lunes, 29 de abril de 2013

La revolución francesa a la vez como lucha de clases y transición entre modos de producción

La revolución francesa a la vez como lucha de clases y transición entre modos de producción

“A critical problem for a Marxist interpretation has been to show how capitalism could have been both cause and consequence of the revolution - more precisely how the largely mercantile capitalism of the 18th century could have threatened feudal relations and opened the way for industrial capitalism” (Bernard H. Moss)

Premisa introductoria

Este trabajo está concebido como una discusión crítica de la literatura historiográfica referida a la revolución francesa. En él se discute específicamente algo de la producción marxista más reciente, para postular finalmente ciertas consideraciones metodológicas (y también sustantivas) acerca de cómo comprender la revolución francesa desde una perspectiva marxista que tenga en cuenta la riqueza empírica sin perder la fuerza teórica en su alcance.

I.
1. Idea comparativa de revolución

Siguiendo a Theda Skocpol, socióloga discípula de Barrington Moore (quien escribiera el conocido texto “Los orígenes sociales de la dictadura y al democracia”), en este trabajo fijaremos primero el sentido esencial que le otorgaremos al concepto de “revolución”. Fundamentalmente porque el mismo (eso sí, bien comprendido) creemos es capaz de aprehender la realidad y el sentido más propio de los proceso vividos por la formación social francesa a finales del siglo XVIII. En lo sustancial, entenderemos por revolución social, una transformación social y política de la estructuras fundantes de un formación social, acompañada siempre por un levantamiento de clase. En términos causales, una revolución se explicaría por determinantes sociales profundas y de largo plazo, dando cuenta de un cambio mediato no derivado entonces de la mera contingencia histórica. Comparativamente hablando, la noción de “revolución social” se distingue de los conceptos de rebelión y revolución política. Esta última implicaría una situación en la cual las estructuras propias del poder político son transformadas sin que se modifiquen los determinantes sociales básicos que las explican; la rebelión, por su parte, implica un alzamiento que, si bien puede constituirse como victorioso en lo inmediato, no logra transformar ni la esfera social ni el campo político. Ahora bien, hasta este punto los elementos delineados  nos son útiles para el análisis que aquí emprenderemos; sin embargo, no son suficientes si lo que deseamos es comprender la dinámica misma de una formación social en tanto que totalidad. Para alcanzar esta comprensión es necesario entender que las leyes de movimiento de una sociedad determinada se derivan del modo de producción dominante que en la misma opera. Así, tanto las causas mismas como los efectos de las transformaciones estructurales comprendidas en la noción de “revolución social”, se explican por las relaciones sociales de producción y explotación que relacionan a las clases propias de una formación social concreta. Es en este sentido que aquí planteamos –como el título de este ensayo lo sugiere- a la revolución social ocurrida en Francia a fines del siglo XVIII (y sus correlatos decimonónicos) como un proceso revolucionario guiado por la lucha de clases y a la vez la transición de un modo de producción (feudal) a otro (capitalista)

 Premisas revisionistas

Al momento de enfrentarse a los desarrollos marxistas más recientes que tratan la cuestión que aquí tematizamos, emerge como realidad evidente y a primera vista, el contexto historiográfico general a través del cual la revolución francesa ha sido tratada. Tradicionalmente comprendido a partir de una historiografía oficial de corte socialista (heterogénea en sí misma –en ocasiones liberal, en ocasiones pequeño burguesa, a veces igualitarista, etc-), este proceso se conceptualizó mediante un marco de referencia próximo al marxismo (de su época). Así, desde Aulard hasta Soboul, pasando por Jaures, Mathiez y Lefebvre, la historiografía dominante (ella misma primordialmente francesa) comprendió al proceso francés como un “revolución burguesa”. En efecto, si cada uno de los autores mencionados de hecho explicaba el fenómeno a partir de causas no necesariamente similares (e.g. Lefebvre pone el acento en el campesinado, Soboul en los “descamisados” de las urbes –sanculottes-), todos concordaban acerca de la tesis básica: la revolución francesa había sido una “revolución burguesa”. No obstante, quiso la historia que emergiera una corriente historiográfica nueva, la cual desarrolló una revisión y una crítica de lo que había sido la producción oficial acerca de la revolución francesa hasta aproximadamente los años 50 y 60 del siglo XX. Desarrollada por autores como Furet, Nogaret y Cobban –pero en lo fundamental fértil en tierras anglosajonas-, esta corriente historiográfica establece cuatro postulados o conclusiones básicas. Dos de ellos son mencionados por Bernard H. Moss
“El empuje principal de esta corriente intelectual, que arrasó en los países de habla inglesa, fue argumentar que no existió una burguesía industrial en el siglo XVIII capaz de producir una revolución capitalista, y que la convergencia antes que el conflicto de hecho caracterizaron las relaciones entre la burguesía y la nobleza, las cuales compartían formas comunes de propiedad…”[1]

 A las ideas de la convergencia de intereses entre burguesía y nobleza (a) e inexistencia de una clase industrial capaz de realizar una revolución capitalista (b), Anatoly Ado suma  una dimensión, en estas explicaciones históricas, que comprende la exclusión de la revolución de cualquier proceso de transición desde el feudalismo al capitalismo:
“Los historiadores no marxistas tienden a excluir por completo la revolución del proceso de transición desde el feudalismo hacia el capitalismo. La tratan como un cambio puramente político independiente en sus causas y efectos de procesos sociales y económicos de largo plazo e incluso como teniendo un efecto negativo en éstos”[2]

 Por último, Guy Lemarchand establece que este tipo de explicaciones históricas “revisionistas” desarraiga socialmente el proceso revolucionario francés:
“Mientras Furet y Alfred Cobban han negado una base social para la revolución, los desarrollos académicos elaborados bajo el bicentenario han proveído nueva evidencia de la profunda crisis económica, política y social que produjo al revolución”[3]

 Ahora bien, como se evidencia en esta última cita con respecto a los orígenes sociales de la revolución francesa, aquí planteamos que cada una de estas tesis sustantivas planteadas por la nueva literatura “revisionista” es susceptible de ser cuestionada desde una perspectiva marxista que sea capaz de repropiarse críticamente tanto de su propia tradición intelectual como de la riqueza empírica “elaborada” por la historiografía. Para esto, sin embargo, debemos guardarnos de bosquejar caricaturas extremadas de lo que constituye un análisis marxista de la realidad social, como de hecho hace Henrik Halkier:
 “Por tanto, la interpretación marxista tradicional estaba basada en cuatro asunciones fundamentales: 1) La existencia de una clase feudal dominante bajo el Antiguo Régimen; 2) el desarrollo generalizado del capitalismo en la Francia pre-revolucionaria; 3) contradicciones entre las varias fracciones del capital que producen facciones políticas; 4) una transición directa desde el feudalismo hacia capitalismo en Francia, e.g. la sociedad pos-revolucionaria era básicamente capitalista”[4]

 A  lo largo de ensayo veremos por qué estas tesis constituyen un extremo caricaturizado de lo que plantea un análisis marxista que deba comprenderse como racional. Es en función de esto –y para elaborar un marco más cabal capaz de aprehender en su propia naturaleza el proceso francés- que aquí desarrollaremos, en segundo lugar una serie de críticas tanto teóricas como empíricas –necesarias éstas para llevar a cabo nuestro propósito-.

