miércoles, 30 de octubre de 2013

Una lectura del proceso de la UP chilena, 1970-1973 (Kalki Glauser, 1976)

Una lectura del proceso de la UP chilena, 1970-1973 (Kalki Glauser, 1976)
Lo que sigue son citas del texto, "Vamos parando el Chamullo". Títulos y subtítulos son del gestor de este portal virtual)

Derrota

El Golpe y la transformación de la estructura de clases

-          El Golpe no sólo ha traído consigo la destrucción de prácticamente toda la fuerza real que el movimiento obrero y popular había venido acumulando por cuatro décadas, sino que además modifica sustancialmente sus condiciones de existencia y su existencia misma en adelante…capitalismo dependiente chileno. Y esta superación implica, precisamente, sustituir esa forma por otra radicalmente distinta y alterar con ello esencialmente tanto la estructura de clases del país como los condicionamientos que a la lucha de esas clases se imponen.
-          Si queremos efectivamente combatir a la Dictadura, tendrá que ser entonces en esta lucha de clases de hoy en día, que no es la misma de antes. Tendrá que ser entendiendo que si esa lucha será “larga”, no lo será como simple continuación de aquella en la que ya fuimos derrotados; no lo será porque haya tan sólo que “superar un reflujo”…Tendrá que ser, pues asumiendo cabalmente la ruptura radical con las luchas anteriores y con la conciencia que tuvimos de ellas. Reconociendo ante nosotros mismos la victoria de la burguesía monopólica y la derrota nuestra. Comprendiendo plenamente los mecanismos y consecuencias de esa derrota. Extrayendo con claridad sus enseñanzas

De allí que el Golpe no signifique la apertura de tan sólo un “nuevo periodo táctico”, de tan sólo una nueva fase dentro de la mísma lucha de clases que venía desenvolviéndose anteriormente. Por el contrario, el Golpe marca el cierre de todo un ciclo histórico, el comienzo de una nueva etapa, de un nuevo período estratégico de la lucha de clases en nuestro país…Es por todo esto, y más allá de la continuidad ideológica que pueda atribuírseles, que no hay ni puede haber continuidad real entre las luchas susceptibles de desarrollarse hoy en día y las que tuvieron lugar en Chile antes del Golpe. No es sólo la cancha la que ha cambiado, también el juego, los jugadores y los equipos mismos. Y es por eso que resulta un entretenimiento estúpido el seguir defendiendo el honor inmaculado de las camisetas.

La inanidad de las “culpas”

-           Hasta ahora, los análisis y “autocríticas” de la izquierda chilena, tanto en la autodenominada “revolucionaria” como de la llamada “reformista”, han consistido pura y simplemente en echarle a los demás –cuando no al “empedrado”- la culpa de la derrota.
a)    Para unos es la maldad todopoderosa del Imperialismo, y en general del enemigo, la explicación suficiente del naufragio de la “revolución chilena”.

b)    Para otros es la predestinación histórica de un proyecto reformista que nunca tuvo la menor viabilidad.

c)    Para unos fueron los perversos ultraizquierdista que agitando en exceso a las masas, asustaron a los sectores medios, lanzándolos así en brazos del fascismo, aislando a la clase obrera y provocando un vuelco a la derecha de las anteriormente “profesionalistas” y “apolíticas” Fuerzas Armadas.

d)    Para otros fue la estupidez inconmensurable de la clase obrera que se dejó, llevar por una dirección reformista y revisionista en vez de hacerle caso a los lúcidos consejos de ellos –los “revolucionarios” y “marxistas leninistas”- que si se hubiesen seguido, habrían conducido a la victoria.

El golpe no fue contra un gobierno que no era ya más que una caparazón marchita

-          El Gobierno mismo no era ya, en su último año, más que una caparazón marchita, incapaz de orientar el movimiento real del bloque de clases que representaba, incapaz por todo de defenderse a sí mismo como gobierno. Así se entiende que pudiera ser apartado por el Golpe de un solo envión, sin su base social estuviese en condiciones de resistirlo. Y, a decir, verdad, el Golpe no estuvo orientado primordialmente contra esa dirección reformista; sino contra el movimiento obrero y popular como tal, que era el verdadero peligro revolucionario y del cual el Gobierno era, a la sazón, el castillo de naipes que lo protegía institucionalmente, y la UP sólo el símbolo deslustrado que la burguesía debía destruir

Las explicaciones mecanicistas exógenas  del golpe olvidan las necesarias mediaciones internas

