Por James Cogan,
26 de Abril de 2014
Bill Shorten, el líder del Partido Laborista Australiano (ALP en
inglés), emitió un discurso el último martes (22 de Abril) llamando a que la
vaciada y desacreditada organización sea reconstruida como “un partido
democrático, abierto y seguro de de sí mismo”. Publicitó este discurso en tanto
“conversación honesta sobre por qué perdimos el poder”. El Partido Laborista
dejó el gobierno luego de la elección de Septiembre de 2013, en la cual obtuvo
su porcentaje de votación más bajo en 110 años. “Si no cambiamos –declaró
Shorten-, estamos poniendo nuestro propio futuro en riesgo”
Shorten presentó una historia en la cual el Partido Laborista habría
perdido su apoyo, porque éste sería hoy un aparato antidemocrático dominado por
facciones vinculadas al mundo sindical. Dejó fuera de su “honesta conversación”
la verdadera razón de la hostilidad hacia el Partido Laborista, esto es, las
políticas anti-clase obrera que éste ha implementado. Las políticas que Shorten
sí consignó en su discurso –como ejemplos de por qué la gente pondría “su fe,
confianza y esperanza en el Partido Laborista”-, solo sirvieron para subrayar
el por qué el pueblo trabajador se encuentra absolutamente alienado respecto de
esta organización.
Shorten recordó la introducción de la educación universitaria gratuita
por el gobierno laborista de Whitlam en 1974. Apenas una década más tarde, el
gobierno laborista de Hawke reimpuso las tasas bajo la forma del Programa de
Contribución a la Educación Superior, el cual hoy cobra a los estudiantes una tasa
diferida que va de $6.000 a $10.000 anuales para obtener su título.
También celebró la introducción de la jubilación obligatoria por el
gobierno laborista de Keating en 1992. Este esquema ha sido utilizado por el
gobierno y los sindicatos para trabajar con la patronal en orden de suprimir el
crecimiento de los salarios. Ha devenido en un juguete de $1,6 millones de la
finanza, con los administradores de los fondos,
funcionarios sindicales y
corredores desviando decenas de billones en cobros, mientras los ricos
lo utilizan para evadir impuestos. Su existencia está siendo utilizada para
reclamar la eliminación de los subsidios a los pensionados, cuando las
condiciones actuales de los obreros nunca les permitirán acumular suficiente
jubilación para sostener su retiro.
Shorten también alabó el cínico perdón hecho en 2008 por el gobierno
laborista de Rudd a las “generaciones robadas” –los aborígenes australianos que
fueron separados de sus familias durante el siglo XX-. La inutilidad de este
perdón está demostrada por el continuo deterioro de las horrorosas condiciones
sociales soportadas por la gran mayoría de la población indígena, el sector más
oprimido de la clase obrera australiana.
Por último, Shorten citó el Programa Nacional de Seguro para la Discapacidad
(NDIS en inglés) introducido por el gobierno laborista de Gillard en 2013,
consignándolo como “una reforma que cambió la vida (de estas personas)”. Para
los australianos discapacitados, cambiará sus vidas bajo la forma de una
incluso mayor pobreza y explotación. El NDIS supone la privatización de los
servicios de discapacidad y una drástica reevaluación de lo que constituye la
discapacidad. Su objetivo declarado es reintroducir a la fuerza de trabajo a
400 mil personas hoy clasificadas como discapacitadas, y por tanto eliminarlas
de la Pensión de Apoyo a la Discapacidad (DSP en inglés).