II.
Críticas
1.      A la idea de revolución democrático-burguesa

Existió (y quizás podríamos decir que aún existe) una interpretación de lo ocurrido en Francia, inscrita bajo el marco estrecho determinado por la ortodoxia de la tercera internacional estalinista. La misma, reapropiándose de la idea de la “revolución en dos etapas” (primero la necesidad de una revolución democrático- burguesa, luego, y sólo después de lo primero, la posibilidad de realizar una revolución socialista), comprendió a la revolución francesa como el paradigma de lo que debía entenderse por revolución democrático-burguesa. Autores que trabajaron con esta tesis fueron Hirano y Takahashi, ambos japoneses. Véase por ejemplo, la siguiente cita del segundo
“La Revolución Francesa puede bien ser llamada un revolución burguesa clásica en el sentido que, sostenida por un movimiento generalizado de toda la nación…”[5]

 Ahora bien, si es claro que no constituye un error concebir al proceso francés como uno que derriba en lo sustancial los fundamentos del feudalismo, no lo es tanto que el mismo estructure cualquier forma de democracia. Esto porque el grueso de la fuerza social burguesa que lo impulsa postula como deber ser procedimental una forma monárquica constitucional con sufragio ampliamente censitario. Por lo demás, todo el proceso revolucionario se llevó a cabo mediante actos de fuerza (algunos autores hablan de sucesivas dictaduras) y no tuvo su conclusión sino en la constitución de un imperio monárquica. Más todavía, el pueblo francés solo conseguiría el sufragio universal masculino (al menos de una amplitud considerable) luego de 1871. Es en este sentido que la interpretación de autores como Takahashi e Hirano se encuentra errada: el constitucionalismo liberal de la burguesía revolucionaria nunca supuso cualquier tipo de premisa democrática. Así, cualquier analogía con el pasado trazada en esta línea (para establecer una lucha en dos etapas, una democrática y luego otra socialista) sólo encuentra sus propios pasos dogmáticos y es incapaz de aprehender la riqueza empírica de lo histórico[6]

2.      A la idea de campesinado

Cuando los historiadores marxistas y no marxistas que tratan la revolución francesa se enfrentan al fenómeno, es usual que trabajen con la noción analítica de “campesinado”. Ahora bien, desde un marco racional que comprende cómo la dinámica social se explica por la lucha de clases en torno a la producción y explotación, la categoría de campesinado debe ser criticada desde diversos puntos, en tanto la misma no logra iluminar lo histórico sino que lo ofusca.

a)      Campesinado y Revolución francesa

Lo primero que debe entenderse es que la existencia de un campesinado no prejuzga la naturaleza misma del proceso francés en tanto que revolución burguesa, fundamentalmente porque el mismo es un término descriptivo atravesado por las contradicciones de clase a las cuales no determina[7]. Al respecto, Pierre Vilar, historiador francés discípulo de Lefebvre y Labrousse, es claro:
“El caso francés atrae y le repulsa a los teóricos de la economía campesina. No existe un ejemplo más clásico de una familia campesina que trabaja la tierra de la cual es frecuentemente propietaria. Pero no existe un país que no haya realizado más claramente la revolución burguesa, y haya seguido más rápidamente a Inglaterra en el camino capitalista”[8]
 Es que, para este historiador, la masiva presencia del elemento “campesino” tanto en los orígenes del proceso revolucionario, como luego por largo tiempo en la sociedad pos-revolucionaria que se configuraría, en ningún niega la realidad de la revolución burguesa como “momento” de un paso desde un tipo de modo de producción feudal a una forma de desarrollo capitalista.

b)      Determinación y no cuantitativismo

Lo anterior se comprende si es que se visibiliza que aquello que importa, a la hora de caracterizar y explicar una sociedad dada, no es sólo y exclusivamente la presencia cuantitativa de un grupo social lo sustancial, sino más bien sus relaciones cualitativas de determinación. Esto es, lo fundamental son las relaciones jerárquicas entre los modos de producción que constituyen una totalidad dada; cuando en ésta encontramos un desarrollo significativo de las premisas capitalistas (suficiente para que este modo de producción despliegue su lógica intrínseca), dada su mayor progresividad e impulso a unas fuerzas productivas  de naturaleza particular, entonces siempre tendremos una formación determinada por el predominio del modo de producción capitalista. Es éste el sentido bajo el cual Vilar comprende la revolución francesa y sus consecuencias:
“Después de 1795 ya no existió una Francia campesina, sino campesinos franceses. La Francia occidental (Bretaña, el país vasco), con la aparcería y las presiones religiosas aún muy presentes, siguió siendo en algún grado feudal en espíritu. En las cercanías de París, en la Normandía y el norte francés el capitalismo estaba bien presente mediante el arrendatario empresario y la venta de ganado…La Francia minifundiaria, Francia como el país de los pequeños productores, estas son seguramente, fórmulas que expresan cual fue el modo social de trabajar la tierra (esto es, el método que fue mayoría en términos numéricos), pero en ningún caso el que era el modo económico, en tanto grandes terratenientes (capitalistas)…producían la mayor parte de la cosecha vendida en el mercado”[9]

c)      Campesinado como forma productiva no capitalista

Ahora bien, dentro del debate marxista que trata el proceso francés que aquí tematizamos, es común la utilización de la noción de campesinado como categoría explicativa que, de manera evidente, negaría la vigencia de una forma productiva capitalista y su determinación. Apréciese, por ejemplo, la siguiente disquisición de George Comninel, autor francés que escribe con la intención de aggiornar el marxismo de modo que el mismo pueda incorporar las críticas revisionistas:

“Aún si la Revolución Francesa hizo mucho por definir la política del siglo diecinueve, hizo muy poco a la hora de transformar las relaciones sociales de producción esenciales…La revolución no fue hecha por capitalistas, y no produjo una sociedad capitalista. En cambio, afianzó aún más la producción campesina en pequeña escala, y con ello la extracción del excedente agrio mediante rentas, hipotecas, etc…”[10]

 No sólo algunos marxistas, sino también la sociología histórica comparativa, mediante la figura de la mencionada Theda Skocpol, se reapropia y hace suya esta idea de una revolución campesina, derivada de historiadores soviéticos como Porchnev y Abo (y que luego fue reutilizada por los historiadores “revisionistas”). Es que Skocpol, en el contexto de su negación de la tesis que comprende el proceso francés en tanto que “revolución burguesa”, de hecho establece: 
Los resultados de la Revolución fueron fortalecer al pequeño campesino, el cual, avaro y con un carácter tradicional muy marcado, no compraba nuevos bienes de consumo (baja demanda para las potenciales empresas capitalistas) y tampoco utilizaba su ahorro para modernizar su actividad[11]
d)     Idea espuria de campesinado como autosuficiente

Empero, las bases de esta idea  se encuentran en una noción errada y utópica de lo que significa laborar en el campo y reproducir sus relaciones (ser campesino). Así,  los autores que entienden que la vigencia y desarrollo del campesinado niega la reproducción de la forma capitalista de producción, se basan en la idea de que el primero se reproduce mediante unidades productivas altamente autosuficientes, basadas en la producción para el autoconsumo y en el valor de uso. Esta tesis, sostenida por autores marxistas como Guy Lemarchand y Henrik Halkier[12], no solo es descaminada porque traduce un modelo utópico “chayanoviano”[13], sino porque, en el caso francés, existe suficiente evidencia empírica que permite sostener sin temor a error que gran parte de los productores agrarios se hallaban sujetos a la coerción del mercado. Esto es, debían vender para poder sobrevivir. Un autor que presenta de buena manera esta cuestión es Ricardo Duchesne:
“Aún así, sería errado asumir que toda la producción de estos aparceros era para el “uso”. Una gran proporción de estos campesinos se encontraba ligada al mercado mediante deudas comerciales, garantizadas por la cosecha, o incluso por la propiedad (de la tierra). Más todavía, la necesidad de cumplir con los impuestos de un Estado centralizado en rápida expansión llevó a muchos campesinos a vender sus cultivos a cambio de dinero…
 …Es difícil creer que la mayoría de los campesinos era autosuficiente, en tanto la gran mayoría sólo tenía unas pocas parcelas dispersas, demasiado pequeñas para mantener una familia a través del año (e.g. Morineau, utilizando material de Champagne, estima que una producción por semilla debajo de 5:1 en una granja de cuatro a cinco hectáreas hacía imposible la autosuficiencia -el promedio de la época era de hecho bajo 5:1, y para muchos campesinos esto la proporción era de 3:1 o 2:1-. Ahora, en la mayor parte de Francia, el 75% del campesinado…poseía menos de cinco hectáreas, y en casi cada provincia el 25% de las tenencias eran menores a una hectárea)