-          Las transnacionales, la CIA y el imperialismo norteamericano en general, así como el bloque social de la gran burguesía chilena y sus expresiones políticas, captaron muy bien y de partida el carácter real de clase de la UP y de su gobierno, y la necesidad para ellos de provocar su caída. Y ciertamente estuvieron intentando hacerlo desde antes mismo que Allende asumiera el mando. Pero sólo pudieron alcanzar este objetivo en setiembre de 1973 y, por tanto, fueron incapaces de lograrlo durante tres años. Y esto, que es una realidad elemental, no puede comprenderse cuando se sostiene que la derrota estaba predestinada y era predecible desde un comienzo, por el sólo hecho de que los Estados Unidos tuviesen las manos libres en América Latina y la URSS no estuviese dispuesta a disputarles seriamente su dominación sobre este continente. O por el solo hecho de que la burguesía tuviese desde un principio el control exclusivo de unas Fuerzas Armadas cuya oficialidad estaba ligada por múltiples lazos al Imperialismo. O porque la dirigencia mayoritariamente reformista de la UP estuviese vinculada internacionalmente con el llamado “revisionismo”. Tales afirmaciones, aunque verdaderas, resultan abstractas cuando se deja de lado la realidad concreta de la lucha de clases en Chile, que es lo que condicionaba la acción de tales factores y lo que determinó cómo y cuándo pudieron estos operar realmente. En verdad, el proceso revolucionario chileno no alcanzó nunca el nivel en que las fuerzas internacionales pueden obrar sin mediaciones y desempeñar por sí solas un papel decisivo.

Necesidad de la unificación de la clase dominante explotadora interna para ocurrencia del golpe

-           Cualesquiera fuesen las intrigas golpistas instigadas por el Imperialismo, las ataduras de la oficialidad con él y el malestar de ver en el gobierno a una coalición en que el PC –relacionado con la URSS- jugaba un rol capital, lo cierto es que las Fuerzas Armadas permanecieron neutralizadas como fuerzas actuantes, reales, hasta muy entrado el año 1972.

-          E incluso entonces, su manifestación práctica fue todavía sólo en calidad de fuerzas burguesas políticas. Hubo que esperar hasta mediados de 1973 para verlas actuar como tales, es decir, como fuerzas militares de la burguesía. Y esto resulta inexplicable si se hace abstracción de que en 1970 la burguesía chilena se hallaba dividida en dos bloques sociales contrapuestos. Y de que fue sólo lentamente que éstos fueron aproximándose, hasta comenzar a fundirse entre sí de nuevo desde comienzos de 1972.

-           Mientras esa fusión no estuvo consumada, la intervención militar de las Fuerzas Armadas como institución no era factible: cuando más podía intentarse, por el sector monopólico de la burguesía, la aventura de algún grupo de conspiradores aislados. Porque el grueso de la oficialidad pertenecía al bloque burgués de los sectores medios, que tenía también inicialmente la mayor influencia jerárquica y para el cual lo inaceptable no era el gobierno de Allende en sí mismo –en si mismo éste no era revolucionario- sino el amparo que ofrecía al desarrollo revolucionario del movimiento obrero y popular, o dicho en su propio lenguaje, el que permitía “atentar contra el Estado de derecho”.

-          Desde fines de 1972: Este fenómeno, visible día a día en la derechización de la base de la Democracia Cristiana y da la oficialidad de las Fuerzas Armadas, palpable claramente en la irrupción de los “gremios”, en el avance del freísmo y en los ataques de toda la burguesía contra la “cobardía” de Prats y demás oficiales “progresistas”, no era sino el fenómeno de la desintegración del bloque social de los sectores medios. El proceso de absorción en el elemento del bloque monopólico.

Unificación de la clase dominante, e interpretaciones de la derrota de la UP

-          En 1973 la burguesía chilena logró, en efecto, reconstituir una unidad de clase y constituir ahora un solo bloque social, bajo la conducción única de los monopolios y del Imperialismo y teniendo como fuerza de choque a la pequeño burguesía y capas medias.

-          La “lección” que el llamado “revisionismo” –es decir, en castellano, la URSS y sus PC más o menos adictos- saca de anterior es, claro, la necesidad de ser reformistas consecuentes y, por tanto, de poner a la clase obrera decididamente bajo la dirección de los “sectores medios”: para evitar que estos últimos se “fascisticen” y hagan posible con ello el golpe de Estado de la gran burguesía. La necesidad, pues, de un “pacto histórico” con los partidos burgueses que, como la Democracia Cristiana, se supone representa a los sectores medios (eurocomunismo)

-          En cuanto a los autodenominados “marxistas-leninistas”, sólo aciertan a concluir que bajo Allende la correlación global de fuerzas fue “siempre” desfavorable al proletariado: ya que la burguesía mantuvo siempre el control del ejército, ya que el Gobierno UP mismo habría sido en el fondo el gobierno “de una fracción burguesa”, y ya que “no hubo” una dirección “auténticamente marxista-leninista” que fuese hegemónica en el seno del proletariado. Que, por tanto, “el proceso estaba condenado a la derrota”. Como si las relaciones de fuerzas se midiesen en la idealidad atemporal de “las clases” abstractas, y no en las luchas concretas en las cuales están o no actuando, en cada momento histórico, las fuerzas prácticas de los individuos de carne y hueso que constituyen las clases reales. Como si para algún burgués fuese un misterio o estuviese en duda que era el bloque social obrero quien estaba representado, buena o malamente, en el Gobierno de Allende. Y como si el misterio por explicar no fuese, precisamente, por qué motivo estos “marxistas-leninistas” –que vivieron todo ese tiempo en Chile- resultaron incapaces, no sabemos por qué, de constituir una “dirección hegemónica”, sino siquiera de hacerse reconocer como dirigentes por el proletariado, y menos aún conducirlo en la constitución de la fuerza revolucionaria real capaz de hacer frente a la fuerza militar burguesa.

