Tristeza de un comunismo
capitalista. Crítica a Manuel Riesco
Hubo
un tiempo en que la mayor parte de los partidos comunistas en el mundo entero
apostaban a la revolución en dos etapas: primero una “revolución burguesa” (que
generaría condiciones), luego, una “revolución socialista”. Hoy, en el caso
chileno, esta estrategia de lucha ya no es más: el partido comunista de vicuña
mackenna, según los desarrollos de uno de sus más connotados “teóricos”, sólo
debe apostar a la “revolución burguesa”, la cual es entendida como un fin en sí
mismo.
Como
bien señala la bajada de esta nota, en este artículo pretendemos desarrollar
una crítica objetiva a lo que con razón puede denominarse como una estrategia
de lucha pro-capitalista adoptada por el partido comunista de chile. El mismo
tiene como material de su crítica a dos notas de Manuel Riesco aparecidas a
finales del pasado año, “Carta abierta a Camilo Escalona” (Septiembre 2012) y “Estatizar”
(Noviembre 2012)[1].
Para realizar esta crítica procederemos
sistemáticamente. Esto es, primero señalaremos la epistemología/ontología
implícita en los desarrollos teóricos de Riesco, para solo después presentar y
criticar las tesis sustantivas elaboradas para interpretar lo pasado y lo
actual, tesis de las cuáles se derivan necesariamente ciertas estrategias de
lucha y conclusiones de connotación política evidente.
En lo que refiere a la epistemología/ontología
subyacente a los desarrollos aquí tematizados, solo apuntaremos sumariamente
que se opera mediante un neokantismo weberiano nominalista, el cual es
arrealista, adialéctico y ahistórico. Este operar puede apreciarse de manera
palmaria en el espíritu mismo de los dos artículos aquí criticados, espíritu
que tiene su horizonte en la generación de una “revolución burguesa” capaz de
desarrollar el capitalismo propiamente tal y negar así su versión “deformada”
actual. En suma, en tanto Riesco trabaja con una noción de capitalismo sólo
basada en el plusvalor relativo, altas tasas de acumulación, subsunción real y
mercados competitivos, lo que en realidad está haciendo es operar mediante
“tipos ideales” weberianos. Como este no es lugar para desarrollar un excurso
epistemológico, aquí sólo diremos que una concepción racional del capitalismo
como modo de producción sólo puede operar mediante una epistemología/ontología
realista, materialista, histórica y dialéctica. Una tal aprehensión de lo real
comprenderá que el modo de producción capitalista se compone, tanto del
plusvalor relativo como del plusvalor absoluto, tanto de la subsunción formal
como de la real, tanto de formas de explotación salariales como formas no
salariales, tanto de de acumulación primitiva permanente como de acumulación
altamente productiva, etc. Esto es, el capitalismo “actualmente existente” en
nuestra formación nacional es la forma que ha tomado éste modo de producción en
nuestro espacio territorial y no una versión deformada de cierto tipo ideal
(por lo demás mal concebido): el querer transformar lo “capitalista actual”
postulando un horizonte “capitalista ideal” no supone otra cosa que
incomprender las bases mismas de operación del modo de producción en el cual se
vive.
Esta forma de concebir lo real por parte de
Riesco (y por implicación, por parte del PC de vicuña mackenna), lleva
aparejadas tesis sustantivas acerca de la realidad (supuestamente) “deformada”
del capitalismo nacional e internacional actuales. Para Riesco, lo esencial de
este capitalismo que “no debe ser” es que el mismo está manipulado por una
élite de monopolios financieros y bancarios internacionales:
“La
tan mentada "globalización" neoliberal de las últimas tres décadas,
no fue otra cosa que la libre circulación mundial del dinero, promovida
entusiastamente por los banqueros, que aumentaron desmesuradamente su poder e
influencia durante el mismo periodo. Al igual que las grandes corporaciones
rentistas, las que tampoco necesitan de protección estatal alguna…”
Esta élite, que no es más que un 1%,
instituiría mercados de “competencia imperfecta[2]”, los
cuáles negarían las virtudes de un capitalismo “productivo”.