 Esta evidencia pareciera conclusiva al respecto: la idea de la existencia de un campesinado autosuficiente basado en la producción para el valor de uso, no se sostiene, como tampoco lo hace la derivación de esta idea que entiende la vigencia y desarrollo del campesinado como una negación de la reproducción de la forma capitalista de producción[14].

e)      Campesinado como categoría cultural

Por último, aquí quisiéramos resaltar cómo en realidad el término campesino describe una forma vital (una suerte de marco cultural) tal, que niega la realidad de las clases y ofusca los patrones mismos de reproducción de la realidad social. Como establece Vilar:
“De hecho existe un modo campesino de vida que incluye al caballero agricultor y al trabajador agrícola. Pero, como un instrumento de análisis social, no existe tal cosa como un modo campesino de producción (ni una economía campesina) en el cual las distinciones y luchas de clase características del capitalismo, del feudalismo, o de su combinación, desaparecerían en la transición”[15]

3.      A la idea de capitalismo industrial/comercial

Dentro de la discusión marxista acerca de las determinantes y efectos de lo ocurrido en el país galo a finales de siglo XVIII, ha sido (y es aún común) la continua referencia a un marco teórico explicativo que utiliza la pareja polar capitalismo industrial/capitalismo comercial. Ahora bien, en tanto esta dicotomía “explicativa” supone categorías estáticas no capaces de aprehender el devenir procesual de lo real, a la vez que funciona con una concepción estrecha y restringida de lo que en efecto constituye el modo de producción capitalista en su “espacialización” histórico-concreta, la misma no es pertinente para poder comprender la revolución francesa como proceso y dinámica que “conecta” dos modos de producción diferentes en el tiempo. En lo que sigue mostraremos como tres autores marxistas utilizan esta forma argumental errada y afirman sus correlatos. Veamos primero como se materializa esto en los desarrollos de Guy Lemarchand:
“Esto no significa que el capitalismo no estuviera presente en Francia, pero él permaneció embrionario y secundario, especialmente con respecto al capitalismo industrial caracterizado por el uso de maquinaria y fuentes artificiales de energía. Si miramos a las empresas que requerían una amplia proporción de capital fijo, encontraremos sólo unas pocas firmas industriales en los 1780s, y casi ninguna granja capitalista. El taller artesanal, involucrando una mínima extracción de plusvalor, predominaba en la industria…”[16]

 Aquí vemos como para el autor capitalismo se iguala a producción industrial y utilización de maquinaria (lo cual, como veremos más adelante no constituye sino una comprensión errada del mismo).
 Ricardo Duchesne, por su parte, entiende que:
 “En lo que sigue, argumentaré que este crecimiento no estuvo basado en el capitalismo, sino en la extensión de la producción preindustrial mediante las formas de circulación de la mercancía, el dinero y el capital”[17]

 Aquí se muestra de forma palmaria como se iguala capitalismo a industria, en tanto lo preindustrial no puede nunca ser propio del capitalismo.

 Un tercer ejemplo de lo que aquí deseamos poner en evidencia son las elaboraciones de Henrik Halkier
Sin embargo, dado el carácter no contractual y más bien inestable de estas rentas, la ausencia de un mercado libre de la tierra, y la organización comunal del cultivo por las comunidades campesinas francesas, el término “capitalista” pareciera también inadecuado…y esto efectivamente desalentó a los campesinos con tenencias de mayor escala de mejorar la agricultura y acumular capital desarrollando un capitalismo agrario “a la inglesa”…
 …Más todavía, la consecuencia inmediata de la revolución no fue una expansión rápida del capitalismo industrial…Dado el rol crucial cumplido por el campesinado francés…un desarrollo industrial sustantivo no ocurrió en Francia antes de la segunda mitad del siglo XIX”[18]

  Puede verse como también para Halkier es necesaria la constitución y desarrollo de la industria para la existencia de capitalismo, así como también constituyen condiciones necesarias la forma contractual sistemática, el desarrollo amplio de las fuerzas productivas y la inexistencia de “trabajo comunal”.

 Ahora bien, es primero interesante notar que la totalidad de estos autores no define explícitamente qué entiende por capitalismo industrial (o incluso por industria). En la mayoría de los casos comprendemos, por implicación, que se refieren a un tipo de producción que utiliza maquinaria, se basa en el salario y desarrolla las fuerzas productivas. En ninguno de estos casos se define el capitalismo a partir de su determinación más propia: las relaciones sociales de producción y explotación. No se analiza el proceso de trabajo, ni la acumulación (la reinversión del excedente y las trabas que existen para ello). En este sentido, para la totalidad de estos historiadores, capitalismo sería igual a la actualización del mecanismo del plusvalor relativo inscrito en un marco cultural urbano. Empero, esto no es más que una definición unilateral del capitalismo entendido como proceso, no porque igualemos a éste con la existencia de mercado, sino porque obvía características centrales del mismo, como son el mecanismo del plusvalor absoluto y la subsunción formal del trabajo al capital. Así también, pareciera ser que estos autores “entronizan” la categoría “industrial” como forma explicativa, cuando en realidad la misma en ningún caso especifica relaciones sociales de producción y explotación características (el caso del desarrollo soviético es ejemplar en este respecto: se trata formas sociales ampliamente industriales pero no capitalistas –no necesariamente “socialistas”-)[19]

 Una de la críticas más reveladoras de esta cuestión es la que realiza Henry Heller a George Comninel, para quien el capitalismo sería sólo “industria y plusvalor relativo”.
“Me parece que la visión de comninel del capitalism es demasiado restrictiva para ser históricamente significativa. Para él, el capitalismo supone necesariamente un proceso en el cual la contínua expansión de los medios de producción está en curso….Seguramente Comninel, mediante su definición demasiado restrictiva ignora aquellas ocasiones en la historia (como la nuestra) en las cuales el capitalismo no es particularmente productivo sino que más bien descansa en la intensa explotación de la fuerza de trabajo así como también en los dist9intos tipos de renta e intereses…El análisis de Comninel no sólo negaría la existencia del capitalismo francés en el siglo XVIII. También anularía por implicación el completo periodo de transición desde el siglo XVI hasta la revolución, el cual en Francia tomó la forma de una inmensa expropiación del campesinado por las clases propietarias”[20]

 A los ojos de quien escribe, esta crítica pareciera decisiva: una forma de comprensión que niega los procesos y la historia nunca podrá servir como herramienta explicativa de lo social y su dinámica.

4.      A una concepción errada del mercado

Otra consecuencia de una comprensión errada del significado más propio del modo de producción capitalista, es una concepción descaminada de lo que significa la vigencia de la ley del valor  y el mercado en una sociedad capitalista. Tanto Halkier como Lemarchand dan cuenta de una concepción del mercado capitalista que lo supone como necesariamente no agrario (en oposición a lo urbano y el desarrollo de maquinaria, se asume). Así, para Halkier:
“Básicamente, el mercado para los bienes no agrarios era bastante limitado en extensión porque la gran mayoría de la población francesa consistía en comunidades campesinas autosuficientes. El comercio y la producción se encontraban principalmente adaptados al consumo conspicuo de las clases altas y a las necesidades militares y administrativas del Estados absolutista…”

 Lemarchand, por otro lado, no desarrolla ideas muy diferentes. La cuestión, sin embargo, es que esta concepción del mercado capitalista y de la vigencia de la ley del valor, tiende a ofuscar el importante desarrollo del intercambio mercantil en bienes de consumo agrarios (propio, por ejemplo de Inglaterra). Por lo demás, más adelante mostraremos cómo el mercado de bienes manufacturados (e.g. textiles) sí se desarrolló en la Francia del siglo XVIII, principalmente espoleado por una industria capitalista agraria.

