lunes, 29 de abril de 2013

Tristeza de un comunismo capitalista. Crítica a Manuel Riesco


Tristeza de un comunismo capitalista. Crítica a Manuel Riesco

Hubo un tiempo en que la mayor parte de los partidos comunistas en el mundo entero apostaban a la revolución en dos etapas: primero una “revolución burguesa” (que generaría condiciones), luego, una “revolución socialista”. Hoy, en el caso chileno, esta estrategia de lucha ya no es más: el partido comunista de vicuña mackenna, según los desarrollos de uno de sus más connotados “teóricos”, sólo debe apostar a la “revolución burguesa”, la cual es entendida como un fin en sí mismo.

Como bien señala la bajada de esta nota, en este artículo pretendemos desarrollar una crítica objetiva a lo que con razón puede denominarse como una estrategia de lucha pro-capitalista adoptada por el partido comunista de chile. El mismo tiene como material de su crítica a dos notas de Manuel Riesco aparecidas a finales del pasado año, “Carta abierta a Camilo Escalona” (Septiembre 2012) y “Estatizar” (Noviembre 2012)[1].

 Para realizar esta crítica procederemos sistemáticamente. Esto es, primero señalaremos la epistemología/ontología implícita en los desarrollos teóricos de Riesco, para solo después presentar y criticar las tesis sustantivas elaboradas para interpretar lo pasado y lo actual, tesis de las cuáles se derivan necesariamente ciertas estrategias de lucha y conclusiones de connotación política evidente.

 En lo que refiere a la epistemología/ontología subyacente a los desarrollos aquí tematizados, solo apuntaremos sumariamente que se opera mediante un neokantismo weberiano nominalista, el cual es arrealista, adialéctico y ahistórico. Este operar puede apreciarse de manera palmaria en el espíritu mismo de los dos artículos aquí criticados, espíritu que tiene su horizonte en la generación de una “revolución burguesa” capaz de desarrollar el capitalismo propiamente tal y negar así su versión “deformada” actual. En suma, en tanto Riesco trabaja con una noción de capitalismo sólo basada en el plusvalor relativo, altas tasas de acumulación, subsunción real y mercados competitivos, lo que en realidad está haciendo es operar mediante “tipos ideales” weberianos. Como este no es lugar para desarrollar un excurso epistemológico, aquí sólo diremos que una concepción racional del capitalismo como modo de producción sólo puede operar mediante una epistemología/ontología realista, materialista, histórica y dialéctica. Una tal aprehensión de lo real comprenderá que el modo de producción capitalista se compone, tanto del plusvalor relativo como del plusvalor absoluto, tanto de la subsunción formal como de la real, tanto de formas de explotación salariales como formas no salariales, tanto de de acumulación primitiva permanente como de acumulación altamente productiva, etc. Esto es, el capitalismo “actualmente existente” en nuestra formación nacional es la forma que ha tomado éste modo de producción en nuestro espacio territorial y no una versión deformada de cierto tipo ideal (por lo demás mal concebido): el querer transformar lo “capitalista actual” postulando un horizonte “capitalista ideal” no supone otra cosa que incomprender las bases mismas de operación del modo de producción en el cual se vive.

 Esta forma de concebir lo real por parte de Riesco (y por implicación, por parte del PC de vicuña mackenna), lleva aparejadas tesis sustantivas acerca de la realidad (supuestamente) “deformada” del capitalismo nacional e internacional actuales. Para Riesco, lo esencial de este capitalismo que “no debe ser” es que el mismo está manipulado por una élite de monopolios financieros y bancarios internacionales:

“La tan mentada "globalización" neoliberal de las últimas tres décadas, no fue otra cosa que la libre circulación mundial del dinero, promovida entusiastamente por los banqueros, que aumentaron desmesuradamente su poder e influencia durante el mismo periodo. Al igual que las grandes corporaciones rentistas, las que tampoco necesitan de protección estatal alguna…” 
 Esta élite, que no es más que un 1%, instituiría mercados de “competencia imperfecta[2]”, los cuáles negarían las virtudes de un capitalismo “productivo”.