Estas
tres tesis sustantivas (mito del 1%, capitalismo rentista monopólico y la
existencia de una “competencia imperfecta” – “no verdadera”, en palabras de
Riesco-), llevan a nuestro autor a postular las siguientes conclusiones. Dado
que éstos son los conflictos centrales del capitalismo “deformado” actual, es
necesario articular una alianza nacional interclasista (entre clases distintas
y realmente antagónicas), que tiene
sus raíces históricas en el “desarrollismo” patriota de nuestra historia
pasada, y que debe apostar a construir, como horizonte de lucha, un fuerte
Estado de bienestar de tipo “europeo” mediante la renacionalización de varias
riquezas naturales. Esto porque la realidad actual de nuestra formación
presupone una nula acción del Estado, en el contexto de una supuesta
“globalización” donde primarían mercados “imperfectos”.
Para
quien escribe, todas estas tesis sustantivas están tan racionalmente
equivocadas como el marco epistemológico/ontológico que las informa. De hecho,
cualquier forma de anticapitalismo objetivo debe rechazarlas si es que
realmente pretende trascender este modo de producción mediante sus luchas
prácticas. Veamos cada una de ellas con detalle.
La
idea de que el capitalismo actual es manipulado por una élite de rentistas
monopólicos, banqueros sin escrúpulos que buscan la máxima ganancia y no se
conforman con la “ganancia justa” del capitalista productivo, no es una nueva.
Por el contrario, tiene una larga historia. Se enraíza primero en ciertas tesis
hegemónicas dentro de la Segunda Internacional, según las cuales la ley del
valor habría ya dejado de operar con el advenimiento del siglo XX. En efecto,
para Hilferding (quien sólo toma elementos ya presentes en Engels), en el
capitalismo de principios del siglo XX no regiría ya la ley de la tendencia
descendente de la tasa media de ganancia (TDTMG), y los monopolios financieros
(bancos+industrias) manejarían los precios de mediano y largo plazo a voluntad.
Así, una estrategia racional de lucha sólo supondría que el Estado se apropiara
de estos monopolios y regulara la remanente “anarquía” del mercado capitalista.
Avanzado en la historia, serán los partidos comunistas de mitad del siglo XX
ligados al kremlin, los que postularán la necesidad de la lucha de todo el “pueblo”
contra el gran capital monopólico[3]. Hoy,
por su parte, gran parte de la “izquierda burguesa” postula la necesidad de la
lucha contra el capitalismo financiero, capitalismo rentista “no productivo”.
Sin embargo, estas tesis y sus implicaciones de lucha suponen al menos dos
errores básicos. Primero, el hecho de que si se niega la vigencia de la ley del
valor es muy difícil operar ya bajo un marco de análisis económico marxista.
Por tanto, hablar de productividad, valor, clases, luchas de clases, etc no
sería más que un artificio teórico desprovisto de fundamento material. Segundo,
que la realidad misma ha mostrado como las dos últimas grandes crisis del
capitalismo (el fin de los “treinta dorados” a partir de 1975 y la crisis actual
comenzada en 2008) de hecho se derivan de la TDTMG[4],
mecanismo objetivo que da cuenta de manera palmaria la vigencia de la ley del
valor.
En
segundo lugar, como puede desprenderse del párrafo anterior, las tesis del
capitalismo monopolista/rentista suponen la construcción de alianzas
interclasistas que sólo hoy toman la forma de la lucha contra el mentado 1%.
Las críticas caen de cajón: a) cualquier alianza interclasista concebida en
términos fuertes niega la contradicción estructural entre capital y Trabajo; b)
la alianza interclasista postulada por Riesco y la tesis del 1% incluye dentro
de sí no sólo a la (quizás) inofensiva pequeñaburguesía, sino que a los mismos
capitalistas productivos (y no sólo al pequeño y mediano capital, sino que
también quizás a fracciones de grandes capitalistas); c) la lucha que se
postula ya no es de clases, sino ahora debe lucharse contra un “porcentaje”
(las clases no son porcentajes sino realidades materiales ancladas en la
producción); d) se entiende que la alianza debe ser entre la “clase salarial”
enfrentada a los rentistas que sólo perciben utilidades[5] (fundar
las clases sólo en categorías de
remuneración como el salario obvía el hecho de que muchos altos salarios no son
sino redistribución de plusvalor –e.g. los gerentes reciben “salario”-).
Tercero, Riesco entiende que el mercado
capitalista propiamente tal (como “debiera ser”) es uno pacífico (y benéfico).