5.      A la idea de renta y agrario

a)      Agrario

Vinculado a lo anterior, varios autores parecen entender que una forma de negar la posibilidad de existencia de capitalismo en una formación social dada, se reduce a establecer la proveniencia agraria de la mayor parte de los productos. Así, Skocpol sostiene que Francia, en vísperas de la revolución, constituía un país ampliamente agrario, en el cual el 60% del producto era de origen agrario y el 85% de la población campesina. Comninel también es de la misma opinión:
“La agricultura era el sector abrumadoramente predominante de la producción social. La mayor parte del excedente distribuido mediante la ganancia comercial era directamente agrícola en su origen”

 Nada distinto estipula Halkier:
 “…Dado el rol crucial cumplido por el campesinado francés, la década revolucionaria acabó con la explotación feudal pero dejó todos los otros rasgos de la estructura agraria virtualmente inalterados…y un excedente agrario formó parte significativa de los fundamentos económicos de la nueva burguesía dominante…”

 Lo equivocado de todas estas formas argumentales, es que no consideran la posibilidad de que lo agrario de hecho pueda supone relaciones sociales de producción y explotación capitalistas. El caso de Inglaterra es ilustrativo de cómo puede hablarse de lo agrario en conjunción sistemática con la reproducción y el desarrollo del capitalismo. También el germen del capitalismo en estados unidos, se desplegó a partir de lo agrario: no por nada Charles Post conceptualiza el fundamento del mismo en lo que denomina “complejo agrario-industrial”[21]. Por lo demás, un ejemplo evidente de la posible vinculación sistemática entre lo “agrario” y lo “capitalista” es el desarrollo actual de la producción en el campo chileno actual[22].
b)      Renta
En estrecha relación con lo anterior, autores como George Comninel y Henrik Halkier comprenden que la existencia de una renta (agraria) tendería a negar la existencia y desarrollo del modo de producción capitalista[23]. Denominando esta forma de explotación como agraria y/o precapitalista, estos autores marxistas se niegan la posibilidad de definir y caracterizar a la misma en términos de su contenido sustantivo (como relación de producción y explotación) y, por tanto, cierran la posibilidad de un análisis materialista racional de la realidad social propia del proceso francés.
6.      Al capital comercial como ffpp y la idea de explotación de Roemer sin cambios en las rsp

Una de las tesis marxistas más interesantes que intentan comprender y reinterpretar la dinámica de la formación social gala a fines del siglo XVIII es la que desarrolla Ricardo Duchesne. Basado en las teorizaciones de John Roemer, marxista analítico cuya producción intelectual ya comienza en los años 80 del siglo pasado, este autor plantea que la tesis marxista desarrollada en el prefacio de la contribución a la crítica de economía política de 1859 (la idea de un desarrollo de las fuerzas productivas imposibilitado por las barreras de unas relaciones sociales de producción ya “caducas”) es aún sostenible para el caso de la revolución francesa, si es que a esta tesis se la modifica de acuerdo a ciertas precisiones necesarias. Básicamente, lo que Duchesne plantea es que aquella fuerza productiva imposibilitada de desarrollo bajo unas relaciones sociales de producción aún feudales, sería la esfera de la circulación (capital comercial). Así, serían los “capitalistas mercantiles” quienes explotarían al campesino y al artesano, sin embargo, no directamente, sino a través de los diferenciales de precio constituidos en función de los monopolios comerciales (de distribución, una suerte de oligopsonios), los cuales no extraerían excedente sino a partir del aprovechamiento de las diferencias de productividad entre los distintos productores agrarios (en lo esencial, el comerciante se apropiaría de las diferencias entre el trabajo social necesario y las productividades diversas). Ahora bien, aún si este marco analítico presenta elementos de interés, el mismo yerra en sus premisas fundamentales. Fundamentalmente porque confunde expoliación con explotación. Esto es, supone que el intercambio desigual implica una relación de explotación entre unidades productivas diferentes. Si en realidad el aprovechamiento de las transferencias de valor derivadas de las productividades diferenciales supusiera una forma de explotación, entonces este concepto dejaría de relacionar clases distintas (productoras y no productoras), ya que el mecanismo de las transferencias de valor se reproduce sistemáticamente en la relación entre capitales que se constituye bajo el marco del modo de producción capitalista[24].

 Por lo demás, el concebir al capital comercial como una fuerza productiva es, por decir lo menos, una tesis “original”, ya que el capital en la circulación nunca produce valor, sino que lo redistribuye. Es que, todo el argumento de Duchesne tiende a omitir una cuestión fundamental, el hecho de que el capital constituye una relación social de producción que vincula a un productor con un no-productor. En algún sentido el autor cae en la concepción “cosificante” de capital, tan propia de toda la economía neoclásica.

 Uno de los supuestos fundamentales que permiten el desarrollo de la tesis de Duchesne, es el hecho de concebir la relación entre el comerciante y el pequeño productor como una meramente mercantil (entre vendedores y compradores):
“En la práctica, el capital mercantil presupone el intercambio mercantil simple como un puente que conecta al comerciante y la economía feudal…Como veremos más adelante, este circuito combinado representa una relación social única entre el comerciante y el pequeño productor”[25]

 En lo que dice explícitamente el autor no existe ningún error. La equivocación está en lo que no dice u omite. Es que lo esencial de la relación entre el pequeño productor y el comerciante (en el caso de la Francia evolucionaría), como veremos más adelante en detalle, son las consecuencias de apropiación de excedente mediante el monopolio mercantil. Éstas de hecho implican la vigencia y el desarrollo de una forma de capitalismo que relaciona productor y no productor mediante la explotación, forma de capitalismo constituida por al subsunción formal y el desarrollo del mecanismo de plusvalor absoluto, forma de capitalismo definida en la esfera de la producción mediante el control parcial del trabajo por parte del capital.

7.      A la idea de burguesía como categoría social y/o grupo político

Tres de los autores mencionados hasta aquí, también proponen concebir a la burguesía revolucionaria como una mera fracción de una clase rentista más amplia, como mero estrato social o posiblemente como un grupo estrictamente político. Lemarchand actualiza un análisis de este tipo una vez concibe a la burguesía francesa a partir de su riqueza y su número (no a partir de las relaciones sociales de producción y explotación que esta “clase” materializa):
“En Lyon, el número de comerciantes se había casi doblado entre 1728-1730 y 1786-1788. En Brest, los ricos que pagaban más de diez “livres” de impuestos eran el siete por ciento del total e contribuyentes en 1720 y un 10.5% en 1879. Al mismo tiempo, la riqueza burguesa creció más rápidamente que las fortunas nobles más sustanciales…La diferencia de riqueza entre la burguesía y la nobleza estaba siendo reducida”

 El mismo autor demuestra trabajar laxamente los conceptos, porque en ocasiones acepta como buenas las propias definiciones sociales de la época, siendo que considera como burgueses a todos aquellos que lo jurídico comprende como “comunes”. Es de hecho el mismo el autor el que reconoce explícitamente como hace uso de nociones jurídicas derivadas del sentido común:
“En Lille, que estaba experimentando un estancamiento industrial desde 1770 y donde la población había crecido solo levemente, el número de burgueses –una categoría legal basada en la riqueza que cubre sólo parcialmente la noción social- aumentó cada año en 120…”

