Sobre el lucro
Según
el diccionario de la real academia, “lucro” significa simplemente “ganancia”.
Aquí sostenemos que esta definición es adecuada a la realidad nacional, en el
cual el modo capitalista de producción es predominante. Es que “ganancia”, en
este contexto, sólo puede ser igual a “beneficio capitalista” (tal como lo
define Marx). Por esto, la instalación de la consigna sobre el “lucro” en la
actualidad, en tanto tematiza esta realidad estructural, es una fundamental.
Las condiciones de posibilidad de su emergencia tanto como discurso y como bandera
de lucha, se explican por la existencia negativa de esta palabra en la
constitución que actualmente nos rige. La misma entiende el lucro en términos
jurídicos, de una manera que le sustrae su carácter propio de ganancia
(cuestión que explicaremos más abajo). Esta ventana abierta por un concepto que
funciona como mero término (sin univocidad), permitió al movimiento estudiantil
y social apropiarse de la ambigüedad del discurso y postular una consigna que
satisfacía a amplias y heterogéneas fracciones políticas (tanto los legalistas
como los “socialistas rosa”, hasta llegar a sectores políticos más radicales
–que interpelan la realidad actual desde su raíz-). Aquí postulamos que ha
llegado un punto en el cual es necesario dividir aguas y dar a entender que
lucro, si es que designa una realidad material estructural distintiva, sólo
puede significar “ganancia capitalista”. Y es sólo contra esta realidad que la
demanda del movimiento social actual siquiera podría empezar a instalar una
estrategia de lucha meramente reformista. En lo actual:
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Carácter
del capitalismo nacional: basado en la plusvalía absoluta (intensificación de
la jornada de trabajo, prolongamiento de la misma. Distinto del mecanismo de
“plusvalor relativo”, el cual tecnifica el proceso de trabajo –aumento de
capital constante- para reducir el costo del trabajo necesario)
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Carácter
de la forma de capitalismo mundial, la cual radicaliza la indiferencia del
capital por el “valor de uso” (holdings). La idea de holding, como muy señala
Rafael Agacino, supone la reunión en una unidad de dirección (que determina
cómo cuanto y donde se gasta el excedente) de unidades productivas con procesos
reúnen valores de uso distintos. El caso de los grupos empresariales actuales
es ilustrativo (el grupo Luksic posee un canal de Televisión, una
embotelladora, mineras, un banco, etc). La generalización de la forma holding,
acentúa la tendencia a considerar el “valor de uso” sólo como un medio por
parte de los agentes capitalistas (durante otras fases capitalistas la
contratendencia que tenía en cuenta el “valor de uso” era más eminente –hablar
de industria maderera como unidad discreta, por ejemplo, tenía algo de sentido)
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Carácter
de la esfera de “producción” educacional: al ser un servicio (categoría que
puede ser mantenida en un sentido meramente indicativo, ya que no posee la
rigurosidad de un concepto científico marxista –ver Carchedi-) imposibilita
estructuralmente la mayor tecnificación del proceso de trabajo (lo que
supondría el mecanismo del plusvalor relativo, intrínseco a la idea de que los
empresarios de la educación inviertan exclusivamente en sus empresas
educacionales). Este argumento se mantiene aún si, de acuerdo a Weller, el
carácter distintivo de los servicios bajo la última reestructuración capitalista
se desdibuja un tanto (el hecho de que muchos servicios son hoy transferibles
(medicina, procesamiento de datos, etc), no perecederos
(acumulables-almacenables) y altamente tecnificados (comunicaciones). Lo
característico de un “servicio” supone que en su proceso productivo participan
tanto sus consumidores como sus productores, así como también el productor y el
productor tienden a no diferenciarse, todo lo cual inhibe de nuevo el mecanismo
del plusvalor relativo.
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Correlatos
prácticos de la entrega de recursos del Estado a privados supuestamente capaces
de ofrecer un “bien público”: a) deriva mercantil del Arcis: este proyecto
demuestra las limitaciones estructurales con las cuales se enfrente un proyecto
que intente instituir lo público fuera del Estado (las prácticas
antisindicales, el sesgo en los programas –lo posmoderno de éstos en esta
universidad-, y la constitución de un verdadero negocio, nos hablan de esta
situación); b) dineros públicos con mayor probabilidad de ser entregados a: 1)
universidades como Los Andes (reinvierte sus utilidades casi en su totalidad) y
Diego Portales (plantel estudiantil elitizado y formación de la base
intelectual del proyecto concertacionista que profundizó el neoliberalismo en
Chile); 2) Colegios propiedad de los Matte (seguramente reinvierten todas sus
utilidades)
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En
términos políticos, la entrega de recursos del Estado a privados supuestamente
capaces de ofrecer un “bien público”, significa darle legitimidad política (por
el intermedio del Estado, única institución que posee legitimidad política
universal mediante la participación electoral) a instituciones que no han sido validadas
políticamente por la ciudadanía (la ciudadanía no ha elegido proveerles los
recursos necesarios a privados para que abran colegios). Este problema general
no se soluciona con democracia interna (aún la más radical), por dos razones:
primero, porque cualquier forma democrática no pasa por el cedazo de la
ciudadanía en su conjunto, sino sólo por quienes participan en la institución.
