Súrdicos en
Punto Final
Quien escribe lo
hace con tristeza. Tristeza por una izquierda cuyos horizontes están desviados.
Hace un tiempo (unos dos meses quizá)
dejé de comprar la revista punto final. Llevaba más de un par de años
comprándola cada quincena. En ese lapso, y gracias a esta frecuente lectura,
algunas luces sobre la historia y el presente de nuestro país se encendieron en
mi persona. Dentro del material informativo no cooptado por la publicidad y el
gran capital (casi todo el periodismo para tristeza chilena), parecía ser ésta
una revista rescatable. Tenía incluso ciertos matices marxistas; un amigo me
contó que la editaban ciertos ex miristas…Pero el idilio terminó: una línea de
“súrdicos” tenía fuerte presencia en la revista.
En una crítica constructiva a punto
final como ésta, quisiera señalar algunos de los elementos fundamentales que me
han alejado de la misma. El primero de ellos –y el fundamental- coincide con el
hecho de encontrarme –como dije más arriba- con una línea de “súrdicos” de cierto
peso en la revista. ¿Qué significa “súrdico”, y cuál es mi resquemor con la
realidad que designa esa palabra? La palabra, según mi conocimiento, fue
acuñada por Juan Jorge Faundes en el artículo de punto final “Súrdico, un
modelo para armar”. Según el autor, un súrdico debiera hacer lo siguiente:
“ Si bajamos por
un momento de las nubes teóricas, utópicas e ideológicas y tratamos de examinar
los diversos países del planeta de la tierra con algunos instrumentos que nos
garanticen más objetividad que los meros prejuicios para detectar en cuál o
cuáles se produce más riqueza, y en cuál o cuáles la plusvalía se reparte mejor
y por lo tanto la plusvalía (en el sentido marxista del término) la plusvalía
es más baja, y en cuál o cuáles los resultados de ello se reflejan en mayor
desarrollo humano, estaríamos de manera empírica identificando un modelo de
sociedad mejor. Y, detectado ese país, habría que observar que es lo que ese
país ha hecho o está haciendo para que así sea…”
Para, finalmente, concluir que:
“Si queremos
construir una propuesta de país que considere producción e riqueza, óptima
distribución y elevado desarrollo humano, tenemos que apuntar la modelo de
Noruega. Una monarquía constitucional, democrática, con sistema parlamentario
de gobierno; un estado fuerte y dueño de las riquezas básicas…Al margen del
rey, que así no necesitaríamos…aquí podríamos diseñar el “modelo súrdico”
Para cualquier compañero que lea estas líneas,
no le sería raro imaginarse que provienen de algún informativo ligado a las
líneas progresistas de la onu, el banco mundial, o alguna fundación ligada a la
socialdemocracia alemana heredera de Friederich Ebert[1](por
poner algunos ejemplos). Sin embargo, provienen de uno de los asiduos
colaboradores de Punto Final (Juan Jorge Faundes). Aún si aparece en de alguna
manera como evidente en las citas, quisiera resaltar los elementos que designan
a la proposición “súrdica” como una renuncia
del pensamiento.
a Primero,
Faundes propone bajar de las nubes teóricas, utópicas e ideológicas, para
desligarse de los prejuicios y adoptar una postura propiamente objetiva. ¿Con
quién está conversando el autor? ¿Quién es aquél personaje prejuicioso,
utópico, cegado por la ideología, incapaz de objetividad? Faundes no lo
explicita; sin embargo, no es necesario: una de las muchas críticas a la
izquierda (y más fuertemente al marxismo) se elabora en torno a esos puntos. O
sea, para el autor, estas críticas tienen fundamento: lo tienen en tal medida
que la izquierda ahora debiera girar hacia una versión denominada “súrdica”.
