lunes, 29 de abril de 2013

Weber2

Sobre Weber

¿En qué sentido la burocratización reconocida por Weber como matriz fundamental inevitable de la sociedad y época modernas, aún se cumple hoy bajo los mismos postulados, las mismas premisas? Si el patrón de racionalización reconocido por este autor alemán conllevaba en sí mismo el correlato práctico de un riesgo configurado en torno a una administración burocrática, actualmente, quizás, no reconozcamos una forma administrativa configurada de la misma manera. Porque, fundamentalmente, la pareja diádica de racionalización-burocratización se plasmaba de una forma particular de empresa: la empresa racional burocratizada. Y, esta forma empresarial, que compartían tanto el Estado, como el Partido y la célula organizacional capitalista privada, hoy se patentiza como transformada, desplazada, modificada en algo que le era muy propio. Esta situación la observamos en un primer hecho accesible al sentido común: la administración de estas tres configuraciones ya no es total y completamente autocéfala siendo que comporta grados variables tanto de heterocefalia como de heteronomía. Por una parte, es claro que la empresa capitalista privada ha delegado funciones administrativas que le eran propias en otros cuerpos privados que poseen en  grado evidente sus propios mecanismos de dirección y administración. Esto se manifiesta palmariamente en las muy actuales y vigentes prácticas de subcontratación. En segundolugar, puede argüirse que, al menos en el Estado chileno actual, las lógicas de subcontratación se encuentran presentes, sea por un desarrollo histórico propio independiente, sea por una configuración epocal que supone necesariamente una matriz empresarial diferenciada. Y ello incluye obviamente un cierto grado de heterocefalia (visibilicemos como ejemplo más palmario la participación del Estado en empresas privadas que poseen directorios casi autónomos), y algún matiz de heteronomía (visto en ordenamientos impuestos por organismos internacionales poderosos como el FMI). En lo que respecta al Partido político moderno, podemos constatar como los programas accionales son muchas veces hoy definidos por grupos técnico-empresariales en virtud de sus propios intereses, lo que ciertamente comporta un grado de heteronomía. Asimismo, la heterocefalia puede observarse ya de un tiempo a esta parte de manera parcial, en el entronizamiento de líderes partidarios a partir de un predominio en el resultado de encuestas de opinión.

  Este es el rasgo fundamental de la empresa racional moderna que ha cambiado, mas al mismo acompañan variaciones secundarias que no es pertinente desestimar. Es así como es atingente mencionar aquellos componentes característicos de la burocracia racional, que bajo la situación puede ponerse en duda su presencia y actuación efectiva. Así, en tanto hoy prima el trabajo por proyecto subcontratado dentro del estado y la empresa capitalista, puede cuestionarse la taxonomía que reconoce una jerarquía funcional fija con ascensos y descensos regulados, siendo que quien produce un proyecto no pertenece a una escala jerárquica administrativa y no espera ascensos ni descensos (mas todavía porque difícilmente puede asegurarse que un individuo así empleado pertenece realmente a un cuerpo empresarial determinado). Por lo mismo, los límites de las esferas de competencia así como el proceso de selección funcionarial se encuentran modificados. Más todavía la presencia articulante de un expediente, en tanto este significa una acumulación y recolección de información referida al cargo continua y permanente (configurando el “saber de servicio”), se torna problemática con solo recordar la narración que Gabriel Salazar refirió en torno a la destrucción de material investigativo en la “ong Sur” en función del aprovechamiento del espacio. Por otra parte, la “estimación social realzada”, que suponía el tipo puro de burócrata rescatado por Weber, hoy más bien se constituye como su contrario: es sabido por todos la baja estimación social en que es tenido el cuerpo judicial actualmente, en esto tampoco le va a la saga el cuerpo funcionarial de rango medio y bajo. Aquella capa burocrática que escapa al juicio negativo de la opinión de la calle, se constituye precisamente en la alta dirección pública, la cual, como el mismo Weber establece, no comporta un carácter funcionarial ni burocrático (recordemos que aún la administración más burocrática tiene en su cima elementos no burocráticos como el presidente y sus ministros). Asimismo, si asumimos la noción de “trabajo por proyecto” antecedente, resulta casi un truismo reconocer que una remuneración fija y estable existen propiamente (menos aún una pensión), así como también se cuestiona fácilmente la asunción weberiana de perpetuidad fáctica en el cargo (teniendo en cuenta que el cargo no era apropiado y tampoco lo es hoy). Por último, la distinción realizada en este tipo puro, en torno a la actividad pública y la actividad privada, como esferas necesariamente excluyentes, siendo que la segunda actúa como contrapeso a la lógica y predominio inevitables de la burocracia pública (este es uno de los argumentos weberianos contra el socialismo de Estado), es hoy fácil de cuestionar si tenemos a la vista el gobierno nacional actual de gerentes y tecnócratas.
 Todos estos elementos secundarios-más el carácter originariamente utópico de un funcionario que se desgañitaba en el deber del cargo y la disciplina estricta, así como la idealidad del reconocimiento de la igualdad abstracta ante la ley que este mismo funcionario supuestamente debía poner en práctica ante cada caso particular-sumados a la transformación fundamental de la administración de la empresa racional moderna, esto es, la mencionada pérdida de autonomía y autocefalia, redirigen el análisis a una nuevo cuestionamiento: si Weber establece que la burocratización, cuando se dió con precedencia a la época moderna, solamente desapareció junto a la civilización que la albergaba, ¿es posible afirmar un hundimiento gradual de la civilización occidental moderna a partir de la década de los setenta, en la cual el carácter de la empresa racional moderna comenzó a modificarse sustancialmente mediante la delegación de tareas, expresado esto en la transnacionalización y subcontratación ocurridas en el terreno económico? ¿No significa esto que el tipo ideal weberiano se encuentra de alguna manera fenecido, siendo que instrumentalización comparativa reconoce diferencias demasiado acusadas con lo efectivamente ocurrente? ¿Es pertinente seguir empleando un tipo ideal de denominación igual pero con contenido modificado, o es necesario elaborar uno nuevo, que realce aquellos elementos de la realidad que constituyen precisamente la especificidad de la época actual?