En esta especie de “democracia a la yugoslava”, se toma como dada la
repartición inicial de recursos (ciertos privados que tienen la posibilidad
material de generar un proyecto educativo particular). Segundo, porque si no se
elimina la selección en estas instituciones privadas que reciben dineros
públicos, lo que se efectuaría sería una suerte de “democracia censitaria”. En
términos sustantivos, otorgarle dineros a un privado para que implemente el
“bien público” de la educación supone
privilegiar a ciertos ciudadanos por sobre otros, omitiendo la necesaria
igualdad formal que todo estado moderno le asegura a sus ciudadanos. Más
todavía, reafirma la desigualdad constitutiva de la sociedad de clases, en la
cual sólo una ínfima porción de la población tiene los recursos materiales para
implementar un proyecto educativo propio (y, concomitantemente, reafirma la
ideología de estos particulares privilegiados).
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La
idea de que los privados puedan implementar el bien público de la educación,
supone la noción burguesa de que el desarrollo
de las fuerzas productivas es neutral en términos sociales. Esto porque
se asume que la educación es suficientemente neutral como para ser administrada
por un particular, el cual sólo debería cumplir ciertos estándares de calidad
regulados por el Estado. Por el contrario, el desarrollo de la educación como
una fuerza productiva más, supone un carácter social determinado, manifiesto en
los contenidos y la forma de la misma. La definición del contenido sustantivo
de la educación (el carácter de clase de la educación) sólo podrá ser disputado
en el Estado, aquella esfera en la cual la forma ideal del capital (Engels)
adquiere un carácter menos directo y las clases explotadas/dominadas se
benefician de la igualdad y libertad formales de la ideología burguesa aquí
expresadas de manera distintiva. En la esfera particular (sumamente permeable
al mercado), las clases explotadas siempre estarán afectas a una desigualdad
estructural irrenunciable. Una esfera en la cual esta problemática se expresa
de manera más evidente es el proceso de trabajo capitalista. Mientras el Estado
actúa como agente externo y mantiene la propiedad privada de los medios de
producción, no puede influir sobre la división social del trabajo, ni sobre la
división del trabajo social (distinción intraempresa e interempresa construida
por Bujarin) de manera sustantiva. Por el contrario, sólo la propiedad estatal
(formalmente social, que no deriva mecánicamente en la posesión de los medios
de producción por parte de la clase trabajadora) permite al menos la
posibilidad de definir los contenidos de la educación como fuerza productiva
(división del trabajo inter e intraempresa y definición de los bienes concretos
a producir).
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Por
lo tanto, la idea de la regulación (que elimina la perspectiva de la
expropiación como un paso para la socialización), supone como premisa la
neutralidad de las fuerzas productivas bajo el capitalismo.
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En
términos de costos, la cantidad de recursos requeridos para tamaña regulación
excedería con creces los necesarios si se efectivizara una necesaria
expropiación. A esto se suma un problema histórico básico: los últimos 25 años
demuestran que el paradigma de la regulación (al menos en el discurso caro a la
Concertación) no logra los objetivos que se propone. En un país donde el pago
de impuestos es ínfimo (tanto por elusión como por evasión), pedir mayor
regulación estatal supone un contrasentido; la única vía es poseer la fuerza de
clase necesaria para la expropiación
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Pedir
al capital que renuncie a sus determinantes básicas (y las que se suman en esta
nueva fase de su desarrollo) es a lo menos ingenuo. En una sociedad capitalista,
los privados siempre se verán bajo la compulsión del mercado (no es una
cuestión de volición). No se puede renunciar a la ganancia, no se puede
renunciar a la indiferencia por el “valor de uso”; no se puede renunciar al
despotismo de fábrica (propio de todo proceso productivo bajo una formación
capitalista) –de ahí que demandar la democratización en la esfera privada es
una falsa alternativa que sólo puede redundar en formalismo-; no se puede
renunciar a la historicidad misma del capitalismo nacional durante las últimas
tres décadas (basado en la plusvalía absoluta), no se puede renunciar a las
determinantes estructurales de lo que se puede denominar indicativamente como
un “servicio”; etc.
El
énfasis, por tanto, no debe estar puesto en regular la esfera privada (como
propone la cones y ciertas fracciones del movimiento estudiantil), sino en
reunir la fuerza necesaria para expropiar a los privados de los recursos que
les permiten implementar el proceso productivo que supone la educación. Así, debe
desestimarse la acción reguladora sobre el mundo privado como horizonte de
mediano plazo, si es que entendemos que un sistema nacional de educación con la
legitimidad política suficiente por parte de los productores, requiere ignorar
el privilegio que siempre supondrá la educación impartida por particulares y la
sustracción de cualquier legitimidad política a un proceso productivo que
supone el monopolio de los medios de producción. Los pasos señalados por este
camino ya emergen en el movimiento estudiantil: gratuidad con ampliación
radical del acceso a la educación superior, estatización con control
comunitario de la educación secundaria (también gratuita).
Por
una izquierda racional que comprenda que la democratización y socialismo son
dos caras de una misma moneda.
atte
Manuel
Salgado (estudiante de sociología)
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