¿En qué sentido la
burocratización reconocida por Weber como matriz fundamental inevitable de la
sociedad y época modernas, aún se cumple hoy bajo los mismos postulados, las
mismas premisas? Si el patrón de racionalización reconocido por este autor
alemán conllevaba en sí mismo el correlato práctico de un riesgo configurado en
torno a una administración burocrática, actualmente, quizás, no reconozcamos
una forma administrativa configurada de la misma manera. Porque,
fundamentalmente, la pareja diádica de racionalización-burocratización se
plasmaba de una forma particular de empresa: la empresa racional burocratizada.
Y, esta forma empresarial, que compartían tanto el Estado, como el Partido y la
célula organizacional capitalista privada, hoy se patentiza como transformada,
desplazada, modificada en algo que le era muy propio. Esta situación la
observamos en un primer hecho accesible al sentido común: la administración de
estas tres configuraciones ya no es total y completamente autocéfala siendo que
comporta grados variables tanto de heterocefalia como de heteronomía. Por una
parte, es claro que la empresa capitalista privada ha delegado funciones
administrativas que le eran propias en otros cuerpos privados que poseen
en grado evidente sus propios mecanismos
de dirección y administración. Esto se manifiesta palmariamente en las muy
actuales y vigentes prácticas de subcontratación. En segundolugar, puede
argüirse que, al menos en el Estado chileno actual, las lógicas de
subcontratación se encuentran presentes, sea por un desarrollo histórico propio
independiente, sea por una configuración epocal que supone necesariamente una
matriz empresarial diferenciada. Y ello incluye obviamente un cierto grado de
heterocefalia (visibilicemos como ejemplo más palmario la participación del
Estado en empresas privadas que poseen directorios casi autónomos), y algún
matiz de heteronomía (visto en ordenamientos impuestos por organismos
internacionales poderosos como el FMI). En lo que respecta al Partido político
moderno, podemos constatar como los programas accionales son muchas veces hoy
definidos por grupos técnico-empresariales en virtud de sus propios intereses,
lo que ciertamente comporta un grado de heteronomía. Asimismo, la heterocefalia
puede observarse ya de un tiempo a esta parte de manera parcial, en el
entronizamiento de líderes partidarios a partir de un predominio en el
resultado de encuestas de opinión.
Este es el rasgo fundamental de la empresa racional moderna que ha
cambiado, mas al mismo acompañan variaciones secundarias que no es pertinente
desestimar. Es así como es atingente mencionar aquellos componentes
característicos de la burocracia racional, que bajo la situación puede ponerse
en duda su presencia y actuación efectiva. Así, en tanto hoy prima el trabajo
por proyecto subcontratado dentro del estado y la empresa capitalista, puede
cuestionarse la taxonomía que reconoce una jerarquía funcional fija con
ascensos y descensos regulados, siendo que quien produce un proyecto no
pertenece a una escala jerárquica administrativa y no espera ascensos ni
descensos (mas todavía porque difícilmente puede asegurarse que un individuo
así empleado pertenece realmente a un cuerpo empresarial determinado). Por lo
mismo, los límites de las esferas de competencia así como el proceso de
selección funcionarial se encuentran modificados. Más todavía la presencia
articulante de un expediente, en tanto este significa una acumulación y
recolección de información referida al cargo continua y permanente
(configurando el “saber de servicio”), se torna problemática con solo recordar
la narración que Gabriel Salazar refirió en torno a la destrucción de material
investigativo en la “ong Sur” en función del aprovechamiento del espacio. Por
otra parte, la “estimación social realzada”, que suponía el tipo puro de
burócrata rescatado por Weber, hoy más bien se constituye como su contrario: es
sabido por todos la baja estimación social en que es tenido el cuerpo judicial actualmente,
en esto tampoco le va a la saga el cuerpo funcionarial de rango medio y bajo.
Aquella capa burocrática que escapa al juicio negativo de la opinión de la
calle, se constituye precisamente en la alta dirección pública, la cual, como
el mismo Weber establece, no comporta un carácter funcionarial ni burocrático
(recordemos que aún la administración más burocrática tiene en su cima
elementos no burocráticos como el presidente y sus ministros). Asimismo, si
asumimos la noción de “trabajo por proyecto” antecedente, resulta casi un
truismo reconocer que una remuneración fija y estable existen propiamente
(menos aún una pensión), así como también se cuestiona fácilmente la asunción
weberiana de perpetuidad fáctica en el cargo (teniendo en cuenta que el cargo
no era apropiado y tampoco lo es hoy). Por último, la distinción realizada en
este tipo puro, en torno a la actividad pública y la actividad privada, como
esferas necesariamente excluyentes, siendo que la segunda actúa como contrapeso
a la lógica y predominio inevitables de la burocracia pública (este es uno de
los argumentos weberianos contra el socialismo de Estado), es hoy fácil de
cuestionar si tenemos a la vista el gobierno nacional actual de gerentes y
tecnócratas.