-          Período potencialmente revolucionario
a)    El equilibrio global –aunque relativo e inestable-que en el terreno real de las luchas concretas existió, durante todo el gobierno de Allende, entre la resultante de las fuerzas burguesas y la suma de las fuerzas con que contaba el proletariado, hizo de esa fase histórica un período potencialmente revolucionario.

b)    Pero deducir de allí que esa derrota era “inevitable”, debido a la “hegemonía revisionista-reformista en la UP, en el Gobierno y en el movimiento de masas” o a cualquier otra descripción de la realidad “objetiva” entonces existentes, es sólo afirmar tautológicamente que lo que fue, fue, y que por lo tanto “no podía” ser de otra manera. Dicho en buen hegeliano, que “sólo lo real es racional” y viceversa. Con lo cual se olvida que fuimos los individuos actuantes concretos, participantes en ese proceso, quienes hicimos su historia y creamos, consiguientemente, esa realidad “objetiva”. Cómoda manera, esta, de eludir la responsabilidad propia como revolucionarios, haciendo del “reformismo” o “revisionismo” el chivo expiatorio de la propia ineptitud (derrotismo objetivista)

La necedad de las críticas inmanentistas al reformismo y la repartición de culpas

-           Porque, si bien es cierto que la dirección reformista predominante en la UP y la corriente internacional “revisionista” en que se inscribe son, sin duda, los responsables principales del desastre de setiembre de 1973, lo son, sin embargo, sólo en tanto su línea política condujo al movimiento obrero chileno a la derrota. Pero, aplicando esa línea política y siendo consecuentes con ella –incluso hasta el heroísmo como en el caso de Allende- los reformistas hicieron solamente lo que tenían que hacer y lo que no podían dejar de hacer como reformistas. Acusarlos a ellos de no haber actuado revolucionariamente es como acusar al olmo de no dar peras.

-          Así pues, su enorme responsabilidad histórica no aminora en nada la nuestra, la de los llamados “revolucionarios”, para quienes la cuestión central no puede seguir siendo el comprobar una y otra vez que el reformismo es el reformismo. No puede consistir en el simple lamentarse acerca de una cuestión de hecho, por más importante que sea el dejarla en evidencia. Sino que lo honesto es empezar por reconocer que los “revolucionarios” no hicimos lo que tendríamos que haber hecho como revolucionarios. Es decir, que no fuimos revolucionarios. Salvo en el pensamiento, e incluso esto, no siempre.

Sobre la inexistencia de un partido revolucionario de masas

-           Se ha hecho ya un lugar común entre nosotros el extraer como lección, de todo lo anterior, que la gran falla del período de Allende fue “la ausencia de un partido revolucionario y verdaderamente proletario”. Y que la gran tarea por delante es pues construirlo. Si con esto se quisiera significar la simple evidencia de que el movimiento obrero chileno careció en la práctica de una dirección y organización revolucionarias de conjunto, la “lección” se convertiría en una constatación trivial que, más que con la política, tendría que ver con la descripción histórica. Y no es esto, pues, solamente, lo que se contiene en dicha tesis. Ni es lo mismo cada cual trata de concluir con ella.

a)    Para unos, el carácter revolucionario de nuestra “línea” está fuera de cuestión. El “único” problema habría sido que no supimos llegar a “las masas”. Que éstas habrían sido convencidamente reformistas y que, por eso, nuestra frase revolucionaria no calaba en ellas con suficiente “velocidad”. Con lo cual, atribuyen al movimiento obrero propiamente tal lo que no eran sino las características de su dirección. Y no pueden entonces explicar cómo es que ese movimiento real fue adquiriendo un carácter revolucionario y sobrepasó en los hechos, no sólo a esa dirigencia reformista, sino también a las que se decían revolucionarias.

b)    Para otros, en cambio todo se reduce a las “debilidades e insuficiencias ideológicas” de nuestra línea política. De allí provendría el carácter no proletario, sino “revolucionario pequeñoburgués”, de nuestras organizaciones. Es curioso comprobar cómo, con este procedimiento de derivar siempre de las ideas políticas la realidad de clase de quienes las sustentas, todos los sujetos políticos, o poco menos, vienen a resumirse en la pequeño burguesía: pequeños burgueses serian, no sólo los sectores medios “fascistizados” que fueron la punta de lanza del golpismo, sino además el propio “reformismo” que éstos trataban de derribar del gobierno e incluso los “revolucionarios” que lo criticaban desde la izquierda….Bastaría pues iniciar rápidamente nuestra completa conversión, ya sea al maoísmo, ya sea al trotskismo, para que nuestras organizaciones, bañadas en la gracia santificante del legítimo bolchevismo, se transfigurasen en aquel verdadero partido revolucionario del proletariado que hacía falta construir.