Al respecto, véase la siguiente cita:
“Al
menos, existe una experiencia histórica en que los primeros Estados capitalistas,
han dejado atrás guerras pasadas y se han propuesto construir en paz un mercado
común, lo cual ha requerido que paralelamente vayan creando instituciones
estatales supranacionales, que lo regulen y protejan sobre un espacio mayor de
soberanía compartida”
De
nuevo la crítica es evidente: el mercado capitalista no es una libre
transacción pacífica, sino que tiene las implicancias de una guerra (guerra de
capitales, como se desprende de los análisis de Shaik y de Marx, por ejemplo).
Los términos utilizados por el mismo Marx para describir y explicar la
operación del mercado capitalista, que son de clara implicación guerrera
(proletarización como bajas en las filas capitalistas, ejército industrial de
reserva, etc), en ningún caso son gratuitos. Es que, en efecto, señalan la
coerción inherente al mercado capitalista, coerción (cara a los marxistas
políticos como Brenner y Meiksins Wood) que obliga a los agentes a reproducirse
“en el mercado” (ciertos capitales deben quebrar, ciertos obreros deben sufrir
el desempleo). En suma, entender la “competencia capitalista” como un acuerdo
pacífico, es no entender que toda competencia en una formación capitalista es
un conflicto guerrero y “a muerte”.
Cuarto, cuando Riesco entiende que la
necesidad actual de la lucha supone implementar algunas estatizaciones, toda
vez que en lo presente prima un mercado desbocado desregulado, yerra de forma
sustantiva en su análisis. Primero, porque la misma dicotomía Estado/mercado es
ajena a un análisis racional de la realidad y es típica de análisis económicos
neoliberales. Al respecto, Alfredo Saad-Filho es claro:
“Las políticas neoliberales están
basadas en tres premisas. Primero, la dicotomía entre el Estado y el mercado.
El neoliberalismo presume que el Estado y el mercado son instituciones
distintas y mutuamente exclusivas, y que una se expande sólo a expensas de la
otra…”[6]
Un análisis más pertinente de las formaciones
capitalistas supondría, en cambio, comprender que:
“En tanto las economías
capitalistas descansan fuerte y necesariamente en las instituciones estatales,
los intentos de medir el grado de intervención estatal son simplemente
descaminados. Lo que realmente importa es la ganancia y la pérdida para cada
tipo de política estatal, y la implementación de políticas intencionadas y
coordinadas…”[7]
Por lo demás, la presencia estatal (que no
beneficia a las clases productoras y explotadas) en la formación capitalista
chilena actual es evidente: forma impositiva que instituye créditos a los
empresarios por declarar utilidades y que grava al consumo popular en primer
lugar, subsidios a las forestales (75% de los costos de producción de estas
grandes empresas privadas son subvenidos por el estado), subsidios a monopolios
regulados (agua, transporte público, afp, etc), y un laaargo etcétera. Por otra
parte, el dato de la causa no es que la globalización haya mermado la acción de
los Estados a favor de los mercados desregulados, sino que la fase de
acumulación capitalista vigente realmente se afirma en el fortalecimiento del
Estado. No es sólo que Andrew Gamble haya escrito The Free Economy and the Strong State: The
Politics of Thatcherism, sino que
es la misma Ellen Meiksins Wood la que
nos dice:
“La globalización, que ha minado
las comunidades tradicionales y las redes de seguridad social ha, quizás de manera
paradigmática, hecho las funciones estatales más, antes que menos, necesarias
para la preservación del sistema capitalista…”[8]
En
suma, la concepción de la realidad estatal con la que trabaja Riesco supone una
separación espuria entre Estado y mercado, separación en la que confluye una
tradicional visión del estado como ente “neutral” (muy propia de los partidos
comunistas que también operaban bajo la noción de la neutralidad de la fuerzas
productivas durante el siglo XX). Esto porque la estatización alentada por
nuestro autor tiene implicado el hecho de que:
“La
abrumadora mayoría del país está de acuerdo con estas medidas (e.g.