Todos estos elementos secundarios-más el
carácter originariamente utópico de un funcionario que se desgañitaba en el
deber del cargo y la disciplina estricta, así como la idealidad del
reconocimiento de la igualdad abstracta ante la ley que este mismo funcionario
supuestamente debía poner en práctica ante cada caso particular-sumados a la
transformación fundamental de la administración de la empresa racional moderna,
esto es, la mencionada pérdida de autonomía y autocefalia, redirigen el
análisis a una nuevo cuestionamiento: si Weber establece que la
burocratización, cuando se dió con precedencia a la época moderna, solamente
desapareció junto a la civilización que la albergaba, ¿es posible afirmar un
hundimiento gradual de la civilización occidental moderna a partir de la década
de los setenta, en la cual el carácter de la empresa racional moderna comenzó a
modificarse sustancialmente mediante la delegación de tareas, expresado esto en
la transnacionalización y subcontratación ocurridas en el terreno económico? ¿No
significa esto que el tipo ideal weberiano se encuentra de alguna manera
fenecido, siendo que instrumentalización comparativa reconoce diferencias
demasiado acusadas con lo efectivamente ocurrente? ¿Es pertinente seguir
empleando un tipo ideal de denominación igual pero con contenido modificado, o
es necesario elaborar uno nuevo, que realce aquellos elementos de la realidad
que constituyen precisamente la especificidad de la época actual?
Ahora bien, si bien se plantea la cuestión de
la declinación de la cultura occidental moderna con esto no se quiere aquí
afirmar el concepto obnubilante de “posmodernidad”, sino que solo se desea
dejar planteado el cuestionamiento frente a la posibilidad de una nueva
teorización sociológica a partir de la nociones clásicas weberianas.
Totalmente en otro respecto, es
de interés cuestionar la categoría de “clase” que afecta la definición de este
autor alemán, la cual, de alguna manera, ha tendido ofuscar la realidad social
como tal. Porque, si hoy observamos que la categoría GSE muy en boga en nuestro
país, contiene una similitud sorprendente (corríjanme si me equivoco pero creo
que la misma se configura solo a partir de ingresos y bienes) con la noción de
“clase” weberiana, vemos como una noción articulante fundamental del sentido
común actual derivada ha sido derivada de una analítica social ofuscante. ¿Por
qué el concepto weberiano de clase no es suficiente? Porque no reconoce un
grupo social realmente existente (la acción clasista solo se presenta en
determinadas condiciones muy particulares), en tanto su realidad esté
constituida por un actuar determinado, un cierto “ethos vital” de algún modo conciente
por parte de quienes así actúan. La crítica se constituye frente a lo que significan tanto el GSE (que
obviamente sabemos que no configura “clases” pero que en el sentido común
sociológico cumple ese papel, siendo que muchas investigaciones utilizan esta
categoría clasificatoria para homogeneizar conductas) como la “clase” weberiana (en tanto mal
utiliza un concepto central en la sociología que tiene su potencialidad
inherente en el reconocimiento de la realidad sociológica). Asimismo, todo esto
lleva a Weber a plantear que la lucha moderna de clases se configura en torno a
la lucha por el salario, lo cual es una negación radical de Marx, que, por otra
parte un ejemplo actual puede contraargumentar. Si constatamos la realidad
descrita por una multitud de luchas sindicales, se observa que la
reivindicación del salario no es la única premisa que sustenta a las mismas,
sino que también lo es el mejoramiento de las condiciones laborales. Y, esto
significa, que es la motivación por la reorganización de la forma vital actual
como configurada a través del trabajo, lo que es eminente en el actuar de la
lucha actual del trabajo contra el capital. En algún sentido, es el reclamo por
un trabajo que enajene menos, lo cual puede significar dos lógicas de acción
contrapuestas pero no excluyentes: la noción de que el trabajo en su forma
actual puede realmente dejar de lado su carácter enajenante solo mediante una
modificación no radical; la noción de que el trabajo humano, en tanto define al
género como tal, contiene en sí mismo la potencialidad de organizarse de una
manera tal, que las potencias inherentes a todo ser humano puedan desarrollarse
de manera plena. Si se acepta la segunda hipótesis, debe asumirse que la lucha
de clases actual muchas veces se constituye a partir de lógicas de organización
de la vida (del trabajo) contrapuestas.
Quedan planteados los temas.
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