El plan de Shorten para la renovación democrática de la ALP requirió una
reescritura de la historia de este partido: “Cuando el Partido Laborista nació
–declaró- la visión de sus fundadores fue la de un partido basado en la
militancia. Pero en los tiempos más recientes, el rol de los sindicatos dentro
de nuestro partido ha devenido en una toma de decisiones faccional y
centralizada. Si debemos renovar y reconstruir el Partido Laborista, debemos
reconstruirlo como un partido basado en la militancia, no uno fundado en las
facciones”
“En realidad, el Partido Laborista fue una organización altamente
burocratizada desde sus orígenes. Formado como el brazo político de los
sindicatos, se opuso al marxismo desde el comienzo y propuso un programa
pro-capitalista reformista-nacional. Promovió la colaboración de clases
mediante el “sistema de árbitros” y las panaceas racistas de la “Australia
blanca”. En tiempos de crisis, incluyendo las dos guerras mundiales y la Gran
Depresión, el Partido Laborista fue el instrumento principal utilizado por la
clase dominante para subordinar a la clase obrera al estado-nación capitalista”
Durante el boom económico que sobrevino luego de la Segunda Guerra
Mundial, el partido tuvo una activa base de apoyo en la clase obrera derivada
de su promoción de reformas que
mejoraron las condiciones de vida. Su estructura faccional, si bien reflejaba
los intereses en competencia de los distintos sindicatos, era el resultado de
una división del trabajo –la “derecha” estaba más estrechamente vinculada a los
negocios y la finanza y seguía las señales de Washington, mientras la
“izquierda”, apoyada por el partido comunista australiano, utilizó su
fraseología “progresista” e incluso “socialista” para desviar la crítica y la
oposición de la clase obrera-. Los conflictos faccionales eran siempre más por
posiciones y puestos parlamentarios que por cuestiones políticas. Las
estructuras del partido estaban altamente burocratizadas y siempre cubiertas
contra cualquier participación democrática genuina de las bases.
El colapso del apoyo al Partido Laborista fue producto de la
globalización de la producción a fines de los 1970s y 1980s, la cual minó los
programas reformistas nacionales en Australia y en el mundo entero. Las
“reformas” introducidas por los gobiernos laboristas de Hawke y Keating entre
1983 y 1996, no fueron para mejorar la suerte de la clase obrera, sino que para
hacer al empresariado australiano “internacionalmente competitivo” a expensas
de la clase obrera. Todas las facciones del Partido Laborista, especialmente la
“izquierda” apoyada por los sindicatos y el partido comunista, apoyaron la
agenda pro-mercado suprimieron la
oposición que emergía en el seno de los obreros hacia la destrucción de puestos
de trabajo, salarios y condiciones conquistadas mediante arduas luchas.
La activa militancia y el amplio apoyo en la clase obrera, colapsó como
resultado de esto, y nunca se ha recuperado. Salió del gobierno en 1996 y no
fue reelecto hasta 2007, en ese momento fundamentalmente sobre la base de que
el Partido Laborista era el “mal menor” en comparación con el gobierno de
coalición de Howard. El apoyo del partido laborista se hundió a nuevos bajos,
en tanto el gobierno de Rudd comenzó a implementar la agenda del gran
empresariado.
Luego del golpe político del 23-24 de Junio de 2010 dentro del ALP, el
cual sacó de la noche a la mañana a Kevin Rudd e instaló a Julia Gillard, el
partido giró todavía más a la derecha, desempolvando medidas de austeridad que
recortaron el gasto público y alineándose plenamente con la escalada militar de
EEUU contra China en Asia-pacífico.
Shorten declara que él democratizará el Partido Laborista. Pero él fue
uno de los hombres fuertes de las facciones, con estrechos vínculos con la
embajada de EEUU, que removió a Rudd a espaldas de la militancia partidaria y
del pueblo australiano. En las elecciones partidarias de octubre del año
anterior, el 60 por ciento de los miembros del ALP votaron por su rival,
Anthony Albanese, en gran parte debido a la historia de Shorten como matón
faccional.
Las reformas propuestas por Shorten a la organización, tal como las
primarias al estilo de EEUU para seleccionar candidatos, no tienen que ver con
la democracia. Antes bien, en línea con las demandas de sectores de los medios
y del establishment corporativo, Shorten busca reforzar un liderazgo
parlamentario que esté libre de la influencia de los intereses sectoriales de
las ramas estatales y los sindicatos, más maleable a los de la elite financiera
y empresarial e impermeable a la oposición de la clase obrera.
Los medios de Murdoch declararon el miércoles (23 de
abril) que Shorten tiene un largo camino si es que quiere satisfacer sus
demandas. La editorial en El Australiano desestimó el discurso de Shorten como
un “voladero de luces”. Si bien celebra sus “tímidas propuestas” para cambiar
el ALP, afirma que el partido laborista “debe renovar su programa para reflejar
una agenda de reforma moderna, basada en presupuestos prudentes, soluciones de
mercado que refuercen la productividad, la aspiración y el emprendimiento individuales”.
Hasta que no hiciera esto, la editorial concluyó, el partido laborista
permanecerá “crónicamente no apto para gobernar” y se le negará el apoyo para
volver al poder.
Traducción: Manuel Salgado
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