 Estas tres tesis sustantivas (mito del 1%, capitalismo rentista monopólico y la existencia de una “competencia imperfecta” – “no verdadera”, en palabras de Riesco-), llevan a nuestro autor a postular las siguientes conclusiones. Dado que éstos son los conflictos centrales del capitalismo “deformado” actual, es necesario articular una alianza nacional interclasista (entre clases distintas y realmente antagónicas), que tiene sus raíces históricas en el “desarrollismo” patriota de nuestra historia pasada, y que debe apostar a construir, como horizonte de lucha, un fuerte Estado de bienestar de tipo “europeo” mediante la renacionalización de varias riquezas naturales. Esto porque la realidad actual de nuestra formación presupone una nula acción del Estado, en el contexto de una supuesta “globalización” donde primarían mercados “imperfectos”.

 Para quien escribe, todas estas tesis sustantivas están tan racionalmente equivocadas como el marco epistemológico/ontológico que las informa. De hecho, cualquier forma de anticapitalismo objetivo debe rechazarlas si es que realmente pretende trascender este modo de producción mediante sus luchas prácticas. Veamos cada una de ellas con detalle.

 La idea de que el capitalismo actual es manipulado por una élite de rentistas monopólicos, banqueros sin escrúpulos que buscan la máxima ganancia y no se conforman con la “ganancia justa” del capitalista productivo, no es una nueva. Por el contrario, tiene una larga historia. Se enraíza primero en ciertas tesis hegemónicas dentro de la Segunda Internacional, según las cuales la ley del valor habría ya dejado de operar con el advenimiento del siglo XX. En efecto, para Hilferding (quien sólo toma elementos ya presentes en Engels), en el capitalismo de principios del siglo XX no regiría ya la ley de la tendencia descendente de la tasa media de ganancia (TDTMG), y los monopolios financieros (bancos+industrias) manejarían los precios de mediano y largo plazo a voluntad. Así, una estrategia racional de lucha sólo supondría que el Estado se apropiara de estos monopolios y regulara la remanente “anarquía” del mercado capitalista. Avanzado en la historia, serán los partidos comunistas de mitad del siglo XX ligados al kremlin, los que postularán la necesidad de la lucha de todo el “pueblo” contra el gran capital monopólico[3]. Hoy, por su parte, gran parte de la “izquierda burguesa” postula la necesidad de la lucha contra el capitalismo financiero, capitalismo rentista “no productivo”. Sin embargo, estas tesis y sus implicaciones de lucha suponen al menos dos errores básicos. Primero, el hecho de que si se niega la vigencia de la ley del valor es muy difícil operar ya bajo un marco de análisis económico marxista. Por tanto, hablar de productividad, valor, clases, luchas de clases, etc no sería más que un artificio teórico desprovisto de fundamento material. Segundo, que la realidad misma ha mostrado como las dos últimas grandes crisis del capitalismo (el fin de los “treinta dorados” a partir de 1975 y la crisis actual comenzada en 2008) de hecho se derivan de la TDTMG[4], mecanismo objetivo que da cuenta de manera palmaria la vigencia de la ley del valor.
 En segundo lugar, como puede desprenderse del párrafo anterior, las tesis del capitalismo monopolista/rentista suponen la construcción de alianzas interclasistas que sólo hoy toman la forma de la lucha contra el mentado 1%. Las críticas caen de cajón: a) cualquier alianza interclasista concebida en términos fuertes niega la contradicción estructural entre capital y Trabajo; b) la alianza interclasista postulada por Riesco y la tesis del 1% incluye dentro de sí no sólo a la (quizás) inofensiva pequeñaburguesía, sino que a los mismos capitalistas productivos (y no sólo al pequeño y mediano capital, sino que también quizás a fracciones de grandes capitalistas); c) la lucha que se postula ya no es de clases, sino ahora debe lucharse contra un “porcentaje” (las clases no son porcentajes sino realidades materiales ancladas en la producción); d) se entiende que la alianza debe ser entre la “clase salarial” enfrentada a los rentistas que sólo perciben utilidades[5] (fundar las  clases sólo en categorías de remuneración como el salario obvía el hecho de que muchos altos salarios no son sino redistribución de plusvalor –e.g. los gerentes reciben “salario”-).