estatización), puesto que benefician a todos. Incluso a la segregada elite que
hoy vive aislada y atemorizada, en un Apartheid que sabe que no puede
continuar. Los auténticos empresarios capitalistas serán los principales
beneficiados de nivelar la cancha para las inversiones productivas en base al
trabajo calificado de los chilenos y chilenas; de hecho, las principales
corporaciones rentistas que hoy explotan los recursos naturales de Chile, son
extranjeras”
Por el contrario, una concepción favorable a
los trabajadores siempre entenderá que existen “estatizaciones burguesas” y
“estatizaciones obreras”. Mientras las primeras pueden continuar vendiendo
mercancías en el mercado (nacional y/o internacional) y a la vez no cuestionan
“qué” se produce, “quién” produce, “cómo” se produce y “para quién” se produce,
las segundas no venden mercancías y entienden la necesidad de transformar la
división capitalista del trabajo y responder desde una perspectiva clasista las
cuatro preguntas fundamentales señaladas. No obstante, para el pc de vicuña
Mackenna, la única estatización que existe es la “estatización burguesa” (o la
única deseable), y no considera la posibilidad de que el movimiento objetivo de
lo real precisamente presente en lo actual las semillas de un horizonte de “estatizaciones
obreras” (éste es el sentido de las demandas de las aces por una estatización
con control comunitario, de los mineros de El teniente por una estatización
bajo control obrero, de los estudiantes de la universidad del mar, etc).
En
quinto lugar, las premisas históricas que informan la estrategia de lucha
formulada por el portavoz de quienes hoy sostienen a la Concertación, suponen
una incomprensión de nuestra historia nacional y del decurso internacional. Es
que, en efecto, cuando Riesco señala que:
“Ciertamente,
al igual como ocurrió a lo largo de buena parte del siglo pasado, esta gran
transformación solo puede ser dirigida por el Estado, conducido por una nueva
coalición desarrollista, de trabajadores manuales e intelectuales, empresarios
grandes, medianos y pequeños y funcionarios, civiles y militares. También los
trabajadores independientes, pescadores y campesinos…”
…y, a la vez, reúne en un mismo movimiento
las experiencias de la “revolución en libertad” y del “socialismo por la vía
institucional”[9],
en realidad no comprende que el defecto del proyecto de la unidad popular de
hecho fue no radicalizar jurídicamente la diferencia de fundamentos entre sus
horizontes y los del desarrollismo previo, diferencia de fundamentos objetiva que se expresaba en la
emergencia del poder popular al cual el golpe y la dictadura vinieron a
reprimir[10].
En suma, Riesco no comprende que lo real no pudo transformarse en el pasado
precisamente porque se intentó aún seguir operando bajo la lógica de las
“alianzas desarrollistas” y que, hoy, si realmente se desea transformar algo,
deben evitarse este tipo de caminos.
En lo
que refiere a la historia internacional, el traductor chileno de Robert Brenner,
supone que lo necesario para la lucha en lo actual es repetir en territorio
nacional el estado de bienestar “a la europea”. La crítica a esta cuestión la
he desarrollado en otra parte de manera más extensa[11], por lo
que aquí sólo mencionaré telegráficamente algunos puntos: a) en América latina
no existió un estado de bienestar sino un estado de compromiso (las bases
sociales de ambos son muy distintas); b) el estado de bienestar europeo
significó redistribución entre la clase
trabajadora y no una redistribución desde
el capital hacia los trabajadores (como señala Anwar Shaik); c) el estado
de bienestar se fundaba en la posición de ciertos centros capitalistas en la
cadena imperialista mundial (sobreganancias del capital provenientes de la
periferia); d) el estado de bienestar ha cesado casi de existir en el mundo
entero (un punto clave es la caída de la socialdemocracia sueca en 1994, como
bien señala John Gray); e) la idea de “reimplantar” el estado de bienestar en
tierras nacionales no supone más que un marco de análisis colonial que copia
los modelitos de allá del norte y muestra como aún somos una neocolonia “en el
pensamiento”.
Todo
este análisis de Manuel Riesco se fundamenta en: (1) una interpretación
particular de las movilizaciones de los últimos años (2) y en la necesidad de
proporcionar gobernabilidad para un próximo mandato de Bachelet. En lo que
refiere a las movilizaciones, Riesco cree que:
“Lo
más probable es que el futuro gobierno de Bachelet desate una importante
movilización popular. Hasta ahora solo han entrado a la pelea los sectores
medios, pero ello no significa que el pueblo ya esté arreglado”
Esta
es una tesis que, sino palmariamente errada, es al menos “unilateral”: a) ¿Qué
decir de las movilizaciones en Aysén?, ¿acaso los pescadores artesanales (base
social fundamental de las mismas) fueron parte de una movilización
mesocrática?; b) ¿qué decir de las decenas de miles de secundarios que se
tomaron sus colegios en 2011 y decidieron perder el año? ¿acaso ellos eran sólo
hijos de la “clase media” y no hijos de trabajadores y pobladores?; c) ¿qué
decir de Freirina?; d) ¿qué decir los universitarios del mesup y de la
universidad del mar? ¿acaso no son éstos hijos de trabajadores que demandan un
proceso de estatizaciones obreras?, etc, etc, etc.