-          Los unos redescubriendo las virtudes del llamado “revisionismo”, los otros aferrándose al dogma de lo que suponen un genuino “leninismo”, lo que en el fondo nos dice, unos y otros, es pues que el movimiento obrero no les hizo caso

-           Como si toda la cuestión consistiese en averiguar de qué manera un puñado de revolucionarios preelegidos –que tendrían “conciencia” mejor que nadie acerca de cuáles son los “verdaderos” intereses de la clase obrera- realizan la proeza, sea de “convencer” de ello al aparato reformista de masas ya existentes, sea de “conquistar” a “las masas” a despecho suyo… para poder, en ambos, amasarlas a gusto. Cuando en realidad, un partido revolucionario efectivamente proletario sólo puede consistir en la estructuración y dirección revolucionarias que el propio movimiento obrero se da a sí mismo. Y la tarea real para organizaciones como las nuestras no puede ser, pues, el sustituir al proletariado en esa labor, sino el colaborar a su ejecución.

No hubo dos líneas

-          Nuestras organizaciones “revolucionarias” (fundamentalmente el MIR y el MAPU), situadas al exterior del movimiento obrero, no asumieron esta tarea. Y en la medida en que se plantearon como representantes, no de la clase obrera en su realidad práctica, sino de un proletariado abstracto existente sólo en el concepto, en esa medida nuestra línea política no fue la de los obreros reales y, por tanto no existió tampoco realmente. Así pues si dejamos de lado posiciones revolucionarias aisladas –que en sí misma no fueron ni podían ser una línea política y que tuvieron influencia práctica principalmente a través de la izquierda del PS, por ser éste precisamente una organización realmente de trabajadores, aunque sujeta a un aparato reformista- no hubo “dos líneas” en el seno de la Izquierda durante el período de Allende. La “líneas revolucionaria” que, en nuestra imaginación, le habría disputado la hegemonía a la línea reformista, no fue en realidad más que la crítica al reformismo. Y como mera crítica, dependió siempre de aquello que criticaba; fue sólo su otra interpretación. Dicho en pocas palabras, nuestra pretendida “Izquierda Revolucionaria” fue, en los hechos, sólo la izquierda de la Izquierda. De esa misma Izquierda cuya derecha era el reformismo. De allí que, en los momentos del Golpe, no haya podido jugar ningún papel diferente al del reformismo. Y que la derrota de éste haya sido también la suya.

Sobre la derrota del desarrollismo democrático

-          El bloque de los sectores medios, que hasta 1972 constituyó una fuerza autónoma real con su propio proyecto estratégico y su propia política, fue en verdad derrotado antes del Golpe y desapareció como tal. Los individuos y organizaciones de masas que lo componían se convirtieron, desde fines de 1972, en el batallón de choque del gran capital contra el proletariado y contra el gobierno de Allende. Su estrategia burguesa de “vía no capitalista de desarrollo” se hizo imposible, tanto por el cambio que siguió la lucha de clases en Chile como por la derechización del mapa político latinoamericano y el curso adoptado por la crisis capitalista mundial, que condiciona la actitud de las grandes potencias.

Derrota y no fracaso

-          Es en este sentido que el bloque social obrero ha sufrido una derrota estratégica. Que es también, simultáneamente, la derrota estratégica de lo que venía siendo su expresión política: la Izquierda chilena en su conjunto, tal cual hasta aquí ha existid, o sea, el reformismo obrero y sus criterios “revolucionarios”.

Clase Obrera y su desarrollo

1930-1973

Desde principios de los años 1930 hasta el golpe de Estado de setiembre de 1973, las luchas de clases exhiben en Chile una –por así llamarla- continuidad estratégica. Esta se fundaba en la permanencia de la forma de ser vigente del capitalismo chileno y, por lo tanto, en la subsistencia tanto de la estructura básica de clases como de los marcos sociales, políticos e ideológicos en que éstas actuaban. Tal continuidad fue rota por el Golpe.



El bloque obrero es representado por la UP, aún si sus dirigencias eran reformistas

-          “llevó al gobierno una coalición organizada entorno al eje PC-PS, es decir, en torno a los dos partidos de masas que la clase obrera reconocía como propios y que constituía también la columna vertebral de la CUT”

-          Coalición en la cual la línea política predominante, en ese entonces hegemónica. Desde un punto de vista estratégico, era la del PC.

-          El que esa línea política concibiese el “socialismo” y la “revolución” de una manera que la diferenciaba muy poco de la “vía capitalista de desarrollo” propugnada por los partidarios de Tomic –es decir como una serie de reformas enfiladas a configurar un capitalismo de Estado de nuevo tipo, “primera etapa” de la supuesta transición al “socialismo”- no quita, sin embargo, que ella expresase la forma de conciencia que el bloque social del proletariado tenía entonces de sus propios intereses de clase prácticos, correspondientes a ese momento histórico determinado.