 Ahora bien, si bien se plantea la cuestión de la declinación de la cultura occidental moderna con esto no se quiere aquí afirmar el concepto obnubilante de “posmodernidad”, sino que solo se desea dejar planteado el cuestionamiento frente a la posibilidad de una nueva teorización sociológica a partir de la nociones clásicas weberianas.

Totalmente en otro respecto, es de interés cuestionar la categoría de “clase” que afecta la definición de este autor alemán, la cual, de alguna manera, ha tendido ofuscar la realidad social como tal. Porque, si hoy observamos que la categoría GSE muy en boga en nuestro país, contiene una similitud sorprendente (corríjanme si me equivoco pero creo que la misma se configura solo a partir de ingresos y bienes) con la noción de “clase” weberiana, vemos como una noción articulante fundamental del sentido común actual derivada ha sido derivada de una analítica social ofuscante. ¿Por qué el concepto weberiano de clase no es suficiente? Porque no reconoce un grupo social realmente existente (la acción clasista solo se presenta en determinadas condiciones muy particulares), en tanto su realidad esté constituida por un actuar determinado, un cierto “ethos vital” de algún modo conciente por parte de quienes así actúan. La crítica se constituye  frente a lo que significan tanto el GSE (que obviamente sabemos que no configura “clases” pero que en el sentido común sociológico cumple ese papel, siendo que muchas investigaciones utilizan esta categoría clasificatoria para homogeneizar conductas)  como la “clase” weberiana (en tanto mal utiliza un concepto central en la sociología que tiene su potencialidad inherente en el reconocimiento de la realidad sociológica). Asimismo, todo esto lleva a Weber a plantear que la lucha moderna de clases se configura en torno a la lucha por el salario, lo cual es una negación radical de Marx, que, por otra parte un ejemplo actual puede contraargumentar. Si constatamos la realidad descrita por una multitud de luchas sindicales, se observa que la reivindicación del salario no es la única premisa que sustenta a las mismas, sino que también lo es el mejoramiento de las condiciones laborales. Y, esto significa, que es la motivación por la reorganización de la forma vital actual como configurada a través del trabajo, lo que es eminente en el actuar de la lucha actual del trabajo contra el capital. En algún sentido, es el reclamo por un trabajo que enajene menos, lo cual puede significar dos lógicas de acción contrapuestas pero no excluyentes: la noción de que el trabajo en su forma actual puede realmente dejar de lado su carácter enajenante solo mediante una modificación no radical; la noción de que el trabajo humano, en tanto define al género como tal, contiene en sí mismo la potencialidad de organizarse de una manera tal, que las potencias inherentes a todo ser humano puedan desarrollarse de manera plena. Si se acepta la segunda hipótesis, debe asumirse que la lucha de clases actual muchas veces se constituye a partir de lógicas de organización de la vida (del trabajo) contrapuestas.

Quedan planteados los temas.

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