 Otra manera de comprender al “grupo social” burgués, sin adentrarse en el terreno propio de las relaciones de producción y explotación, es la que desarrolla un autor como Ricardo Duchesne
 “El objeto de este procedimiento es demostrar que estas dos clases son analíticamente distinguibles y mutuamente irreductibles incluso si sus miembros individuales están mezclados…La nobleza y la burguesía no compartían una forma de propiedad; ellas compartían dos formas de propiedad. Recuérdese que subyacente a esta elite “única” existían dos relaciones económicas diferentes…cada una operando según su serie específica de normas propietariales: la primera de acuerdo a ley de la costumbre –homenaje, prerrogativas nobles, trabajo forzado; la segundo de acuerdo a los principios del libre contrato y al propiedad mercantil”

 Para este autor lo esencial serían las distinciones de propiedad, pero distinciones eminentemente jurídicas, no relacionadas de manera sistemática con la forma de apropiación del excedente y la manera en que se despliega la producción y explotación.
 En tercer lugar, es Comninel quien al menos es más científico al respecto, ya que reconoce que fundamentar una diferencia de clase en estos términos no supone sino caer en una forma liberal-neoclásica de definir esa realidad sustancial que reproduce la dinámica de cualquier sociedad. Aceptando la tesis revisionista de la sola existencia de una clase (para los revisionistas será una élite), este autor comprende a la burguesía de la siguiente manera:
“El carácter general de la burguesía ha sido ampliamente bosquejado más arriba, y corresponde tanto a una categoría social real del antiguo régimen (¡pero no a una clase separada!) como a la categoría política de la Revolución”[26]

No obstante, como ya se habrá podido colegir de lo anterior, aquí postulamos que todos los desarrollos precedentes, en tanto no comprenden a la denominada “burguesía” como una clase capitalista específica que explica su naturaleza por relaciones sociales de producción y explotación diferenciales, caen en un tipo de análisis que no es capaz de aprehender la riqueza empírica de lo histórico sin perder la fuerza y el alcance de la conceptualización teórica

8.      A la nula transición al mpc

Tanto Halkier como Comninel también hacen propia una de las cuatro tesis fundamentales de los revisionistas, aquella que desvincula la “revolución” de cualquier proceso de transición entre feudalismo y capitalismo. Al respecto, el primero establece que:
“Desde una perspectiva de la evolución de conjunto, 1789 devino la conspicua línea política de demarcación entre dos tipos de hegemonía precapitalista en la sociedad francesa: el antiguo régimen feudal, y una Francia burguesa post-revolucionaria donde las rentas agrarias precapitalistas eran el modo de explotación dominante”

 Comninel es incluso más explícito:
 De hecho no existe mejor testimonio del carácter fundamentalmente incambiado del estado francés en la extracción del excedente que aquél ofrecido por Marx mismo en El dieciocho de Brumario…La aproximación de Marx a la revolución se encuentra aquí, también, determinada por su interés en la sociedad de su tiempo, pero está lejos de ser absolutamente claro que la sociedad burguesa de la cual escribe sea de hecho una sociedad capitalista”

 El problema con ambos enfoques es que trabajan con una concepción restringida de capitalismo (como ya se vió más arriba), por lo cual no pueden dar cuenta del proceso de su generación y predominio. Esto es incluso más sorprendente en el caso de George Comninel, porque él, en tanto alumno de George Rudé, debiera saber muy bien como las luchas de clases en Francia entre 1848 y 1852 de hecho expresaban conflictos entre obreros y capitalistas, agentes ya propios de la vigencia del modo de producción capitalista[27]. Asimismo, el propio Eric Hobsbawm es claro al consignar la crisis  europea de 1848 como la primera crisis capitalista a la vez que la última de “tipo antiguo” (utilizando la fraseología de Labrousse).

9.      A la idea de transformación como supuesto funcionalista de separación entre estado y economía

Quien escribiera “Repensando la revolución francesa…” desarrolla también un argumento acerca de la transformación sustancial que supone el advenimiento del capitalismo. Lo esencial sería, en este caso la separación de la sociedad civil del Estado y el abandono de la extracción de excedente mediante procedimiento extra-económicos:
“Por lo tanto, la Guerra Civil (inglesa) puede decirse que marca una separación significativa entre el estado y la sociedad civil, lo que ha sido usualmente considerado como una característica central de la “revolución burguesa”…En el caso de Francia, sin embargo, no es posible vincular esta separación del estado de la sociedad civil –en tanto el rol del Estado en la extracción del excedente extra-económico no fue “retado” ni finalizado por la revolución. La separación de la esfera pública política del Estado de la esfera económica de la sociedad civil nunca realmente ocurrió en Francia antes del establecimiento de de la Tercera República (1871-1940), en el tiempo que por fin puede decirse que el capitalismo existió”

 Esta tesis, sostenemos en este punto de manera fuerte, está permeada por la temática deformante del funcionalismo, la cual sostiene la necesidad de diferenciación funcional de esferas para la constitución de la sociedad moderna. Además, la utilización desprejuiciada de la noción de “sociedad civil”, concepto que Marx abandonaría en sus escritos ya maduros (como muy bien plantea Althusser), le proporciona cierto matiz irreflexivo a esta tesis[28]. Ahora bien, no es que deseemos negar la parcial autonomización de esferas propia de la sociedad capitalista moderna, sino que queremos enfatizar en el hecho de que la misma no implica una acción del Estado y la política en lo económico, sino la transformación de esta acción en su ser efectivo. Esto es, postulamos que es muy posible que lo que Comninel denomina extracción extraeconómica de excedente por parte del Estado no implique una lógica necesariamente precapitalista, sino una forma de acción de un Estado ya capitalista en la esfera de la producción. Por lo demás, tampoco se ve cómo si la acción estatal fuera de hecho precapitalista esto pudiera negar la posibilidad del desarrollo vigencia del modo de producción capitalista. Esto sólo podría ser así si se aceptara la tesis simplista de una completa correspondencia entre lo superestructural y lo basal, negando así toda posibilidad de asincronía y tiempo diferencial entre niveles (y así, Comninel daría cuenta de un deficiente lectura del estructuralismo marxista). Finalmente, aquí quisiéramos citar a Theda Skocpol, quien nos muestra cómo la apariencia de una intervención estatal continuada nos podría incluso llegar a negar la vigencia del capitalismo francés para gran parte del siglo XX:
El estado nacional francés siempre ha sido una gran fuerza en la vida económica, que hace y deshace oportunidades para los inversionistas privados y que da forma profundamente a los contornos regionales y sectoriales del desarrollo industrial. Por lo tanto, no solo unas condiciones generalmente favorables al desarrollo capitalista, sino también las pautas sociopolíticas que han hecho de Francia un país relativamente distinto entre las naciones capitalistas industriales, se remontan a las grandes realizaciones de la Revolución Francesa”

10.  A la idea de comparar GB y Francia

En estos dos últimos puntos de esta sección crítica consignaremos dos críticas que Henry Heller le realiza a George Comninel, las cuales, a juicio nuestro, son acertadas.
 Heredero de una cierta tradición marxista cuyo exponente más prominente es el historiador británico Robert Brenner, Comninel hace uso recurrentemente de la comparación entre Francia e Inglaterra para argumentar en el sentido de la inexistencia de capitalismo en la formación gala. Ahora bien, Heller, al tratar este punto, es agudo cuando consigna que:
“Comparar Inglaterra y Francia…es comparar manzanas y naranjas porque Inglaterra en el siglo dieciocho es una sociedad post-revolucionaria, mientras Francia una pre-revolucionaria. En la primera los constreñimientos al desarrollo capitalista en la agricultura han sido ampliamente removidos mientras en la última éstos aún se encuentran vigentes”[29]

 La crítica es clara: la comparación es espuria, ya que olvida la tesis marxista básica que nos habla de las barreras al desarrollo de nuevas fuerzas productivas que imponen relaciones de producción ya caducas, tesis que de hecho se actualiza en la Francia del siglo XVIII.