-           Y no impide pues en modo alguno que la Unidad Popular fuese, durante todo un primer período, la expresión política real del bloque social obrero. Es decir, por una parte, que su dirigencia, a pesar de ser mayoritariamente reformista, asentase su poderío fundamentalmente en la fuerza efectiva organizada que este bloque social tenía (sea directamente en el caso del PC y PS, sea indirectamente en el caso de los demás partidos). Y por otra parte, que su acción reformista incrementase en los hechos esa fuerza real”

-          Porque, como bien decía Marx, no es la conciencia lo que hace al ser. Ni la mera “línea” impresa en algún folleto lo que hace el carácter de clase de un partido. Sino que, al revés, son los individuos reales, que viven en condiciones de clase determinadas, los que tienen conciencia de sus intereses de clase y sintetizan esa conciencia en una línea de acción política.

-           Y así explica por qué las llamadas “líneas revolucionarias” que dieron vida en el papel a tanto “verdadero partido del proletariado”, no pasaron de ser proposiciones externas al movimiento obrero, en la medida en que no fueron una exteriorización de su práctica, por lo cual, incapaces de comprender ni expresar su actividad real, tampoco pudieron conducirla: ya que, como es obvio, los trabajadores preferían las reformas en los hechos antes que la revolución en las palabras.



Imbricación de los cambios “por arriba” y “por abajo”

-          No el solo y milagroso “flujo “o” ascenso” espontáneo del “movimiento de masas “sino sobre todo las reformas introducidas durante 1971 por el gobierno UP  principalmente la constitución del Área Social, el rápido avance de la reforma Agraria y el significativo aumento del poder de compra de los estratos de bajos ingresos- es lo que generó una dinámica tal de la lucha de clases que rebasó muy pronto los límites previstos por el proyecto estratégico predominante en la UP.

a)    Se explica, en cambio, en primer lugar, porque esas reformas cambiaron las condiciones reales de existencia del movimiento obrero y popular y, con ello, modificaron también tanto sus intereses prácticos de clase como la conciencia de esos intereses.

b)    Se explica, por otro lado, porque los trabajadores concretos que en las fábricas, fundos y poblaciones eran afectados por dichas reformas vivían en condiciones distintas a las de los dirigentes que en la UP los representaban, y tenían pues una visión de sus intereses que podía y debía ir más allá que la imperante en el Gobierno.

c)    Se explica, además, porque las mencionadas reformas fueron conducidas –esencialmente desde los ministerios de Economía y Agricultura- no por “la UP” en abstracto, sino por determinados partidos, sectores e individuos de la UP que, sin ser propiamente revolucionarios ni menos aún proletarios, concebían y realizaban su labor de un manera menos sólidamente reformista, menos coherente con el proyecto hegemónico en la UP, que las dirigencias del PC o del PS; cual era el caso de personaje como Chonchol o Vuskovic, o de organizaciones como la IC y nuestro MAPU. 

d)    se explica también por la actividad radicalizante de grupos exteriores a la clase obrera y al campesinado, fundamentalmente estudiantes, intelectuales funcionarios que, -militantes del MIR, MAPU, IC, PCR, PCBR e incluso PS- se imaginaba sin embargo constituir la vanguardia del proletariado. El papel que en esto jugaron los grupos “revolucionarios” que no pertenecían a la UP fue, a decir verdad, muy secundario, y en todo caso subordinado a las posibilidades que había la acción reformista del gobierno”



Crisis de octubre, cordones y envolturas reformistas

-          La crisis de Octubre desnudó la bancarrota del Gobierno UP como dirección efectiva del movimiento obrero

-          “El mentado “poder popular” de Octubre era ciertamente importantísimo, pero no era en modo alguno aquel contrapoder enfrente del Estado que nosotros imaginábamos. Sino que era, en verdad, la primera manifestación general de lo que podría llegar a representar para los trabajadores una organización unificadora de sus luchas revolucionarias. Manifestación que exhibía elocuentemente la fuerza propia del movimiento obrero; pero que dejaba ver también las enormes limitaciones que tenía esa fuerza propia, por poco que uno separase su contenido revolucionario de los aparatos de la UP, del Gobierno y de la CUT en que todavía aparecía envuelto. Porque era esa envoltura reformista la que en Octubre le daba unidad y carácter global al “poder popular”; lo mismo que era ella quien le presentaba el poder represivo del Estado.

-          Mientras que cuando, al terminar la Crisis, el reformismo trató de sepultar para siempre esa experiencia, el poder popular real, es decir, la fuerza revolucionaria efectiva de los trabajadores, se mostró tal cual era: sin dirección propia unificada ni carácter general, con una organización precaria, sin línea política revolucionaria de conjunto que le diese vertebración teórica y práctica, y sin ninguna de las características que pudieran justificar llamarlo un “poder”, en el sentido de un Estado en cierne, en especial sin fuerza militar.