Ahora bien, para cualquiera que conozca medianamente la tradición marxista –la
única que puedo defender aquí con conocimiento de causa-, es sorprendente la renuncia
al pensamiento que supone la asunción de Faundes: porque es precisamente la
teoría marxista la única capaz de fundar objetivamente la economía en la teoría
del valor, proporcionar un método para el estudio de la historia de las
sociedades (la fértil combinación entre modos de producción y lucha de clases),
y un etcétera bastante largo. No obstante, lo sustancial no es este tipo de
“rechazo” que propone Faundes, sino los horizontes, el método y las
conclusiones alternativas que establece.
b Segundo, Faundes
se propone cumplir su propuesta “desprejuiciada” a través de los que asume
–implícitamente, es cierto- como horizontes aceptados por los lectores de punto
final (asumimos que gente de izquierda): la necesidad de una mayor producción
de riqueza junto a una distribución “mejor” de la misma. Horizontes loables,
claro está. Empero, pareciera faltar algo sustancial (más todavía en un texto
de quien se precia de utilizar terminología marxista): la producción. No eran
las preguntas críticas y racionales fundamentales “¿quiénes producen?”, “¿cómo
producen?”, “¿qué producen?”, “¿para quién producen?”. El énfasis en una mayor producción de riqueza siempre ha
sido puesto por quienes abogan por la permanencia del modo de producción
capitalista; el relevar una mejor distribución
no pasa de ser un horizonte que entra dentro del paradigma liberal y que en
ningún caso supone trascender el capitalismo. Lo que distingue a una crítica
racional de una superficial es de hecho el énfasis en la producción. Porque, en
efecto, son las relaciones sociales de producción las que determinan la
dinámica de una sociedad dada. Así, al excluir a estas relaciones de los
horizontes necesarios de quienes leen punto final, Faundes asume que éstos han
abandonado el análisis racional (la necesaria crítica anticapitalista
objetiva). El abandonar el campo de la producción supone eternizar la relación
de trabajo asalariado (la esclavitud asalariada como Marx la denominaba a
veces), naturalizar la enajenación y esclerotizar la anatomía de la sociedad signando
como necesaria la actual división social capitalista del trabajo. Supone,
además, otras tantas cosas más: a) implica renunciar a definir necesidades
(e.g. la crítica y eliminación del lujo no sería necesaria); b) supone obviar
la necesidad de una planificación que termine con la anarquía del mercado
capitalista; c) implica renunciar al autogobierno de los productores (esa
democratización de las decisiones sobre la organización el proceso de trabajo,
los objetivos de inversión, etc). Claro está, no podía ser de otra manera en un
texto que nos plantea como horizonte una forma de “capitalismo existente” (como
veremos en los que sigue)
c En
lo que respecta a los métodos, Faundes nuevamente demuestra su renuncia al
pensamiento objetivo y racional. De partida, todo su argumento se centra en la
idea de imitar cierta deriva histórica peculiar de países que son parte de los
centros capitalistas. Pierde su análisis, entonces, toda coloración histórica.
Repite, por lo demás, la forma de análisis típica del desarrollismo yanqui de
los años 50’-60’ (s. XX). Bastaría con imitar como lo hacen allá en los países
desarrollados de dinámica “autocentrada”. Pareciera que nos habla un Rostow o
los asesores yanquis de la alianza para el progreso. No es así, es punto final
quien plantea este tipo de métodos. Los mismos, por citar lo más evidente,
olvidan dos cosas esenciales. Primero, ¿cuál es el modo de producción dominante
de la formación que supuestamente debiéramos imitar? Segundo, esta forma de
pensamiento omite toda forma de comprensión relacional de la realidad,
olvidando que los beneficios (si es que existen) de los cuáles disfrutan los
centros capitalistas desarrollados se explican (en lo fundamental) por la
existencia de la cadena imperialista (o, si se considera que el leninismo está
pasado de moda -¿?-, reemplácese a éste por el “sistema mundo capitalista” de
Wallerstein –si es que éste al ser yanqui y no estar vinculado con las luchas
prácticas de la clase obrera, parece más aceptable-¿?- ).
En segundo
lugar, el autor del artículo que aquí criticamos propone utilizar las
siguientes herramientas para su análisis comparativo entre países: índice Gini,
PIB (producto interno bruto), IDH (Índice de desarrollo humano). Cada uno de
estos instrumentos responde a una forma de medición pergeñada por el Banco
Mundial, el FMI y demases. Pareciera extraño que para proponer una alternativa
a la explotación existente se utilicen las mismas categorías de organismos que
han demostrado su afiliación capitalista sin ambages. Sin embargo, no es sólo
una cuestión de origen o proveniencia: es que estas mismas categorías inhiben
una comprensión objetiva y racional de la realidad. Sin ser un experto en la
materia, puedo darme cuenta como ni siquiera el autor cita el pib “corregido
por poder de compra”, como a la vez no percibe que el índice de Gini no mide
desigualdad de clases (no incluye la propiedad de los medios de producción
realmente), cómo no entiende que IDH supone que la medida del hombre puede
encontrarse en una sociedad capitalista (¿tiramos, entonces, a la basura los
manuscritos del 44 de Marx?). Por lo demás, Faundes no menciona los esfuerzos
marxistas por medir racionalmente las diferencias entre países según criterios
más atendibles (véase, por ejemplo, Anwar Shaik con el concepto de IGM –
ingreso de la gran mayoría- , o John Weeks con su manera de medir el efecto de
la deuda y la globalización).