11.  A la idea de que las relaciones comunales niegan el mpc

En segundo lugar, comninel postula que uno de los factores que inhibe el desarrollo del capitalismo en la Francia revolucionaria es la permanencia de las prácticas comunales en los productores campesinos:
“Más todavía, precisamente porque la fuerza de trabajo es hecha dependiente de su propia producción de subsistencia y no es completamente proletarizada, a los procesos materiales de producción reales les es bloqueado el progreso tecnológico, y prácticamente todo el cuerpo de prácticas campesinas comunales tradicionales…es mantenido en vigencia”

 Sin embargo, Heller nos informa cómo estas prácticas no son necesariamente antitéticas con el desarrollo del capitalismo
“…No obstante, ha sido recientemente demostrado que la persistencia o incluso la intensificación de estos usos en el siglo XVIII, mientras quizás inhibiendo la innovación, se mostraron como una nula barrera a la acumulación. El miembro rico de hecho favoreció su permanencia más que el miembro pobre de la comunidad, especialmente porque le aseguraba al primero de una fuente confiable de trabajo cuando éste era requerido”

III. Tesis sustantivas

Habiendo ya delineado las críticas necesarias (tanto empíricas como teóricas) para una mejor comprensión y explicación del proceso revolucionario francés que comienza a finales del siglo XVIII, en esta sección conclusiva quisiéramos destacar cinco aspectos a estudiar, cuya presencia nos daría cuenta de la forma particular en que existió el capitalismo como causa y consecuencia de la Revolución Francesa.

1.      Periodización soviéticos

En primer lugar destacamos la necesidad de explicar la transición entre modos de producción como una compuesta de dos etapas. Así, existiría tanto un desarrollo propio del capitalismo antes del levantamiento de clase revolucionario, como un distintivo posterior a la revolución. Esta idea es esencial porque nos permite entender como las luchas de clase en el siglo XVIII galo estuvieron determinadas por la lógica propia de una forma capitalista de subsunción formal y plusvalor absoluto, mientras los conflictos clasistas decimonónicos se vieron progresivamente permeados por la lógica de la reproducción ampliada del capital mediante el mecanismo del plusvalor relativo. Si bien los términos y el contenido de estas dos etapas constituyen una interpretación propia a la luz de la literatura (desarrollada más abajo), la misma idea de esta separación fue ya hecha por los historiadores soviéticos como Barg, Chernyak y Malov (quienes, aún si trabajaron con conceptos laxos como semi-feudalismo, de hecho constituyeron un aporte a la discusión sobre las causas y consecuencias de la revolución francesa):
 “Los académicos soviéticos, estudiando el problema desde una perspectiva comparativa, dividieron la largo transición en dos periodos: un periodo semi-feudal antes de 1789 en el cual el desarrollo capitalista se encontraba bloqueado, y un periodo post-revolucionario cuando el capitalismo emerge como el sistema dominante bajo nuevas condiciones de libertad”[30]

2.      Defeudalización no completa

Implicado en lo anterior se encuentra la negación de una tesis propiamente revisionista, la cual sostiene que la defeudalización estaría ya completa para el año 1789 en el mundo francés. Para afirmar esto no sólo argumentamos a partir de la riqueza de lo empírico, sino que nos hacemos parte de la autoridad de historiadores que han estudiado esta cuestión. Por ejemplo, Anatoly Ado:
“Hemos criticado las dos tesis principales de los revisionistas, a saber, que el proceso de defeudalización que comenzó en el siglo XVI había sido completado ya para 1789…”[31]

3.      Necesidad de la revolución francesa para el desarrollo del modo de producción capitalista

La cita anterior se completaba de la siguiente manera:
“Hemos criticado las dos tesis principales de los revisionistas, a saber, que el proceso de defeudalización que comenzó en el siglo XVI había sido completado ya para 1789  y que la Revolución no fue necesaria para establecer el capitalismo como el sistema social dominante en la europa del siglo XIX”[32]

 Así, afirmamos, contra los revisionistas, la necesidad del proceso revolucionario para conducir el movimiento de la totalidad desde una etapa transicional a otra. Una de las razones fundamentales que explican la necesidad de la revolución es el bloqueo estructural al desarrollo de nuevas fuerzas productivas y relaciones sociales de producción, que constituían los grilletes feudales (“feudal fetters”). Este bloqueo, en lo fundamental, fue una barrera a la acumulación –la reinversión del excedente en actividades productivas que reproduce de manera ampliada las relaciones sociales de producción básicas-, límite que es bien desagregado en sus dimensiones por Lemarchand
 “La insuficiencia de capital para la modernización fue debida a: a) la desviación de fondos hacia la compra de cargos oficiales…y especialmente hacia la tierra y el enseñoramiento; b) los préstamos e ingresos de la monarquía, con su déficit crónico creciente derivado del bloquea de la reforma fiscal por parte de la aristocracia…; c) los gravámenes en los ahorros campesinos –como en el caso de los impuestos directos para la guerra americana de independencia- tendían a incrementarse, y eran estos ahorros campesinos los que, más allá de los experimentos únicos de los agrónomos, nutrían gran parte del progreso agrícola”[33]

 Puede verse como las barreras feudales fundamentaban medios deformados de acumulación, como por ejemplo cuando se compraban cargos estatales que daban pie para la constitución de monopolios comerciales (explotación doblemente mediatizada en este caso, a través del estado, primeramente, luego pasando por el monopolio mercantil, para llegar finalmente al control parcial de la esfera de la producción por parte del capital en el proceso de trabajo que actualizaba el pequeño productor). Además, los efectos contradictorios de estos “grilletes” son evidentes: en un caso pueden favorecer un tipo de acumulación (como en el ejemplo recién citado), mientras en otro pueden imposibilitarla en gran medida (como en el caso de los impuestos de guerra al campesino productor)

4.      Desarrollo previo del modo de producción capitalista

Basando esta sección en la información empírica entregada por Duchesne, Ado y Lemarchand, aquí plantearemos que durante el siglo XVIII francés previo a la revolución existieron signos evidentes de un tipo de desarrollo capitalista. Fundamentalmente a partir de dos formas de desarrollo de las relaciones sociales de producción y explotación, ambas implicadas en una reproducción del plusvalor absoluto y la subsunción formal del trabajo al capital. Por una parte, lo que la literatura inglesa denomina “putting out system”
“…Contra los gremios y los pequeños talleres…combinaron una red comercial extensiva de mercados locales, regionales e incluso internacionales, conectando miles de trabajadores rurales entre sí en etapas sucesivas de la producción. Bajo este sistema los mercaderes lograron insertarse completamente entre la oferta y la demanda, avanzando materias primas y herramientas a los productores, y comercializando el producto terminado”[34]

 No es sólo que esta forma de explotación, en tanto supone un amplio desarrollo del capital en la circulación, suponga una aceleración en la tasa de rotación del capital (cuestión que igual tiene su influencia), sino el hecho de que este tipo de proceso (junto al segundo que detallaremos, la “manufactura”) se encontraba difundido con amplitud en la Francia del siglo XVIII
Esta lista es vasta (e.g. en Orleans, los mercaderes controlaban una red de un 12.171 artesanos dispersos entre varias aldeas); las industrias rurales y las manufacturas existieron en todas partes, esparciéndose más rápidamente durante el siglo XVIII que nunca antes (tanto en el número de trabajadores empleados como en el producto físico bruto, estas industrias se duplicaron o triplicaron durante el siglo). En 1790, al menos una mitad de la población rural era al menos parcialmente dependiente de estas industrias”[35]