Defensa de Allende, de lo conquistado y economicismo revolucionario

-          la clase obrera careció durante los últimos diez meses del período Allende de toda conducción política real.

-          No pudiendo pues rebasar el desperdigamiento en multitud de luchas revolucionarias parciales, impotente para acrecentar su fuerza real con la velocidad requerida, el bloque social conservó ya como único punto común de referencia la defensa de las posiciones hasta allí conquistadas:
a)     el resguardo de los nuevos niveles de consumo alcanzados durante la fase ascendente del proceso de reformas,
b)    la mantención en la ciudad de la dinámica de las estatizaciones y en el campo de las expropiaciones y,
c)    por sobre todo, la salvaguardia del gobierno de Allende como garantía de inhibición relativa del aparato represivo del Estado y como aval de los demás logros.

-          En todas estas posiciones el movimiento obrero tuvo que retroceder, ante el embate creciente de la burguesía, desde la segunda mitad de 1972, y ello era el índice más claro de la evolución de la correlación de fuerzas. Pero en todas ellas también, se aferró con dientes y uñas a conservar lo adquirido que era la base efectiva de su nueva potencia de clase. Esto, que algunos han calificado de “economicismo”, era en realidad la limitada expresión revolucionaria de la limitada organización autónoma de clase que los trabajadores había podido darse entonces a través de sus luchas.

-           La situación globalmente defensiva a la que, desde mediados de 1972, se vio empujado más y más el movimiento obrero y popular se manifiesta también en el respaldo masivo, que hasta el final siguió entregando a la UP a pesar de que esta ya no era más, como antes, el motor reformista en actividad del proceso revolucionario.

-          Este persistente apoyo de los trabajadores, en el que la Unidad Popular quiere ver la prueba de su propio carácter “revolucionario” y el “marxismo-leninismo” el efecto de la “hegemonía ideológica del revisionismo en el seno de las masa”, no era ciertamente ni lo uno ni lo otro.

-          Sino que era el elemental instinto de conservación de una clase obrera carente a esas alturas de toda conducción política positiva y que no podía pues sino volverse hacia la única dirección efectiva que había podido probar en la realidad.

-          Pero no porque esa dirección fuese revolucionaria, sino porque encarnaba en el Gobierno la defensa de lo ya conquistado. Ni tampoco porque la masa de los obreros fuese convencidamente “revisionista” y no quisiese ir más allá de ciertas limitadas reformas, por lo demás ya sobrepasadas en los hechos; sino porque no tenía otra alternativa práctica.

Ideología revisionista, movimiento obrero y la izquierda de la izquierda

-          Y cuando, durante 1972 y 1973 los intereses prácticos de clases de los obreros y otros integrantes del bloque social proletario adquirieron un carácter más o menos directamente revolucionario y chocaron con esa ideología, los trabajadores empezaron a sobrepasarla en los hechos, más allá de su militancia política, aunque fuese sólo en forma diseminada y parcial,
a)    como cuando exigieron el cierre del Congreso después del Tancazo,
b)    o cuando trataron de organizar el control popular sobre la distribución, o en la multitud de ·tomas” no presupuestadas y otros “excesos ultraizquierdistas”

-          Si la conciencia política de los obreros no pudo avanzar más allá, no fue porque estuviesen irremediablemente cautivos de la ideología “revisionista”, sino porque los llamados “revolucionarios” fuimos incapaces de dirigir la construcción de un cause práctico de acción diferente al que ofrecía el reformismo, a pesar de que los propios trabajadores rebasaban, en su actuar, los límites de la línea y del aparato de conducción reformista.

Capas medias

-          De la misma manera, se entiende por qué el grueso de los sectores medios votó y siguió votando por la Democracia Cristiana y en ningún momento respaldó al gobierno de Allende; por más que la línea predominante en éste y en la UP fuese una línea reformista, teóricamente asimilable a sus intereses… pero sólo teóricamente.

Constitución real e ilusión frentepopulista

-          “El gobierno UP se constituyó pues, en 1970 como un gobierno del bloque social proletario. Pero se imaginó a sí mismo como un gobierno “popular”, como representante de todas las clases y capas sociales opuestos a la gran burguesía, o sea también del bloque de los sectores medios. Esta ilusión frente populista de la gran “alianza” que opondría a todo “el pueblo” a los tres enemigos jurados de la “revolución” pacifica –monopolios, latifundio e imperialismo- no fue por cierto nunca otra cosa que eso, una ilusión o cuando más un engaño, y jamás tuvo asidero práctico: pero persistió porfiadamente hasta los últimos estertores del gobierno de Allende”

¿Dirigencia de la UP como representante de la pequeñaburguesía?

