obviamente, esta es sólo una
contribución más, sujeta a discusión, debate y prueba práctica en la lucha de
clases. Es muy posible que existan muy otras demandas transicionales
necesarias. Las distintas fracciones de la clase explotada lo verán en la lucha
práctica.
Manuel
Salgado
[2] Esta cuarta fase
capitalista se ha “denominado” de distintas maneras: postfordismo, neofordismo,
globalización, toyotismo, neoliberalismo. Ahora bien, la denominación más
utilizada es la de “neoliberalismo”. Esta conceptualización entiende a la
misma, por lo general, como una fase en la cual el Estado deja de intervenir en
las distintas formaciones (“se retira”), a la vez que prima un mercado
“globalizado” y “desregulado” bajo la hegemonía del capital financiero. Por
nuestra parte consideramos que este contenido denotado por el concepto
“neoliberalismo” no se condice con la realidad objetiva propia de esta cuarta
fase capitalista. Primero, porque olvida que Estado y capital se requieren y
necesitan mutuamente (como señalan infinidad de marxistas, entre ellos, Simon
Clarke y Andrew Kliman); un Estado débil y que “no interviene” es una
contradictio in adjecto si postulamos la vigencia del modo de producción
capitalista. Así, lo propio de esta cuarta fase capitalista sería la
modificación de la forma de intervención del
Estado en la economía, modificación que no le sustrae a la misma su
carácter decisivo y cualitativamente importante. A esta modificación en el tipo
de intervención estatal, por otra parte, corresponde una transformación del
conjunto de aparatos que constituyen al Estado capitalista, transformación en
la constitución de éstos, forma de relación e importancia jerárquica. En
segundo lugar, y vinculado con lo anterior, el supuesto “mercado desregulado”
que primaría en la fase capitalista que aquí discutimos, en realidad no es tal,
sino que supone una acción estatal continua e intensiva, como muy bien señala
Steve Vogel en “Freer markets, more rules” (1998). Tercero, la denominada
“globalización de los mercados”, en realidad es una tendencia de antigua data
(y no algo “nuevo” que comience sólo en 1975). No es sólo que el “mercado
mundial capitalista” sea una realidad ya en el siglo XIX, es que la tendencia a
la mayor internacionalización de las economías nacionales es propia del
supuesto período “proteccionista-fordista” que comienza en 1945 (como señala
John Weeks en “Globalize, Globa-lize, Global lies…”, 2002, en Capitalist
phases, 2002). Cuarto, la mentada hegemonía del capital financiero (aneja a la
tesis de un estancamiento de la tasa de
ganancia de décadas a partir de 1975), olvida que: a) no ha existido empíricamente
ninguna oposición de importancia entre el capital industrial-productivo y el
capital financiero (de hecho, como señala Orlando Caputo, ambos están
estrechamente fusionados –e.g. cada gran conglomerado industrial-productivo
tiene su propio banco-); b) la tasa de ganancia se recuperó luego de la crisis
de los 1980s (Bill Jefferies habla de una onda expansiva que va de 1993 a
2007); c) la producción es siempre determinante (la hegemonía del capital
financiero es una contradictio in adjecto desde una perspectiva materialista).
En quinto lugar, quienes entienden a esta fase capitalista como
“neoliberalismo” tienden a considerar que la misma es ajena a toda política
económica keynesiana. Y esta tesis, simplemente, no es cierta (como lo
demuestra la actuación de algunos centros capitalistas en la crisis de 1987,
así como también lo que ha venido a denominarse el “keynesianismo de derechas
guerrerista” propio de la economía de Estados Unidos desde ya hace varias
décadas). Sexto, conceptualizar una fase capitalista a partir del campo superestructural
de la ideología (un liberalismo que sólo sería “nuevo”), cae en un análisis
idealista (reemplaza una ideología por el ser de las clases y la producción).
Por lo demás, a quienes hablan de “neo” “liberalismo” como categoría
estructurante en sus análisis, puede muy bien aplicárseles la conocida máxima
de Nahuel Moreno: “es muy grave
afirmar que algo es nuevo para evitar hacer un análisis de clase”. Por
nuestra parte, si bien no pretendemos poseer una caracterización definida y
final de la fase en cuestión, consideramos que su explicación debe enfatizar en
los cambios dentro del proceso de producción y en el proceso de trabajo, la
generalización de la ley de valor por el mundo entero (incorporación de la
antigua urss y de China), el tipo específico de intervención estatal, así como
también considerar las implicancias de una derrota mundial de la clase obrera
(derrota en la periferia, en los centros, en la urss, en China, en África).
[3] Me reservo la cuestión de la “base social” y
de la “base electoral” (que requieren investigación empírica para ser evaluados
de manera certera). Respecto de la base operativa del Partido Progresista, no
basta sino fijar la atención en su figura principal, Marco Enríquez Ominami, quien vive en un exclusivo barrio de
la capital (Chicureo) y propone una “sociedad con mercado”; respecto de
Izquierda Ciudadana, véase su misma denominación, la cual llama a la
colaboración de clases (desde el Marx de La Cuestión Judía de 1843 sabemos que
tanto burgueses como obreros son “ciudadanos”, y los primeros, bajo una
sociedad burguesa, siempre primarán si omitimos el carácter de clase de la
ciudadanía que buscamos: ciudadanía obrera, ciudadanía burguesa), así como su
activa participación con políticos burgueses “progresistas” como la actual
alcaldesa de Providencia ; respecto de Izquierda Unida ver el claro progresismo
(que siempre es burgués) de Cassadó en sus columnas para Elclarin.cl y el
ciudadano.cl; respecto del Socialismo Allendista, basta sino haber leído la
interpretación que tienen de la UP como un mero proyecto socialdemócrata sin
dimensión obrera alguna, para constatar su base operativa y proyecto
burgués-capitalista.