 Tercero, Riesco entiende que el mercado capitalista propiamente tal (como “debiera ser”) es uno pacífico (y benéfico). Al respecto, véase la siguiente cita:
“Al menos, existe una experiencia histórica en que los primeros Estados capitalistas, han dejado atrás guerras pasadas y se han propuesto construir en paz un mercado común, lo cual ha requerido que paralelamente vayan creando instituciones estatales supranacionales, que lo regulen y protejan sobre un espacio mayor de soberanía compartida”
 De nuevo la crítica es evidente: el mercado capitalista no es una libre transacción pacífica, sino que tiene las implicancias de una guerra (guerra de capitales, como se desprende de los análisis de Shaik y de Marx, por ejemplo). Los términos utilizados por el mismo Marx para describir y explicar la operación del mercado capitalista, que son de clara implicación guerrera (proletarización como bajas en las filas capitalistas, ejército industrial de reserva, etc), en ningún caso son gratuitos. Es que, en efecto, señalan la coerción inherente al mercado capitalista, coerción (cara a los marxistas políticos como Brenner y Meiksins Wood) que obliga a los agentes a reproducirse “en el mercado” (ciertos capitales deben quebrar, ciertos obreros deben sufrir el desempleo). En suma, entender la “competencia capitalista” como un acuerdo pacífico, es no entender que toda competencia en una formación capitalista es un conflicto guerrero y “a muerte”.

 Cuarto, cuando Riesco entiende que la necesidad actual de la lucha supone implementar algunas estatizaciones, toda vez que en lo presente prima un mercado desbocado desregulado, yerra de forma sustantiva en su análisis. Primero, porque la misma dicotomía Estado/mercado es ajena a un análisis racional de la realidad y es típica de análisis económicos neoliberales. Al respecto, Alfredo Saad-Filho es claro:
“Las políticas neoliberales están basadas en tres premisas. Primero, la dicotomía entre el Estado y el mercado. El neoliberalismo presume que el Estado y el mercado son instituciones distintas y mutuamente exclusivas, y que una se expande sólo a expensas de la otra…”[6]

Un análisis más pertinente de las formaciones capitalistas supondría, en cambio, comprender que:

“En tanto las economías capitalistas descansan fuerte y necesariamente en las instituciones estatales, los intentos de medir el grado de intervención estatal son simplemente descaminados. Lo que realmente importa es la ganancia y la pérdida para cada tipo de política estatal, y la implementación de políticas intencionadas y coordinadas…”[7]

 Por lo demás, la presencia estatal (que no beneficia a las clases productoras y explotadas) en la formación capitalista chilena actual es evidente: forma impositiva que instituye créditos a los empresarios por declarar utilidades y que grava al consumo popular en primer lugar, subsidios a las forestales (75% de los costos de producción de estas grandes empresas privadas son subvenidos por el estado), subsidios a monopolios regulados (agua, transporte público, afp, etc), y un laaargo etcétera. Por otra parte, el dato de la causa no es que la globalización haya mermado la acción de los Estados a favor de los mercados desregulados, sino que la fase de acumulación capitalista vigente realmente se afirma en el fortalecimiento del Estado. No es sólo que Andrew Gamble haya escrito The Free Economy and the Strong State: The Politics of Thatcherism, sino que  es la misma Ellen Meiksins Wood la que nos dice:

“La globalización, que ha minado las comunidades tradicionales y las redes de seguridad social ha, quizás de manera paradigmática, hecho las funciones estatales más, antes que menos, necesarias para la preservación del sistema capitalista…”[8]

 En suma, la concepción de la realidad estatal con la que trabaja Riesco supone una separación espuria entre Estado y mercado, separación en la que confluye una tradicional visión del estado como ente “neutral” (muy propia de los partidos comunistas que también operaban bajo la noción de la neutralidad de la fuerzas productivas durante el siglo XX). Esto porque la estatización alentada por nuestro autor tiene implicado el hecho de que:

“La abrumadora mayoría del país está de acuerdo con estas medidas (e.g. estatización), puesto que benefician a todos. Incluso a la segregada elite que hoy vive aislada y atemorizada, en un Apartheid que sabe que no puede continuar. Los auténticos empresarios capitalistas serán los principales beneficiados de nivelar la cancha para las inversiones productivas en base al trabajo calificado de los chilenos y chilenas; de hecho, las principales corporaciones rentistas que hoy explotan los recursos naturales de Chile, son extranjeras”