-          Pero el que ello fuese así y el que la política de estatismo burgués preponderante en la UP correspondiese teóricamente a los intereses de clases del bloque social de los sectores medios, no significa en modo alguno que la UP y su gobierno fuesen, en realidad, los representantes políticos “de la pequeño burguesía”. Tal fantasía sólo ha podido surgir en la cabeza de los ideólogos “marxistas-leninista” que –al igual que sus predecesores hegelianos a quienes criticaba Marx- invierten en su imaginación el orden real del mundo y creen que es la “línea” política, o sea de ideas, lo que hace el carácter de clase de un sujeto político; en vez de proceder al revés: desde los individuos reales actuales a las ideas políticas que éstos tienen. Y es así como –afirmando que a causa de sus pensamientos políticos el Gobierno UP fue el representante real de la pequeño burguesía”- se figuran que bastaba con que Allende o los dirigentes de PC o PS tuvieran el pensamiento de representar, entre otras cosas, los intereses de clase de la pequeña burguesía, o dijesen que no irían más allá de ellos, para que de inmediato los camioneros, comerciantes, taxistas, colegios profesionales, y pequeños empresarios lanzaran por la borda a Vilarín, Cumsille y compañía y levantasen en andas a Allende, Corvalán y Altamirano, como sus nuevos y auténticos dirigentes.

-          “Ya desde mediados de 1972 el bloque social de los sectores medios no sólo veía en la UP una expresión política de sus ahora principales enemigos de clase, sino que iba también separándose de su anterior dirigencia “progresista” -el ala izquierda de las personalidades DC- cuya línea de buscar acuerdos con el bloque social proletario ya no correspondía a sus nuevos intereses prácticos de clase, que exigían combatir frontalmente al movimiento obrero y unirse para ello a los monopolios. En vano podía repetir Tomic que “cuando se gana con la derecha es la derecha la que gana”, pues la mediana y pequeñoburguesa preferían “perder con la mantención del régimen capitalista que “ganar” con la revolución proletaria”

-          “…en 1972, fracasaran los intentos de la UP de llegar a un entendimiento con la Democracia Cristiana, y que siguieran fracasando en adelante; pues la única forma en que “la alianza” UP-DC podía concretarse era sobre la base de que el gobierno de Allende reprimiese con toda la fuerza del Estado burgués el proceso revolucionario en curso y lo detuviese definitivamente. Pero, aunque no faltó en la UP quien abogase por restaurar la “disciplina social” y aunque después de la Crisis de Octubre hubiese generales en el Gobierno, la dirigencia reformista no estaba en condiciones de ir más a la derecha que eso, pues hacerlo hubiere significado cortar totalmente los lazos que aún la unían la bloque social proletario y perder, con ello, al mismo tiempo que sus partidos, toda la fuerza real que aún les quedaba como dirigentes”

Análisis Internacional

Es una transformación regional y mundial

-          De allí que el Golpe no signifique la apertura de tan sólo un “nuevo periodo táctico”, de tan sólo una nueva fase dentro de la mísma lucha de clases que venía desenvolviéndose anteriormente. Por el contrario, el Golpe marca el cierre de todo un ciclo histórico, el comienzo de una nueva etapa, de un nuevo período estratégico de la lucha de clases en nuestro país. Por lo demás, este no es un fenómeno que ocurra sólo en Chile. Paralelamente y con mayor o menor retardo, una reacomodación correspondiente se opera en otros países de América Latina, especialmente en los del Cono Sur, en un proceso condicionado por la reestructuración que está en curso del ordenamiento capitalista a nivel mundial y por la forma en que en ella actúan los intereses de las transnacionales norteamericanas. Es por todo esto, y más allá de la continuidad ideológica que pueda atribuírseles, que no hay ni puede haber continuidad real entre las luchas susceptibles de desarrollarse hoy en día y las que tuvieron lugar en Chile antes del Golpe. No es sólo la cancha la que ha cambiado, también el juego, los jugadores y los equipos mismos. Y es por eso que resulta un entretenimiento estúpido el seguir defendiendo el honor inmaculado de las camisetas.

Lectura general de la UP

1970 y los tres bloques

a)     el bloque social liderado por la gran burguesía –monopólica y latifundista-interesada en superar la crisis monopolizando en provecho propio el control del Estado y haciendo pues de éste un régimen autoritario, al servicio de la supeditación total de la economía chilena al capital norteamericano transnacional y a ella misma como su socio criollo.

b)    Por otro lado, el bloque de los “sectores medios”, estructurado en torno al pequeño empresariado y capas medias cuyo interés frente a la crisis pasaba por la estatización de los principales monopolios, el desarrollo del mercado interno y la renegociación de la dependencia respecto al imperialismo sobre la base de una política exterior “nacionalista”, todo lo cual se presentaba como una “vía no capitalista de desarrollo”.

c)     Por último, el bloque social encabezado por el proletariado de la gran industria fabril y minera, que veía en la crisis capitalista una ocasión de dar pasos decisivos en dirección al “socialismo”.