d Por
último, las conclusiones. Faundes propone “imitar” (con todo el peso del
“colonialismo intelectual” cayendo sobre su pluma) a los países nórdicos. En
suma, el horizonte es un país capitalista (Noruega) cuyas pesqueras depredan
nuestras costas y sobreexplotan a nuestros trabajadores nacionales. El
horizonte es un país capitalista que es a la vez una monarquía (la cual, para
el autor, no sería difícil de obviar -¿?-).
Creemos que estos puntos demuestran cómo
Faundes renuncia a la crítica objetiva y racional del capitalismo. Sin embargo,
éste no es el único indicio de una deriva desviada en la revista Punto Final.
Existen otros, menos evidentes y quizás más inconscientes. Por cuestión de
espacio sólo los voy a enunciar. Primero, la extraña defensa del kirchnerismo
por parte de Gonzalo León (véanse, por ejemplo, las columnas “La populista
eficiente” y “Betty y el Stand up”). Pareciera que Punto Final considera loable
lo que Atilio Borón ha denominado de manera poco feliz como un “capitalismo
serio”. No éste el espacio para criticar el proyecto argentino (quien quiera
profundizar en este campo vaya a la página virtual del profesor Rolando
Astarita); sólo diremos que no pareciera muy saludable defender un proyecto que
le dora la píldora a Monsanto y las transnacionales para que inviertan en el
país, y que castiga impositivamente a los salarios en tanto que ganancias (dos
ejemplos recientes). En segundo lugar, el extraño ensalzamiento de corrientes
marxistas novedosas que, en realidad, no parecieran ser más que otra renuncia
al pensamiento. Estoy pensando en la entrevista a Fernando Alberto Lizárraga
que hace un tiempo publicó el quincenario; éste autor se preciaba de conjuntar
a John Rawls con el marxismo -¿?-. Un liberal de tomo y lomo, Rawls es
imposible de unir a cualquier crítica racional al capitalismo (ya que éste, al
hablar de equidad, justicia, proponer un marco de individualismo metodológico,
dedicarle cinco líneas a la desigualdad clasista, etc, es más cercano al
neoliberalismo que a cualquier pensamiento y práctica anticapitalista). En
tercer lugar, y por último, pareciera preocupante la majadería con que en
ciertos artículos de Punto final se exacerba la crítica al neoliberalismo, sin
especificar que ésta no es más que una ideología (ergo, superestructural) y no
la materialidad misma de la realidad que se critica. Sería más pertinente, en
efecto, establecer que la crítica es a un modo de producción (que incluye lo
basal junto a la superestructural), siempre determinado por relaciones sociales
de producción.
Estos son algunos de los elementos que
me han llevado a dejar de comprar Punto Final. Es triste la deriva (tendencial)
de esta revista. Espero corrija su camino; por el momento, quienes apostamos
por una crítica racional y objetiva del capitalismo, tendremos que continuar
informándonos por otros lados.
Atte
antoniojose
[1] Ebert fue una suerte de primer
ministro socialdemocráta en Alemania durante la revolución alemana en la que
participaron los miles de obreros junto a los “espartaquistas” (Luxemburg, Liebknecht,
etc). Su accionar como mandatario resultó en la muerte de decenas de miles de
obreros muertos, junto a Luxemburg y Liebknecht. Sin embargo, su nombre no fue
olvidado en su país natal: la fundación Friederich Ebert cumplió un rol
fundamental a la hora de “convencer” a los exiliados nacionales de las virtudes
de lo que Agacino denomina el “socialismo rosa”. Así, ésta fundación no tiene
un papel menor en la deriva neoliberal actual del partidos como el socialista
en nuestro país.
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