 Por el contrario, una concepción favorable a los trabajadores siempre entenderá que existen “estatizaciones burguesas” y “estatizaciones obreras”. Mientras las primeras pueden continuar vendiendo mercancías en el mercado (nacional y/o internacional) y a la vez no cuestionan “qué” se produce, “quién” produce, “cómo” se produce y “para quién” se produce, las segundas no venden mercancías y entienden la necesidad de transformar la división capitalista del trabajo y responder desde una perspectiva clasista las cuatro preguntas fundamentales señaladas. No obstante, para el pc de vicuña Mackenna, la única estatización que existe es la “estatización burguesa” (o la única deseable), y no considera la posibilidad de que el movimiento objetivo de lo real precisamente presente en lo actual las semillas de un horizonte de “estatizaciones obreras” (éste es el sentido de las demandas de las aces por una estatización con control comunitario, de los mineros de El teniente por una estatización bajo control obrero, de los estudiantes de la universidad del mar, etc).

 En quinto lugar, las premisas históricas que informan la estrategia de lucha formulada por el portavoz de quienes hoy sostienen a la Concertación, suponen una incomprensión de nuestra historia nacional y del decurso internacional. Es que, en efecto, cuando Riesco señala que:

“Ciertamente, al igual como ocurrió a lo largo de buena parte del siglo pasado, esta gran transformación solo puede ser dirigida por el Estado, conducido por una nueva coalición desarrollista, de trabajadores manuales e intelectuales, empresarios grandes, medianos y pequeños y funcionarios, civiles y militares. También los trabajadores independientes, pescadores y campesinos…”

…y, a la vez, reúne en un mismo movimiento las experiencias de la “revolución en libertad” y del “socialismo por la vía institucional”[9], en realidad no comprende que el defecto del proyecto de la unidad popular de hecho fue no radicalizar jurídicamente la diferencia de fundamentos entre sus horizontes y los del desarrollismo previo, diferencia de fundamentos objetiva que se expresaba en la emergencia del poder popular al cual el golpe y la dictadura vinieron a reprimir[10]. En suma, Riesco no comprende que lo real no pudo transformarse en el pasado precisamente porque se intentó aún seguir operando bajo la lógica de las “alianzas desarrollistas” y que, hoy, si realmente se desea transformar algo, deben evitarse este tipo de caminos.  

 En lo que refiere a la historia internacional, el traductor chileno de Robert Brenner, supone que lo necesario para la lucha en lo actual es repetir en territorio nacional el estado de bienestar “a la europea”. La crítica a esta cuestión la he desarrollado en otra parte de manera más extensa[11], por lo que aquí sólo mencionaré telegráficamente algunos puntos: a) en América latina no existió un estado de bienestar sino un estado de compromiso (las bases sociales de ambos son muy distintas); b) el estado de bienestar europeo significó redistribución entre la clase trabajadora y no una redistribución desde el capital hacia los trabajadores (como señala Anwar Shaik); c) el estado de bienestar se fundaba en la posición de ciertos centros capitalistas en la cadena imperialista mundial (sobreganancias del capital provenientes de la periferia); d) el estado de bienestar ha cesado casi de existir en el mundo entero (un punto clave es la caída de la socialdemocracia sueca en 1994, como bien señala John Gray); e) la idea de “reimplantar” el estado de bienestar en tierras nacionales no supone más que un marco de análisis colonial que copia los modelitos de allá del norte y muestra como aún somos una neocolonia “en el pensamiento”.

 Todo este análisis de Manuel Riesco se fundamenta en: (1) una interpretación particular de las movilizaciones de los últimos años (2) y en la necesidad de proporcionar gobernabilidad para un próximo mandato de Bachelet. En lo que refiere a las movilizaciones, Riesco cree que:

“Lo más probable es que el futuro gobierno de Bachelet desate una importante movilización popular. Hasta ahora solo han entrado a la pelea los sectores medios, pero ello no significa que el pueblo ya esté arreglado”

 Esta es una tesis que, sino palmariamente errada, es al menos “unilateral”: a) ¿Qué decir de las movilizaciones en Aysén?, ¿acaso los pescadores artesanales (base social fundamental de las mismas) fueron parte de una movilización mesocrática?; b) ¿qué decir de las decenas de miles de secundarios que se tomaron sus colegios en 2011 y decidieron perder el año? ¿acaso ellos eran sólo hijos de la “clase media” y no hijos de trabajadores y pobladores?; c) ¿qué decir de Freirina?; d) ¿qué decir los universitarios del mesup y de la universidad del mar? ¿acaso no son éstos hijos de trabajadores que demandan un proceso de estatizaciones obreras?, etc, etc, etc.