-          Estos tres bloques, tal cual en esa época se representaban sus propios intereses, se enfrentaron en la campaña electoral de 1970 bajo la forma de las candidaturas Alessandri, Tomic y Allende respectivamente



Los cambios por arriba, junto a los cambios por abajo, llevan a una situación prerrevolucionaria
-          “Ya desde comienzo de 1972, la dinámica de rápidas transformaciones desencadenada por la acción del Gobierno, de los partidos de izquierda y del movimiento obrero y popular mismo, fue redundando en un enfrentamiento cada vez más frontal de este último con ambos bloques sociales burgueses, los cuales no estaban todavía en condiciones de imponerse en forma inmediata a la clase obrera. La crisis de la forma que hasta allí había asumido el capitalismo chileno fue ahogándose pues poco a poco y transmutándose en una crisis de este capitalismo en cuanto tal; crisis que habría de alcanzar su grado máximo en 1973. El proceso de cambios engendrado por las reformas se convirtió pues, más y más, en un proceso revolucionario. Y chocó también por eso, más y más con la ilusión de “la alianza” y con todas las bases reformistas de la política predominante en la UP, incapacitando así a esa política, y a quienes la sustentaban, para conducir o siquiera controlar el proceso”

-          UP y del Gobierno eran en verdad incapaces también, en la práctica, de dirigir. Iban siendo cada vez menos dirigentes reales del movimiento obrero, pues no podían conducir sus luchas de la única manera en que ello era ahora posible, o sea, revolucionaria. Y es en este sentido que es sin duda correcto decir que esa dirigencia fue dejando de ser el representante político positivo del bloque social proletario y no lo fue ya más, claramente, desde fines de 1972.

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La política de la izquierda de la izquierda

-          En cuanto a las direcciones revolucionarias que desde el exterior del movimiento obrero nos ofrecimos a éste, no fuimos jamás, ni juntas ni por separado, direcciones reales, y no tiene pues nada de extraño el que la masa de los trabajadores reales no nos haya seguido, ni pudiera seguirnos.

-           Por otro lado, no se trataba verdaderamente de líneas políticas; puesto que no indicaban ningún plan concreto de acción susceptible de ser realizado, en las condiciones políticas vigentes y a partir de la fuerza revolucionaria real que tenía el bloque social obrero y nuestras organizaciones mismas. Lo que blandíamos a guisa de “línea revolucionaria” no eran sino colecciones de preceptos “marxista-leninistas”, certidumbres revolucionarias abstractas extraídas de otras experiencia históricas, estudios contemplativos del acontecer práctico que se desenvolvía bajo narices y cuyos actores reales casi nunca éramos nosotros, declaraciones de principios y análisis perspectivos bautizados pomposamente “programas”, discursos encendidos de amenazantes advertencias que no estábamos en condiciones de llevar a la práctica, detalladas recomendaciones acerca de lo que debían hacer o deberían haber hecho los reformistas si en vez de reformistas hubiesen sido revolucionarios y, en fin, rara vez, algunas plataformas de lucha y proposiciones concretas de acción revolucionarias acogibles por algún frente de masas particular.

-          Pero nunca una línea de acción política que expresase, en cada situación determinada, los intereses revolucionarios prácticos del bloque social proletario efectivamente existente, es decir, no de éste en abstracto, no del concepto de “proletariado”, sino del conjunto de los individuos trabajadores y de sus organizaciones de masas, incluyendo allí no sólo los sindicatos, japs, cordones, etc., sino también las bases obreras del PC y PS, en la medida en que éstas tenían un margen de autonomía respecto a los aparatos partidarios reformistas. Nunca una línea política propiamente tal, que concentrase las capacidades de acción en cada momento de este bloque social obrero real, a través objetivos revolucionarios alcanzables y de caminos revolucionarios factibles en esas condiciones dadas.

-          No sólo desenmascarando al reformismo y agitando verdades revolucionarias que, a pesar de parciales, abstractas o archisabidas, aquél quería ocultar. Sino también dirigiendo varias luchas concretas y dándoles, en determinadas ocasiones, realmente, un carácter y una perspectiva revolucionarios. O vinculándose a la acción práctica del bloque social obrero mismo colaborando con ella, como por ejemplo en el caso de los Cordones Industriales o en el de la marinería. Pero todo esto, que sin duda fue valioso y positivo, no constituía en ningún caso ni fue nunca una dirección política efectiva del movimiento revolucionario, capaz de dar a su acción una perspectiva práctica global, capaz de una palabra de conducirlo.

-          Asentaban su fuerza como dirigencias partidarias en otra parte que en la organización propia del movimiento obrero mismo. Organizaciones en suma que no eran organizaciones proletarias y que, precisamente por eso, se creían en la obligación de afirmar esa condición verbalmente, como por ejemplo nosotros cuando decidimos apellidar al MAPU “partido Proletario”. Por lo demás, línea revolucionaria ilusoria o abstracta y falta de composición proletaria real son sólo las dos caras de la misma y única mellada. Ambas se condicionan mutuamente.




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