 En segundo lugar –y como ya explicita la cita anterior-, se desarrolló el sistema manufacturero:
“…era más un caso de intensificar el proceso de trabajo que de acortar el tiempo de circulación…mediante el rompimiento del proceso de trabajo en tareas extremadamente simples comerciante-manufacturero convirtió al campesino/artesano de un productor causal a un trabajador altamente especializado…También, mediante la concentración de cientos de trabajadores bajo un solo techo, el mercader creó una cualidad y ritmo de trabajo uniformes…esta fue un verdadero incremento en la tasa de plusvalor absoluto, incluyendo las economías de la producción a gran escala así como el número de personas trabajando en cada producto”[36]

Ambas formas de explotación/producción tuvieron un “efecto de arrastre” de importancia, efecto que desarrolló distintos sectores de la economía. En términos internos, Duchesne establece que la industria textil estaba presente en toda Francia, desde París a Languedoc, y que, por lo demás, predominaba en el número de trabajadores empleados, así como en la tasa de crecimiento (Marczewski afirma que la tasa de crecimiento anual de esta industria entre 1710-1790 fue de un 3,8%, muy suprior al resto de la industria, que creció sólo un 1,9%). También se acusó el crecimiento y la transformación agrícola:
 Este crecimiento obtenido mediante el ampliamiento absoluto de la tierra cultivada…la introducción de nuevas cosechas como el maíz, el ensanchamiento de los viñedos, la monetarización y la especialización regional, y lo fertilizantes…”[37]

 El sector que más creció fue el comercio (principalmente el internacional). Su tasa fue de un 4.1% anual entre 1716 y 1748; sin embargo, esto no quiere decir que este crecimiento fuera sólo el de una esfera improductiva no generadora de valor (aunque quizá la forma de acumulación deformada por las “barreras” feudales quizás haya influido en un crecimiento del comercio no beneficioso para el mayor desarrollo del modo de producción capitalista), porque fundamentalmente estimuló nuevas industrias como la refinería, la destilería y la navegación. Precisamente el impulso a la esfera del transporte (momento de la circulación aún productivo según las nociones científicas marxistas) fue muy grande y tuvo amplia influencia (tanto como para que Braudel hablara de una gran revolución de los caminos –“great road revolution”-).

 La misma reacción “aristocrática” (o “feudal”, dependiendo del autor), no supuso sólo consecuencias negativas para el desarrollo de formas capitalistas de producción, sino que su influencia compleja y contradictoria.
“La denominada reacción feudal fue mucho más complicada y contradictoria de lo que pensamos. La búsqueda de un ingreso feudal más alto fue usualmente acompañada por la reorganización de las relaciones económicas y el desarrollo de relaciones capitalistas y semi-capitalista en las estancias señoriales…”[38]

 Por último, si miramos la dinámica de la formación francesa durante el siglo XVIII, podemos al menos presentar evidencia indicativa de que, inserta en la conjunción de crisis (política, económica, demográfica, social) que Labrousse y Lemarchand remarcan, se encuentra un tipo de crisis más propio de la forma capitalista capaz de desarrollarse bajo las “barreras” feudales: las crisis en el punto de punto por una cuestión de precios. En efecto, Duchesne señala que, si bien la carga de los impuestos estatales sobre los productores era aún fuerte durante el siglo XVIII, la misma tendió a estabilizarse (y quizás decrecer levemente) en esta misma época. En el mismo sentido argumento Leroy Ladurie. Por el contrario, la intranquilidad del campesinado y los sectores urbanos se debió a otras causas bien distintas (al menos parcialmente):
“La Francia del siglo XVIII fue testigo de una creciente disputa entre los pequeños consumidores y los comerciantes, un conflicto inseparable de la creciente dependencia del mercado por parte de los productores básicos…Entre 1709 y 1789 serias “revueltas por alimentos” involucrando grandes números de personas ocurrieron en 1709-10, 1725, 1739-40, 1752, 1768, 1770, 1775, 1785, y 1788-89…Todas estas revueltas, en contraste con las crisis de subsistencia del siglo XVII, que eran puestas en marcha por la depresión agrícola y los altos impuestos, coincidieron con los altos precios del grano y la escasez de oferta en el mercado”[39]

 Todo lo cual, en conjunción e imbricado de manera compleja, nos habla de una forma de desarrollo capitalista inscrita en un marco limitado de posibilidades por la inveterada vigencia de muchos rasgos feudales.

5.      Formas mixtas de propiedad (imbricación de modos de producción no solo económicos y asincronía)

A modo de conclusión queremos indicar que las tesis sustantivas aquí planteadas no intentan determinar actores concretos que impulsaran de manera directa e inmediata una revolución burguesa dirigida a la destrucción del feudalismo y la subsecuente implantación del capitalismo. Sino que, más bien lo propuesto mantiene que en la revolución (como punto de inflexión en una transición más larga) cumplieron un rol relevante las formas mixtas de producción (incluso en los mismos agentes individuales de la revolución), en un todo complejo que imbricó modos de producción diferentes con niveles asincrónicos poseedores de tiempos diferenciales. En palabras de Ado:

“No es suficiente decir que las relaciones feudales y capitalistas, así como la pequeña producción, coexistieron en la Francia pre-revolucionaria. Ellas estaban inextricablemente entrelazadas en la sociedad de viejo régimen, conformando una unidad conflictiva. Algunos nobles claramente se involucraron de diferentes maneras en actividades capitalistas o semi-capitalistas. Los mercaderes y comerciantes adquirían tierra e ingresos que se basaban en una mezcla de relaciones feudales y capitalistas. Las fuerzas que impulsaban las relaciones capitalistas en el campo fueron los grandes campesinos y granjeros junto con ciertos terratenientes. Formas mezcladas de propiedad, y grupos sociales híbridos cumplieron un importante rol en el amanecer de la revolución”[40]


Bibliografía

Moss, Bernard H. Science & Society, Vol. 54, No. 3, The French Revolution and Marxism (Fall, 1990), pp.261-265

Lemarchand, Guy.  Science & Society, Vol. 54, No. 3, The French Revolution and Marxism (Fall, 1990), pp.266-287

Duchesne, Ricardo. Science & Society, Vol. 54, No. 3, The French Revolution and Marxism (Fall, 1990), pp.288-320

 Halkier, Henrik Science & Society, Vol. 54, No. 3, The French Revolution and Marxism (Fall, 1990), pp.321-350

Ado, Anatoly. Science & Society, Vol. 54, No. 3, The French Revolution and Marxism (Fall, 1990), pp.361-366

Shibata, Michio. Science & Society, Vol. 54, No. 3, The French Revolution and Marxism (Fall, 1990), pp.366-374

Heller, Henry. Science & Society, Vol. 54, No. 3, The French Revolution and Marxism (Fall, 1990), pp. 375-378

Vilar, Pierre. Review (Fernand Braudel Center), Vol. 21, No. 2 (1998), pp. 151-189
     
Comninel, George. Rethinking the French Revolution, Editorial Verso, Londres 1987

Skocpol, Theda. Los Estados y las revoluciones sociales, Editorial Fondo de cultura económica, 1984