 Por último, Riesco formula de esta manera la cuestión de la necesidad de gobernabilidad:
“Ciertamente, concuerdo plenamente en la necesidad de ganar las próximas elecciones presidenciales y obtener la mayor representación parlamentaria que resulte posible. Asimismo, será necesario garantizar la gobernabilidad del gobierno de Bachelet…”

 Para los desmemoriados, es pertinente recordar que el término “gobernabilidad” no es más que un sucedáneo elaborado por las instituciones internacionales aliadas al capital para reemplazar lo que en buen cristiano no es más que la hegemonía de la clase capitalista dominante (y explotadora)

Es en base a estos desarrollos que la política actual del partido comunista cree posible y necesario implementar una “revolución burguesa”. No es ya la tesis de la “revolución en dos etapas”, la cual tenía sentido para la china de la década del 20’ (al menos como apuesta desde el comunismo ruso recientemente triunfante), sino que es la necesidad normativa de desarrollar un “capitalismo benéfico”, lo que postulan Riesco y el pc. Luego de una contrarrevolución burguesa evidentemente implementada a partir de 1975 en nuestro país, los comunistas de vicuña mackenna quieren implementar…¿qué cosa?: una nueva revolución burguesa. Ironías de la historia, tristezas de un comunismo que ha devenido finalmente capitalista. Tristezas desde una tronera que ahora y siempre buscará implementar una estrategia de lucha anticapitalista y comunista cuyos objetivos de lucha sean la libertad y la igualdad (sustantivas y materiales)[12]

Manuel Salgado Muñoz, (un estudiante más)  
marzo/abril 2013
 



 




[1] Veáse “Estatizar” en: http://www.g80.cl/noticias/columna_completa.php?varid=16567 y “Carta abierta a Camilo Escalona” en: http://www.g80.cl/noticias/columna_completa.php?varid=16167
[2] Dice Riesco: “…por parte de los empresarios, pero también entre éstos, ganando los más fuertes…La capacidad de estos últimos de influir mercados, unida a la propiedad privada sobre la tierra y sus recursos, genera adicionalmente una clase especial, los rentistas, que parasitan del conjunto de los productores en virtud de su control sobre estos monopolios”
[3] La desestalinización de Kruschev es un momento calve al respecto: aquí se reformula la idea de un “Estado de todo el pueblo” y se deja de lado el análisis clasista objetivo
[4] Como muy bien demuestran Mandel, Shaik, Clarke y muchos otros marxistas.
[5]Véase la siguiente cita: “… escandalosa desigualdad. No solo de aquella que se verifica al interior de la fuerza de trabajo, que es la que mide la CASEN, que también resulta más desigual que en la mayoría de los países. La desigualdad de verdad, sin embargo, es entre el 99 por ciento de la población que representa la CASEN y el uno por ciento verdaderamente rico que ni siquiera se digna responderla…Según la propia CASEN y el Banco Central, el ingreso total de las familias que responden dicha encuesta representa apenas un 40 por ciento del PIB. Ello equivalente exactamente a los ingresos del trabajo, mientras que los excedentes de explotación de las grandes empresas representan el 50 por ciento del PIB…”
[6] Anticapitalism. A marxist introduction (editado por Alfredo Saad Filho, varios autores, 2003, Londres)
[7] Ibid.
[8] Ibid
[9] Riesco establece: “Esto lo conocemos bien, porque hemos sido actores en los últimos grandes ciclos de auge de la movilización popular: el que se extendió desde la segunda mitad de los años1960 y hasta 1973, que hizo posibles las grandes e irreversibles transformaciones progresistas de los gobiernos de los Presidentes Frei Montalva y Allende”
[10] Agacino señala con razón que el tercer año del gobierno de la UP fue de hecho uno de estrategias centristas ante el inminente fracaso en la lucha de clases; de hecho, Allende pretendía en efecto realizar un plebiscito, el cual a todas luces hubiera perdido (al máximo que llegó la UP fue 44% de los votos). Por esto, el golpe y la dictadura no fue tanto contra el “gobierno popular” (ya derrotado), sino contra el emergente “poder popular” que se actualizaba en los cordones e industrias nacionales.
[11] http://www.g80.cl/noticias/columna_completa.php?varid=16835
[12] No existe igualdad sin libertad, ni libertad sin igualdad

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