[4]
Respecto de la existencia de fracciones izquierdistas dentro de la
Concertación, Agacino escribió en 2005 que éstas habían desaparecido (Agacino
opera con una noción cercana a lo que el sentido común comprende como
“izquierda clasista”)
[5]
Algunas corrientes trostkystas como el PTR, la CER y otros, las cuales sí se
identifican con la izquierda, no cayeron en este error. La diferencia es que
estos grupos son de la “izquierda clasista”.
[7]
¿Supone esto desestimar de plano en todo a la “izquierda”? En ningún. La
organizaciones genuinamente obreras pueden (y deben) articular acuerdos con
distintas organizaciones de izquierda, según la situación de la lucha de clases
lo requiera y manteniendo una línea clasista. A lo que apuntamos es, antes
bien, a la colaboración entre
clases antagónicas que supone la
tesis de la unidad de la izquierda.
[8]
Artículos que sostengan esta tesis hay muchos. En términos generales, el lector
puede dirigirse a los escritos de las diferentes agrupaciones que componen la
FT-IV, así como también al ya citado sitio de los morenistas de “laclase.org”.
Un artículo que resume bien y de manera sucinta los argumentos y datos que
sostienen esta tesis, y lo hace en el contexto de una crítica al plataformismo,
puede leerse en el siguiente vínculo:http://periodicoellibertario.blogspot.com/2014/04/venezuela-una-encrucijada-donde-hay.html#more.
[9]
“Clase” y “pueblo” efectivamente no son lo mismo. Al menos en lo hace al
contenido material que han designado en la historia de lucha de clases hasta
hoy. Quien escribe actualmente realiza una pequeña investigación al respecto,
la cual publicará a la brevedad.
[10]
Si entendemos que el Chile actual sufrió
un proceso agudo de descampesinización desde 1975 (por lo menos), pero que a la
vez la degradación de las condiciones obreras de vida fue eminente, el “pueblo
pobre” no parece una mala alternativa a la hora de considerar el tipo de
alianzas entre los explotados para enfrentar de manera decidida a la clase
dominante y explotadora. Además, la misma clase obrera no es igual al
trabajador asalariado libre (fundado en la explotación capitalista que supone
el plusvalor relativo y la subsunción real), como señalan distintos autores
(Jairus Banaji, Tom Brass, Jacques Chevalier, Carol Smith, etc) en el contexto
del debate marxista acerca de los modos de producción.
[12]
El otrora leninista Manuel Castells demostró empíricamente a principios de los
1970s que los “marginales” del Chile de esa época tenían un posición
predominantemente obrera. Si eso ya era así para un Chile en el cual los grupos
campesinos aún tenían cierto peso en la estructura social, es más que probable
que hoy los “marginales”, bajo el contexto de un proceso de
“descampesinización” profundo, sean obreros. De hecho, éste es el sentido del
actual trabajo tercerizado, parcial, informal, del subcontrato, etc.
[13]
Una tendencia en este sentido, bastante progresiva, se da con el movimiento de
pobladores que recién viene naciendo en el norte de la capital (Conchalí y
comunas aledañas)
[14] http://marxsimoanticapitalista.blogspot.com/2013/04/tristeza-de-un-comunismo-capitalista.html.
La idea de que el conflicto clasista no tiene base nacional fue sostenida por
fracciones de la misma OCL, matriz del FEL (la organización a la cual Osorio
pertenece hasta donde sabe quien escribe), durante el 2013.
[15]
La “crisis nacional objetiva” de Lenin, ¿fue una mera especificidad rusa como
dicen los progres? En ningún caso, ya que “situaciones revolucionarias”, “revolucionarias
sui generis” y “prerrevolucionarias”, sí se dieron en muchas ocasiones después
de Noviembre de 1917. De esto da Alemania 1923; Francia y España en los 1930s;
Italia, Francia y Grecia en 1945-1947; Alemania en 1953; Hungría en 1956;
Bolivia en 1952; Chile en 1972-1973; Portugal en 1974-1975; Irán en 1979. Pero,
más importante para la lucha política actual, situaciones de este calibre sí se
dieron desde 2008 en Túnez, Egipto, Grecia y parcialmente en España.
[16]
Como señalara Alejandro Montecinos en los 2000s, el concepto “movimiento
popular” precisamente emerge en el Chile de los 1980s a partir de intelectuales
(Mario Garcés, Gabriel Salazar) que se oponían a una política clasista. De
manera poco sorprendente, de ahí en adelante el contenido material concreto de
la noción “movimiento popular” ha incluido dentro de sí (de manera indistinta)
capas medias y fracciones de extracción burguesa.
[17]
Para que no queden dudas: quien escribe tiene una extracción de clase burguesa
(hijo de profesionales bien avenidos), fue a la universidad (pero no tiene
título) y hoy trabaja de obrero (posición de clase obrera). No es un crítico
superficial del PC, a quien votó al menos en 4 ocasiones, así como también
concurrió a la marcha de 2005 por la muerte de Gladys Marín (500 mil personas).
Quien escribe hace una crítica clasista genuina al populismo de Osorio.
[18]
La “unidad de voluntades”, sean “de izquierda” o “socialistas”, es lo que hace
sectarios a grupos obreros como la citada Unión Portuaria, la cual, como
dijimos más arriba, desestimó convocar a la CUT en el contexto del paro por
rama de principios de 2014, porque ésta era “amarilla”. Sea “de izquierda” o “socialista”,
el sectarismo se reconoce en el hecho de que antes que las demandas
transicionales pone el “programa máximo”
[19]
No por nada en la URSS no existía desempleo: allí existía un modo explotador,
pero éste no era capitalista.
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