[1] Bernard H Moss Science & Society, Vol. 54, No. 3, The French Revolution and Marxism (Fall, 1990), pp.261-265
[2] Anatoly Ado. Science & Society, Vol. 54, No. 3, The French Revolution and Marxism (Fall, 1990), pp.361-366
[3] Guy Lemarchand. Science & Society, Vol. 54, No. 3, The French Revolution and Marxism (Fall, 1990), pp.266-287
[4] Henrik Halkier. Science & Society, Vol. 54, No. 3, The French Revolution and Marxism (Fall, 1990), pp.321-350
[5] Michio Shibata. Science & Society, Vol. 54, No. 3, The French Revolution and Marxism (Fall, 1990), pp.366-374
[6] Autores como Cerroni y Therborn plantearán de manera convincente que las democracias occidentales sólo se explican por la pre4siónd e la clase trabajadora a través de una lucha de muchas décadas (e.g. en Suiza las mujeres solo podrán votar en 1971)
[7] Lo esencial es comprender que el campesinado no es una clase, sino un grupo social heterogéneo susceptible de constituir más de una clase o fracción de clase. Así, los análisis de Henry Bernstein, Patnaik, Chattopadhyay, e incluso del mismo Lenin, todos los cuales reconocen esta heterogeneidad intrínseca en el campesinado, son todos un ejemplo de una forma más racional de tratar con la categoría del “campesinado”.
[8] Pierre Vilar Review (Fernand Braudel Center), Vol. 21, No. 2 (1998), pp. 151-189
[9] Pierre Vilar Review (Fernand Braudel Center), Vol. 21, No. 2 (1998), pp. 151-189
[10] George Comninel Rethinking the French Revolution, Editorial Verso, Londres 1987
[11] Theda Skocpol. Los Estados y las revoluciones sociales, Editorial Fondo de cultura económica, 1984
[12] En el caso de Lemarchand véase el siguiente párrafo, en el cual el autor describe a Francia al momento del comienzo de la revolución: “Francia de hecho había permanecido como un país agrícola en el cual el uso del barbecho era generalizado, la ganadería débil y la producción mediocre. La producción para el uso antes que para el mercado era la forma más común, con la mayoría de los campesinos e incluso los burgueses tratando de vivir por su cuenta…”. Halkier, por su parte, no afirma nada demasiado distinto: “Básicamente, el mercado para los bienes no agrarios era bastante limitado en su extensión porque la gran mayoría de la población francesa consistía en comunidades campesinas autosuficientes”
[13] En el sentido que Pierre Vilar utiliza el término, esto es, para describir una tendencia “iniciada” por el agrónomo ruso Alexander Chayanov, quien fundamentó teóricamente las tesis populistas acerca del campesinado como agente independiente e igualitario.
[14] Aún si el argumento de Duchesne y Morineau tiene un peso importante, también es necesario matizarlo estableciendo que una de las posibilidades del campesino, fuera de las alternativas autosuficiencia/mediación mercantil, era la vagancia y el bandidaje. De hecho, estas últimas fueron realidades bien presentes en el periodo propio de la revolución en Francia; sin embargo, sus números (11% de la población según Godechot) no alcanza para que esta fuera una alternativa capaz de reemplazar la mediación mercantil en la forma de reproducción campesina.
[15] Pierre Vilar. Review (Fernand Braudel Center), Vol. 21, No. 2 (1998), pp. 151-189
[16] Guy Lemarchand. Science & Society, Vol. 54, No. 3, The French Revolution and Marxism (Fall, 1990), pp.266-287
[17] Ricardo Duchesne. Science & Society, Vol. 54, No. 3, The French Revolution and Marxism (Fall, 1990), pp.288-320
[18] Henrik Halkier. Science & Society, Vol. 54, No. 3, The French Revolution and Marxism (Fall, 1990), pp.321-350
[19] Más abajo desarrollaremos más esta idea al tiempo que damos cuenta cómo puede comprenderse al proceso francés que aquí tratamos como un precedido por el capitalismo que a la vez desarrolla el capitalismo
[20] Henry Heller. Science & Society, Vol. 54, No. 3, The French Revolution and Marxism (Fall, 1990), pp. 375-378
[21] Ver “The American Road to capitalism”
[22] De hecho, la nueva fase “desestructurante” del capitalismo, comenzada hace unos 35 años, se hizo sentir primero en el agro chileno; fue allí donde por primera vez ya puso hablarse de una suerte de proletariado global, como bien plantea el sociólogo Manuel Canales
[23] Comninel establece: “La forma esencial de excedente era, entonces, la renta –extraída de los productores campesinos mediante una variedad de formas…”. Halkier, por otra parte: “De mucho mayor importancia fueron otro tipos de rentas agrarias, tal como el metayage (aparcería) o el fermage (contratos de arrendamiento a corto plazo); estas formas de explotación de hecho han sido de importancia económica vital para los terratenientes por siglos antes de la revolución…”. Esta última cita toca una de las dimensiones centrales de nuestro argumento acerca de la existencia de capitalismo antes y después de la revolución francesa. Fundamentalmente porque más adelante sostenemos que ambas formas (metayage y fermage), en su lenta transformación, en realidad daban cuenta de una forma capitalista que funcionaba mediante la subsunción formal del trabajo al capital y el plusvalor absoluto.
[24] Las transferencias de valor de hecho tienen mucho que ver con las realidades esenciales modo de producción capitalista, porque las mismas coadyuvan al proceso de igualación de la tasa de ganancia, su descenso relativo derivado de la alta composición orgánica del capital y a la permanencia o no permanencia en la guerra del mercado de una unidades productivas y no otras.
[25] Ricardo Duchesne. Science & Society, Vol. 54, No. 3, The French Revolution and Marxism (Fall, 1990), pp.288-320
[26] Comninel, George. Rethinking the French Revolution, Editorial Verso, Londres 1987
[27] George Rudé, en “La multitud en la historia”, explica como ya pueden entenderse este tipo de conflictos como parte de una lógica capitalista moderna (para el autor, sin embargo, estas luchas hablan de la existencia del modo de producción capitalista en la formación francesa, no prejuzgan su predominio).
[28] Recordemos que la idea de sociedad civil implica la reunión de lo familiar y lo económico según Hegel. En Marx, el término es utilizado más sistemáticamente en “La cuestión Judía”, escrito en el cual la temática de las clases aún no se encontraba desarrollada en lo fundamental por el autor.
[29] Henry Heller. Science & Society, Vol. 54, No. 3, The French Revolution and Marxism (Fall, 1990), pp. 375-378
[30] Anatoly Ado. Science & Society, Vol. 54, No. 3, The French Revolution and Marxism (Fall, 1990), pp.361-366
[31] Anatoly Ado. Science & Society, Vol. 54, No. 3, The French Revolution and Marxism (Fall, 1990), pp.361-366
[32] Anatoly Ado. Science & Society, Vol. 54, No. 3, The French Revolution and Marxism (Fall, 1990), pp.361-366
[33] Guy Lemarchand. Science & Society, Vol. 54, No. 3, The French Revolution and Marxism (Fall, 1990), pp.266-287
[34] Ricardo Duchesne . Science & Society, Vol. 54, No. 3, The French Revolution and Marxism (Fall, 1990), pp.288-320
[35] Ricardo Duchesne. Science & Society, Vol. 54, No. 3, The French Revolution and Marxism (Fall, 1990), pp.288-320
[36] Ricardo Duchesne. Science & Society, Vol. 54, No. 3, The French Revolution and Marxism (Fall, 1990), pp.288-320
[37] Ricardo Duchesne. Science & Society, Vol. 54, No. 3, The French Revolution and Marxism (Fall, 1990), pp.288-320
[38] Anatoly Ado. Science & Society, Vol. 54, No. 3, The French Revolution and Marxism (Fall, 1990), pp.361-366
[39] Ricardo Duchesne. Science & Society, Vol. 54, No. 3, The French Revolution and Marxism (Fall, 1990), pp.288-320
[40] Anatoly Ado. Science & Society, Vol. 54, No. 3, The French Revolution and Marxism (Fall, 1990), pp.361-366

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