Por
último, Riesco formula de esta manera la cuestión de la necesidad de
gobernabilidad:
“Ciertamente,
concuerdo plenamente en la necesidad de ganar las próximas elecciones
presidenciales y obtener la mayor representación parlamentaria que resulte
posible. Asimismo, será necesario garantizar la gobernabilidad del gobierno de
Bachelet…”
Para los desmemoriados, es pertinente
recordar que el término “gobernabilidad” no es más que un sucedáneo elaborado
por las instituciones internacionales aliadas al capital para reemplazar lo que
en buen cristiano no es más que la hegemonía
de la clase capitalista dominante (y explotadora)
Es en base a estos desarrollos que la
política actual del partido comunista cree posible y necesario implementar una
“revolución burguesa”. No es ya la tesis de la “revolución en dos etapas”, la
cual tenía sentido para la china de la década del 20’ (al menos como apuesta
desde el comunismo ruso recientemente triunfante), sino que es la necesidad
normativa de desarrollar un “capitalismo benéfico”, lo que postulan Riesco y el
pc. Luego de una contrarrevolución burguesa evidentemente implementada a partir
de 1975 en nuestro país, los comunistas de vicuña mackenna quieren implementar…¿qué
cosa?: una nueva revolución burguesa. Ironías de la historia, tristezas de un
comunismo que ha devenido finalmente capitalista. Tristezas desde una tronera
que ahora y siempre buscará implementar una estrategia de lucha anticapitalista
y comunista cuyos objetivos de lucha sean la libertad y la igualdad
(sustantivas y materiales)[12]
Manuel Salgado Muñoz, (un estudiante más)
marzo/abril 2013
[1] Veáse “Estatizar” en: http://www.g80.cl/noticias/columna_completa.php?varid=16567 y “Carta abierta a Camilo Escalona” en:
http://www.g80.cl/noticias/columna_completa.php?varid=16167
[2] Dice
Riesco: “…por parte de los empresarios,
pero también entre éstos, ganando los más fuertes…La capacidad de estos últimos
de influir mercados, unida a la propiedad privada sobre la tierra y sus
recursos, genera adicionalmente una clase especial, los rentistas, que
parasitan del conjunto de los productores en virtud de su control sobre estos
monopolios”
[3] La
desestalinización de Kruschev es un momento calve al respecto: aquí se
reformula la idea de un “Estado de todo el pueblo” y se deja de lado el
análisis clasista objetivo
[5]Véase
la siguiente cita: “… escandalosa
desigualdad. No solo de aquella que se verifica al interior de la fuerza de
trabajo, que es la que mide la CASEN, que también resulta más desigual que en
la mayoría de los países. La desigualdad de verdad, sin embargo, es entre el 99
por ciento de la población que representa la CASEN y el uno por ciento
verdaderamente rico que ni siquiera se digna responderla…Según la propia CASEN
y el Banco Central,
el ingreso total de las familias que responden dicha encuesta representa apenas
un 40 por ciento del PIB. Ello equivalente exactamente a los ingresos del
trabajo, mientras que los excedentes de explotación de las grandes empresas
representan el 50 por ciento del PIB…”
[6] Anticapitalism.
A marxist introduction (editado por Alfredo Saad Filho, varios autores, 2003,
Londres)
[7] Ibid.
[8] Ibid
[9]
Riesco establece: “Esto lo conocemos
bien, porque hemos sido actores en los últimos grandes ciclos de auge de la
movilización popular: el que se extendió desde la segunda mitad de los años1960
y hasta 1973, que hizo posibles las grandes e irreversibles transformaciones
progresistas de los gobiernos de los Presidentes Frei Montalva y Allende”
[10] Agacino señala
con razón que el tercer año del gobierno de la UP fue de hecho uno de
estrategias centristas ante el inminente fracaso en la lucha de clases; de
hecho, Allende pretendía en efecto realizar un plebiscito, el cual a todas
luces hubiera perdido (al máximo que llegó la UP fue 44% de los votos). Por
esto, el golpe y la dictadura no fue tanto contra el “gobierno popular” (ya
derrotado), sino contra el emergente “poder popular” que se actualizaba en los
cordones e industrias nacionales.
[12] No existe
igualdad sin libertad, ni libertad sin igualdad
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